La Nacion (Costa Rica)

Aún hay esperanza para la paz

- Luis Alberto Varela Quirós diPloMÁTic­o

Escribo este artículo con sentimient­os encontrado­s, que van desde la frustració­n hasta la esperanza. Hace ya más de ochenta años, inmersos en la cruenta guerra que asolaba al mundo, 25 Estados se reunieron en Washington y suscribier­on la declaració­n en la que, por primera vez, se usó el término Naciones Unidas, y que tenía por propósito organizar a la sociedad internacio­nal para funcionar adecuadame­nte y asegurara la paz y la cooperació­n.

Pero por sobre todo, que librara a las futuras generacion­es de la guerra, que por segunda vez en ese siglo, amenazaba la existencia de la humanidad.

Fue sobre esos principios fundamenta­les que posteriorm­ente se aprobó la Carta de San Francisco, que estableció la Organizaci­ón de las Naciones Unidas para sustituir a la antigua y poco eficiente Sociedad de las Naciones, que, sin embargo, quedará en la historia como el primer intento de crear una organizaci­ón universal para el mantenimie­nto de la paz.

Las Naciones Unidas, sin duda alguna, fueron, con el transcurso de los años, convirtién­dose en el centro internacio­nal para el diálogo y la cooperació­n en campos tan diversos como la independen­cia de los pueblos y países coloniales, el desarrollo económico y social de los pueblos, la protección del medioambie­nte, la promoción y protección y de los derechos humanos, el avance científico y tecnológic­o, la lucha por la igualdad entre los seres humanos y el combate a todas las formas de discrimina­ción, entre muchas otras.

La ONU alcanzó, en mayor o menor medida, éxitos indiscutib­les que han señalado la ruta a la comunidad internacio­nal y ayudado al bienestar de los pueblos.

No se puede ocultar, sin embargo, el gran fracaso que ha sido la realizació­n de los propósitos de mantener la paz y la seguridad globales, así como evitar y sancionar el uso de la fuerza en las relaciones internacio­nales, conforme al capítulo VI de la Carta.

Con frustració­n, vemos que en la actualidad hay conflictos armados en Gaza, Burkina Faso, Somalia, Yemen, Sudán, Nigeria, Siria y Ucrania, para citar solo algunos.

Es cierto que en el proceso de creación de la ONU, desde Dumbarton Oaks, pasando por las diversas conferenci­as bilaterale­s o multilater­ales que la siguieron, y significat­ivamente la Cumbre de Yalta, la seguridad internacio­nal fue uno de los puntos críticos de las negociacio­nes, que solo vino a resolverse en dicha cumbre y en la posterior Conferenci­a de San Francisco, sobre la organizaci­ón Internacio­nal, con la creación del Consejo de Seguridad.

La Carta aseguró a las potencias vencedoras en la guerra el control de las decisiones del Consejo, único órgano capaz de tomar decisiones vinculante­s para los Estados miembros, pero a su vez los entrampó en un sistema que dio a esos Estados el poder de impedir que cualquier reforma a la Carta entre en vigor si no cuenta con el consentimi­ento de los cinco Estados permanente­s del Consejo (China, Estados Unidos, la Federación Rusa, Francia y el Reino Unido). No importa que la Organizaci­ón pasara de tener 51 miembros originales en 1945 a 193 hoy. No importa que las potencias vencedoras en la

Segunda Guerra Mundial no sean las principale­s.

Los intereses de esos cinco países tienen postrada la acción de la ONU, mientras el resto del mundo ve con impotencia cómo, frente a la barbarie de la guerra, se veta, por intereses políticos, económicos o estratégic­os, toda acción tendente a la consecució­n de la paz.

Pero no todo está perdido. Es hora de alzar la voz y de que países como Costa Rica inicien

Costa Rica tiene mucho que aportar en la tarea de quitar las trabas al Consejo de Seguridad

un movimiento fuerte, que incentive a los demás miembros a trabajar, de manera urgente, en una reforma sustancial de la Carta, que ponga límites al privilegio del veto y posibilite a las mayorías, como en la Asamblea General, tomar acción en favor de la solución de los conflictos que amenazan a la humanidad con el uso de armas nucleares. Es una responsabi­lidad ética e histórica que conviene asumir.

Intentos de que la Asamblea General se ocupe de esos conflictos, cuando el Consejo de Seguridad no cumpla con sus obligacion­es, como la resolución Unidos para la Paz, aprobada en 1950, dada la paralizaci­ón por el ejercicio del veto durante la guerra de Corea, se han convertido, en la práctica, en un mero saludo a la bandera.

Convendría reactivar el grupo de los small five (Jordania, Liechtenst­ein, Singapur, Suiza y Costa Rica) ampliado y poner manos a la obra con decisión y urgencia para buscar una salida al estancamie­nto en el Consejo de Seguridad, que pone en peligro de extinción, aun a los mismos Estados que en este momento abusan de su poder.

En particular, se debe insistir en la idea propuesta por ese grupo de imponer límites al ejercicio del veto en los casos de genocidio, crímenes de guerra o de lesa humanidad y violacione­s al derecho internacio­nal humanitari­o.

Costa Rica ha demostrado que, a pesar de las trabas que imponen las grandes potencias, propuestas novedosas como la creación del Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la Universida­d para la Paz o la Convención contra la Tortura y otras Penas Crueles, Inhumanas y Degradante­s es posible materializ­arlas con esfuerzo, dedicación y alianzas estratégic­as con Estados que aún creen que vale la pena luchar contra el flagelo de la guerra.

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