‘Aquí no se gasta en carros, viajes ni lujos; todo es para mantener la casa’
Reconoce que debe hacer muchos sacrificios para preservarla
Carmen Odio González vive con su hermana en una casa construida hace más de 100 años, en barrio Amón, San José. La heredó de su abuelo, Mario González Feo.
Al entrar, se podría decir que es un museo. Tiene frescos de Francisco Amighetti y mosaicos pintados en la totalidad de la pared por Guido Sáenz, piezas de construcción que definitivamente no se ven en otros hogares.
Doña Carmen asegura que ama la casa y disfruta de su arte; se siente afortunada de apreciarla todos los días. Sin embargo, también reconoce que son muchos los esfuerzos para preservar esta edificación como patrimonio histórico y arquitectónico.
“Aquí no se gasta en carros, no se gasta en viajes, no se gasta en lujos. Todo es para el mantenimiento de la casa, que es muy diferente del que puede tener una casa construida recientemente. Lleva una gran responsabilidad”, dijo.
De hecho, ella es una propietaria reconocida por su dedicación. Los profesionales del Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural (CICPC) la consideran como un ejemplo en la preservación.
Para ella, su casa no solo posee una arquitectura “interesante”, sino que además el arte es parte del edificio.
“Si mi hermana y yo nos vamos de aquí, ese arte queda, no se va con nosotras, es parte de este hogar”, dijo.
Un siglo de historia. La casa que se construyó entre 1915 y 1920 era de la familia Echandi Lahmann. Un hijo de ellos, Carlos Manuel, vivía al lado; sin embargo, fue asesinado en 1938. Dada la tragedia, los padres decidieron vender la casa. Fue así como esta llegó a manos de don Mario, en 1939. Él trabajaba en la Fábrica Nacional de Licores y le quedaba muy cerca.
“Un amigo me contaba que probablemente la parte original fue traída prefabricada de Europa o de Estados Unidos. Mi abuelo cuando la compró le comenzó a hacer ‘cosas’ y no paró nunca”.
Para ella, la parte más interesante es la que le fue agregando su abuelo. No era solo la construcción, sino muchísimo arte. Los frescos de Amighetti fueron encargados por González. Además, su hermana, Luisa González Feo, era una pintora de renombre. Ella hizo parte de la curaduría de las obras.
“Mi abuelo le dio rienda suelta a su creatividad. Con el tiempo, le agregó a la casa un cuarto de pilas, un patio de tender, un patio trasero, un corredor trasero, un cuarto de costura, otro dormitorio de servicio y otro baño. Mandó a hacer un mueble esquinero para el comedor, empotrado en la pared”, contó.
El tallista fue Francisco Mora Méndez. Para Odio, ese mueble es “una joya” con flores, caras, animales y otros detalles tallados.
Don Mario siguió ampliando la vivienda: hizo un claustro, una capilla y una biblioteca. Según describe Odio, la parte de la casa que a su abuelo más le gustaba era la biblioteca. Se convirtió en su refugio ante la angustia que siempre lo acompañó. Muchas veces se encerraba ahí, le subían picheles de café y no se le veía en varios días.“Ahí escribía, ahí tenía sus amados libros y su música clásica. Disfrutó plenamente de su casa”, recordó.
Mantenimiento. Carmen afirma que le da mucha tristeza saber que edificaciones muy valiosas para la cultura costarricense son demolidas o vendidas para otros usos que no respetan a cabalidad la Ley de Patrimonio. Sin embargo, no juzga a sus propietarios.
“A veces heredamos la casa, pero no heredamos el capital. Mis abuelos tenían tres empleados, pero nosotras dos estamos solas con todo el trabajo de la casa”, compartió.
“Una casa de estas ‘traga, pero traga plata’. Mi hermana y yo la mantenemos lo mejor que se puede, pero no es suficiente. Se requiere una millonada, por eso mucha gente las bota o las vende”, agregó.
En este tipo de casas no se hacen reparaciones, se hacen restauraciones. El problema no solo son los años que van pasando, sino que estas restauraciones requieren de personal especializado, no cualquier arquitecto, ingeniero o empresa constructora tiene los conocimientos para realizar trabajos.
“Esta casa le va a quedar a mis sobrinos, pero nos da ‘cosa’, porque les estamos dejando una carga”, destacó.
Más de una vez le han ofrecido comprar la casa, pero sabe de antemano que la botarían para convertirla en un parqueo. “Yo no puedo permitir eso”, afirmó.
Aunque los dueños son multados al demoler una edificación patrimonial, la multa es de 10 a 20 salarios base. Para Odio, esto no es obstáculo para quienes saben que, al poner un negocio, podrían recuperar en poco tiempo ese dinero.
Ella destaca que el CICPC respalda todos sus esfuerzos. La ley indica que son los propietarios quienes deben hacerse responsables, pero también hay casos calificados en los que se apoya a los dueños.
Odio, traductora de profesión, recordó una vez que la oficina de Patrimonio les ayudó a reparar el techo. En otra ocasión, pidió ayuda para unos frescos que se estaban deteriorando y le dijeron que no tenían presupuesto. La remitieron al Museo de Arte Costarricense y ahí le advirtieron de que no podían hacer la reparación, pero le enviaron profesionales para asesorarla. Está a la espera del reporte, sabe que serán varios millones y no tiene cómo hacer la inversión.
De momento, tiene parte de la casa alquilada a unos muchachos que saben de su valor patrimonial y la cuidan. Reconoce que se debe tener cuidado hasta para manipular un picaporte al abrir una puerta.