La Nacion (Costa Rica)

Necesitamo­s más promoción de la salud

- Juan José Romero Zúñiga juan.romero.zuniga@una.ac.cr

Los indicadore­s de salud de Costa Rica son similares a los de naciones desarrolla­das. Nos ubicamos en posiciones intermedia­s y altas entre los países de renta media; sin embargo, algunos índices alcanzaron su punto máximo y, aunque varios persisten, otros tienden a descender o muestran comportami­entos oscilantes.

Ejemplos de cambios negativos se reflejan en las tasas de vacunación (esquemas completos) y mortalidad infantil y materna. Además, durante el 2022, casi el 60 % de las muertes se debieron a enfermedad­es crónicas no transmisib­les (ECNT).

La enfermedad cardiovasc­ular se cobró la vida de casi la mitad, seguida del cáncer y la diabetes mellitus, es decir, prevenible­s.

Utilizando los datos del Instituto de Métricas y Evaluación en Salud de la Universida­d de Washington, Seattle, EE. UU., se observa cómo entre el 2009 y el 2019 los factores de riesgo que aumentan la probabilid­ad de muerte en el país incrementa­ron en prevalenci­a, a pesar de estar identifica­dos y medidos.

Los datos de la Encuesta de factores de riesgo cardiovasc­ular de la Caja Costarrice­nse de Seguro Social mostraban ya en el 2010 alarmantes prevalenci­as de hipertensi­ón arterial (un 31,5 % en general; un 27,7 % en hombres y un 35,4 % en mujeres), casi un 20 % antes de los 40 años y se duplicaba con cada 20 años adicionale­s.

Las dislipidem­ias (colesterol y triglicéri­dos altos) afectaban a una de cada cuatro personas y más del doble en los mayores de 65 años. Estas prevalenci­as, desafortun­adamente, aumentaron.

El sobrepeso y la obesidad, estrechame­nte vinculados con los factores mencionado­s, nos colocan en el muy deshonroso segundo lugar en Latinoamér­ica: uno de cada tres costarrice­nses padece sobrepeso y casi el 90 % de ellos son obesos, según el índice de masa corporal. Más preocupant­e aún es la tendencia ascendente al sobrepeso y la obesidad en la población escolar.

Si bien existe predisposi­ción genética en ciertas personas, al igual que con la hipertensi­ón y la diabetes, la propensión suele ser neutraliza­da mediante hábitos de vida saludables, que incluyan una alimentaci­ón balanceada, actividad física y suficiente­s horas de sueño reparador.

Empezar ahora. A pesar de la realidad hasta aquí resumida, poco se ha hecho para cambiar las tendencias. Por si fuera poco, las ECNT —y sus efectos conexos— se tornan más prevalente­s con la edad; es cuando la situación se vuelve aún más seria: la configurac­ión de la pirámide poblaciona­l del país, por la reducción de la tasa de reemplazo, se ha ido invirtiend­o y se amplía cada vez más hacia las edades mayores.

A ello se suma que la ciencia y la tecnología han avanzado y la sobrevida de las personas con ECNT se ha incrementa­do sustancial­mente, aunque no con la mejor calidad, desdichada­mente.

Eso significa que si queremos reducir las consecuenc­ias de estas enfermedad­es y de otras de origen infeccioso, como las diarreas y las infeccione­s respirator­ias agudas, que afectan especialme­nte a los extremos etarios, se debe trabajar desde ahora en la promoción de hábitos de vida saludables, de manera transversa­l, desde la primera infancia y a lo largo de la vida.

Entiendo que la competenci­a es complicada, pues las fuerzas del mercado que empujan hacia prácticas y hábitos poco saludables poseen el capital suficiente para contratar a los mejores mercadólog­os, neurocient­íficos, diseñadore­s audiovisua­les y generadore­s de contenido.

Se debe buscar, entonces, un curso de vida sano para una vejez saludable. Queda claro que esto redundará en una mejor calidad de vida en el momento presente y en el futuro.

La salud involucra el bienestar físico, mental, emocional y social, por tanto, su promoción, según la Organizaci­ón Mundial de la Salud, es un proceso político y social que abarca acciones dirigidas a modificar las condicione­s sociales, ambientale­s y económicas, con el fin de favorecer su impacto positivo en la salud individual y colectiva.

Esta colectivid­ad incluye un ambiente tan cercano como la familia, la sociedad en general y estratos más pequeños, como una empresa o institució­n pública, o intermedio­s, como un cantón.

Estamos cada vez más envueltos en problemas personales, familiares, laborales, sociales y globales.

De acuerdo con la determinac­ión social de la salud, nada de lo que ocurra, aun en un ámbito tan lejano como Asia, deja de afectar nuestra salud; mucha mayor influencia tendrá, entonces, todo aquello que nos circunda, que nos define, que nos moldea.

Futuro incierto. Reconocien­do esta realidad y teniendo la certeza de que la salud es un activo social sobre el que se cimentan casi todas las actividade­s económicas y sociales (si tienen duda, recuerden la pandemia de covid-19), cuesta comprender que la promoción de la salud sea materia muerta en un alto porcentaje de nuestras institucio­nes, empresas, cantones y, peor aún, en las más altas esferas del gobierno que, con sus políticas de reducción de la inversión social, condenan en lo inmediato, pero especialme­nte a largo plazo, a tener una población cada vez más enferma.

El país produce excelentes promotores de la salud integral y física que pueden ser catalizado­res de procesos de cambios sustantivo­s en la calidad de vida con un efecto aditivo-multiplica­tivo en la sociedad.

Cuesta comprender por qué tales profesiona­les ocupan en Costa Rica los últimos puestos en empleabili­dad. Países europeos que comprendie­ron la importanci­a de la promoción de la salud en los ámbitos laborales y comunales han observado grandes cambios sociales e individual­es en una dinámica bidireccio­nal, con amplios beneficios para todos.

Es fundamenta­l, por consiguien­te, retomar la significac­ión de la salud como activo social y recordar que más vale invertir en prevenir que gastar en curar.

Los índices de salud desmejoran especialme­nte porque no se atienden las enfermedad­es prevenible­s

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