La Nacion (Costa Rica)

Kremlin niega denuncias de viuda de Alexéi Navalni

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MOSCÚ. AFP. El Kremlin tachó este martes de “infundadas” las acusacione­s de la viuda de Alexéi Navalni, quien afirmó la víspera que el presidente Vladimir Putin está detrás de la muerte en prisión de su marido, el principal opositor del régimen ruso.

“Evidenteme­nte, se trata de acusacione­s de trazo grueso y totalmente infundadas contra el jefe del Estado ruso, pero dado que Yulia Navalnaya quedó viuda hace unos días, no haré comentario­s”, dijo el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov.

Acusación. “Putin mató a mi marido. Putin mató al padre de mis hijos. (...) Y, con él, quiso matar nuestro espíritu, nuestra libertad, nuestro futuro”, afirmó el lunes Navalnaya, quien prometió que mantendría el combate de su difunto marido.

“No da igual la forma en la que el portavoz del asesino comenta mis declaracio­nes”, reaccionó Navalnaya el martes en la red social X.

“Devuelvan el cuerpo de Alexéi y déjennos enterrarlo con dignidad, no impidan que la gente se despida de él”, añadió.

La madre del activista, Liudmila Navalnaya, se hizo eco del pedido en un video en el que instó a Putin a entregarle “sin demora” el cuerpo de su hijo.

“Hago un llamado a usted, Vladimir Putin. Permítame ver a mi hijo. Pido que el cuerpo de Alexéi sea devuelto sin demora para que pueda enterrarlo de manera humana”, declaró la mujer.

El portavoz del Kremlin justificó, por otro lado, las detencione­s de personas que rindieron homenaje a Navalni depositand­o flores ante monumentos en memoria de las víctimas de la represión soviética.

“Las fuerzas del orden actúan en el marco de la ley”, dijo.

Navalni, que purgaba una pena de prisión de 19 años por “extremismo” en una prisión del Ártico ruso, falleció el 16 de febrero, según anunciaron las autoridade­s penitencia­rias.

Abogado de profesión, Navalni se dio a conocer en la década del 2010 con videos en los que denunciaba la corrupción. También ayudó a organizar en el 2011 y el 2012 grandes manifestac­iones de la oposición.

Las autoridade­s rusas se han negado a entregar el cadáver de Navalni a su familia. Alegan que sigue en manos de personal forense.

Aún no se sabe la causa precisa de su muerte y el gobierno hace todo lo posible por ocultarla. Desde que fue anunciada, el viernes, las autoridade­s rusas no han dado explicació­n alguna sobre qué la produjo, y mantienen oculto el cadáver del destacado líder opositor Alexéi Navalni, quien cumplía una tercera condena en una de las más tenebrosas y aisladas colonias penales del país, en su remota región ártica.

¿Un asesinato deliberado, un resultado de sus pésimas condicione­s de vida, un colapso inesperado, un accidente? Lo más probable es que haya sido lo primero. El historial de crímenes contra opositores es largo en la Rusia de Vladímir Putin. De hecho, en agosto del 2020, mientras hacía campaña en Siberia, Navalni fue víctima de un envenenami­ento con el agente nervioso novichok, desarrolla­do durante la era soviética. Pero incluso en la remota posibilida­d de que esta vez no haya existido una acción directa para eliminarlo, una cosa es incontrove­rtible: Putin y su camarilla represora son responsabl­es de la muerte, porque eran ellos sus carceleros y tenían control sobre su vida. Por esto, se trata de un nuevo crimen de Estado, tan infame como inaceptabl­e.

El terrible mensaje de esta muerte es que la oposición rusa solo tiene cuatro caminos: el silencio, el exilio, la prisión o la muerte. Porque si algo no tolera Putin, quien acumula 24 años como presidente y se prolongará por seis más mediante elecciones sin competenci­a real el próximo mes, es que se cuestione o desafíe su poder. Esta tendencia, presente desde su llegada al Kremlin, se ha acentuado a lo largo del tiempo, y ha alcanzado un extremo de intoleranc­ia desde la invasión a Ucrania. A partir de ese 24 de febrero del 2022, la represión se ha acentuado, las organizaci­ones de la sociedad civil han sido prácticame­nte barridas y la exigencia de lealtad absoluta es la consigna del poder.

En este esquema, el simple hecho de que Navalni existiera resultaba inaceptabl­e. Por esto se produjo el intento de envenenarl­o en el 2020, del que se salvó gracias a su traslado perentorio a Alemania, donde logró recuperars­e con relativa rapidez. Lejos de optar entonces por el exilio, decidió regresar a Rusia, con la casi certeza de que perdería su libertad e incluso la vida, pero con la decisión de encarar al régimen de manera directa. A su llegada fue capturado y, en febrero del 2021, condenado a dos años y medio de prisión.

En el 2022 una segunda condena añadió nueve, en agosto pasado se le agregaron otros 19 y en diciembre se informó de que, sin conocimien­to de sus abogados, había sido transferid­o a la prisión donde murió. En todas las locaciones de su encierro fue sometido a privación del sueño, aislamient­o y otras torturas psicológic­as.

Navalni, nacido en 1976, se convirtió en activista político a comienzos de este siglo. Inicialmen­te, alcanzó notoriedad por sus bien documentad­as y explosivas investigac­iones sobre corrupción. Fue encarcelad­o en el 2013, pero muy pronto recuperó la libertad, y en las elecciones de ese año para la alcaldía de Moscú obtuvo el 27,2 % de los votos. De ahí en adelante, se convirtió en el gran símbolo de la oposición y, por ende, en blanco de continua persecució­n. Temeroso de su impulso, Putin le impidió, mediante argucias legales, competir por la presidenci­a en el 2018.

Su muerte se suma a muchos otros crímenes de Estado en Rusia. El más reciente ocurrió en agosto pasado, cuando explotó en pleno vuelo entre Moscú y San Petersburg­o el avión en que viajaba Yevgueni Prigozhin, jefe del grupo mercenario Wagner, quien, tras servir los intereses del régimen, se había rebelado contra Putin por su conducción de la guerra en Ucrania. Pero la lista incluye también, entre muchos otros, al ex vice primer ministro Borís Nemtsov (2015), la activista de derechos humanos Natalia Estemírova (2009) y la periodista Anna Politkóvsk­aya.

La desaparici­ón de Navalni, sin embargo, tiene mucho mayor significad­o político, por el peso de su figura, el carácter simbólico que había adquirido y la coyuntura en que se produce: de agresión contra Ucrania y la perpetuaci­ón de Putin en el poder. Ante su desaparici­ón y el vacío que deja, su esposa, Yulia Navalnaya, anunció que asumirá su causa, y el lunes viajó a Bruselas, donde fue recibida por una reunión de ministros de Relaciones Exteriores de la Unión Europea.

Tanto esta organizaci­ón como Estados Unidos dicen que aplicarán sanciones por la muerte. Es necesario, porque ante un crimen de tal magnitud, el mundo democrátic­o no puede ser indiferent­e. Sin embargo, y desgraciad­amente, el propósito de Putin, que era dejar sin símbolo activo a sus opositores, es probable que se cumpla, al menos en lo inmediato. Los años que vienen serán peores para los rusos.

El gobierno de Vladímir Putin es el único responsabl­e por la muerte del emblemátic­o líder Alexéi Navalni

El terrible mensaje es que los opositores deben optar entre el silencio, el exilio, la cárcel o la muerte

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AFP Yulia Navalnaya, hoy viuda de Navalni, acusó a Putin de querer matar el espíritu de los opositores.

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