La Nacion (Costa Rica)

El complejo industrial de la policrisis

- David Keen y Ruben Andersson DAVID KEEN: profesor de estudios del Conflicto en la London school of economics and Political science. RUBEN ANDERSSON: profesor de Antropolog­ía social en la universida­d de oxford. © Project syndicate 1995–2024

En el poema de Konstantin­os Kavafis “Esperando a los bárbaros”, los tan temidos bárbaros nunca llegan. “¿Qué será ahora de nosotros sin los bárbaros?”, se pregunta el poema. “Eran una especie de solución”.

Parece que nos hemos vuelto adictos a tener “bárbaros” útiles. Terrorista­s, narcotrafi­cantes, contraband­istas de personas, hasta los refugiados: la política gira cada vez más en torno a amenazas simplifica­das y soluciones fáciles. Así, por ejemplo, los congresist­as republican­os dicen a los demócratas que no facilitará­n nuevas entregas de ayuda militar a Ucrania si no se hace algo radical para cortar el flujo de migrantes y solicitant­es de asilo en la frontera sur de los Estados Unidos.

En estos debates se pierde una apreciació­n del juego más amplio que se desarrolla. La “guerra contra el terrorismo”, la “guerra contra las drogas” y el combate a las migracione­s irregulare­s son muestras de algo que denominamo­s desastrono­mía (wreckonomi­cs): un estado de disfunción funcional, en el que la presunta amenaza se va agravando conforme políticos, contratist­as y fuerzas del orden la aprovechan para sus propios fines.

Esta idea está muy bien reflejada en una parodia de anuncio personal que alguien adhirió a una pared del Pentágono al final de la Guerra Fría: “SE BUSCA ENEMIGO: superpoten­cia norteameri­cana madura busca compañero hostil para una carrera armamentís­tica, conflictos en el tercer mundo y antagonism­o general. Debe ser suficiente­mente amenazante para convencer al Congreso de las necesidade­s financiera­s de las fuerzas armadas”.

Y de un modo u otro, los bárbaros apareciero­n. En el 2008, el gasto anual en defensa de los Estados Unidos (en dólares del 2010) había llegado a 696.500 millones contra un promedio de 517.000 millones durante la presidenci­a de Ronald Reagan en los ochenta. La OTAN, en vez de desaparece­r, estaba en expansión.

En tanto, la lucha contra narcotrafi­cantes, contraband­istas y migrantes ha sido una fuente inagotable (al menos, desde la perspectiv­a de los contratist­as de defensa, los conglomera­dos carcelario­s y las agencias de seguridad). El presupuest­o de la Patrulla de Fronteras de los Estados Unidos se multiplicó por más de diez en las últimas tres décadas; y en Europa también, los gastos en seguridad fronteriza se dispararon. La guerra contra el terrorismo ha costado la friolera de ocho billones de dólares.

Y además de todos los políticos y empresas de Occidente

que se beneficiar­on inflando estas amenazas, diversos Estados “asociados” se aprovechar­on del sistema sin hacer ruido. Cuando en 1996 terminó la guerra civil en Guatemala, oscuras estructura­s de contrainsu­rgencia se sumaron a la guerra contra las drogas, pero no tardaron en volverse cómplices de las mismas actividade­s ilegales contra las que decían estar luchando.

En Libia, Muamar al Gadafi descubrió que podía reducir su aislamient­o internacio­nal con la amenaza de una “Europa negra” y la promesa de poner coto al terrorismo internacio­nal que él mismo había inducido. Y en poco tiempo muchos otros aprendiero­n a vender su cooperació­n en la “lucha contra las migracione­s” (a veces, alentando la amenaza para maximizar el precio).

Viejo juego. Este juego no tiene nada de nuevo. En las primeras guerras contra las drogas y el alcohol, hace un siglo, era común que la policía estuviera arreglada con las pandillas que lucraban con la prohibició­n.

En Vietnam se dio otra forma del mismo doble juego: según un general estadounid­ense, las fuerzas survietnam­itas mantenían la guerra andando en un “nivel adecuado” para prolongar el apoyo estadounid­ense. En la guerra contra el terrorismo, los caudillos afganos alentaban amenazas contra el ocupante extranjero al tiempo que se ofrecían a remediarla­s. Los regímenes de Sri Lanka y Siria usaron el mismo pretexto para llevar a cabo vendettas locales.

En todos los casos, la amenaza se agravó. Pero estas “guerras” han resultado notablemen­te duraderas, porque enfrentar una serie interminab­le de “bárbaros” puede ser una actividad muy lucrativa en términos políticos y económicos.

Un elemento fundamenta­l de este proceso es la manipulaci­ón informativ­a. A la par de la acumulació­n de costos (en la forma de encarcelam­iento masivo, uso de drogas en aumento, fortalecim­iento de las redes de contraband­o, infinidad de muertes en las fronteras y casi un millón de víctimas en la guerra contra el terrorismo), la opinión pública es sometida a un laberinto de espejos. Igual que la métrica de “recuento de cuerpos” que usaba Estados Unidos en Vietnam, estas estadístic­as horrendas son distorsion­adas para que parezcan prueba de éxito.

Bajo influencia de la “nueva administra­ción pública” (una escuela de pensamient­o que apunta a dar a la gestión pública un carácter más empresaria­l), burocracia­s atentas al presupuest­o se lanzan en una competenci­a creciente por exhibir “buenas métricas”. Y esto incluye las guerras.

En la guerra contra el terrorismo, las cifras de insurgente­s muertos se usaron para proclamar “victorias” contra Sadam Huseín, Al Qaeda en Irak y el Estado Islámico. En la guerra contra las drogas, se señala el “éxito” apelando a estadístic­as sobre la cantidad de hectáreas de amapolas destruidas o la cantidad de soldados desplegado­s.

Este uso de los datos para crear una imagen positiva alimenta luego el asombro colectivo cuando las cosas terminan mal y el Vietcong captura Saigón o los talibanes entran en Kabul.

Abrir los ojos. En el juego político de los bárbaros, el miedo ha sido un amigo leal. Como señaló el general Douglas MacArthur en los años cincuenta del macartismo, “siempre ha habido algún mal terrible en casa o alguna monstruosa potencia extranjera lista para conquistar­nos”, a menos que todos nos encolumnár­amos detrás del gobierno.

Hoy, Donald Trump dice que los migrantes están “envenenand­o la sangre” de su país” y el primer ministro británico, Rishi Sunak, apela a un macabro juego propio al insinuar que los “enemigos” de los británicos usan las migracione­s como un “arma” para desestabil­izar a Europa.

Pero salir de la desastrono­mía es posible. Un paso importante es darnos cuenta del costo real de nuestras “guerras”. Es alentador que en muchos países la guerra contra las drogas esté dando paso a estrategia­s más centradas en la salud pública, conforme se tornan cada vez más evidentes los costos y fracasos de lo otro.

Pero en otros campos, estaríamos tentados a decir que el fracaso se ha convertido en el nuevo éxito. Los políticos compiten en dar promesas de “seguridad” frente a nuevas crisis que se alimentan mutuamente. Haciendo referencia a una muy desorienta­dora “policrisis”, Adam Tooze de la Universida­d de Columbia señala con razón que ya no es posible una solución única. Pero pareciera que nuestra desorienta­ción realza el atractivo de las soluciones rápidas.

Tenemos que superar la obsesión simplista con la reducción violenta de la oferta (sea en la forma de combatir las migracione­s o librar una guerra contra el terrorismo). En vez de eso, podríamos empezar a ocuparnos de la demanda.

También debemos darnos cuenta de cómo este juego de “guerras” interminab­les está agravando la policrisis. Nuestros dirigentes, armados de métricas dudosas y de una política de distracció­n, siguen tocando el arpa mientras el mundo arde. Si no ponemos fin a la adicción a luchar contra bárbaros útiles, puede que al final los bárbaros terminemos siendo nosotros.

En el juego político de los bárbaros, el miedo ha sido un amigo leal

 ?? foTo GeTTY IMAGes ProPorCIon­AdA Por AfP ?? Migrantes en Estados Unidos.
foTo GeTTY IMAGes ProPorCIon­AdA Por AfP Migrantes en Estados Unidos.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Costa Rica