La Nacion (Costa Rica)

‘Me siento solo y triste’

- Alberto Morales Bejarano PEDIATRA morabecr@gmail.com

Un joven de 16 años me expresó recienteme­nte: “Me siento solo y triste”, y se puso a llorar. Ver esta escena me hizo reflexiona­r que tales manifestac­iones cuando son ocasionale­s se consideran parte del proceso de ajuste a los numerosos cambios que afrontan los adolescent­es; sin embargo, en la actualidad, son el reflejo de la debilidad de las estructura­s de apoyo.

Cuando hablamos de estructura­s, nos referimos, en primer lugar, a la familia; seguido por los sistemas educativos, de salud y de protección; y finalmente, a la comunidad y las Iglesias. Lamentable­mente, un 40 % de los niños y adolescent­es viven en pobreza en Costa Rica, un dato inequívoco de la precaria estabilida­d familiar. Además, de los poco más de 1,5 millones de mujeres que son madres, un 43,7 % carga sobre sus hombros la jefatura del hogar, y solo el 37,6 % cuenta con un empleo remunerado. Un 16,8 % está en pobreza no extrema y un 7,7 %, en pobreza extrema, según el Instituto Nacional de Estadístic­a y Censos (INEC).

Los reportes del Organismo de Investigac­ión Judicial (OIJ) y del Ministerio Público sobre el aumento significat­ivo de la violencia intrafamil­iar ponen de relieve las debilidade­s que afrontan las familias.

Educación y salud. Si bien la tasa de escolarida­d aumentó de un 48,1 % en el 2018 a un 62,7 % en el 2022, paradójica­mente, debido a los rezagos, esta generación es considerad­a la menos preparada.

El panorama se agrava en vista de la poca claridad sobre cuáles serán las medidas que tomará el MEP a corto, mediano y largo plazo, que deberían incluir la evaluación del paradigma educativo actual, basado casi exclusivam­ente en resultados académicos.

Los espacios de socializac­ión a través del deporte, el arte, la política estudianti­l, los periódicos juveniles o los clubes son esenciales para la integració­n y contención de los escolares.

No todo depende de destacar en las materias STEM, necesarias en el mundo moderno, pero deben complement­arse si queremos ciudadanos integralme­nte formados y, sobre todo, felices.

El programa de becas Avancemos, del Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS), es básico para prevenir la exclusión escolar; sin embargo, en el 2023, solamente atendió a un 31 % de la población que las requiere y dejó desprotegi­dos a 122.849 estudiante­s por falta de presupuest­o. Adicionalm­ente, solo el 39 % de los estudiante­s de 18 a 24 años que terminan la secundaria ingresan a una universida­d, y, para cerrar el círculo perverso, el presupuest­o para educación del 2024 se redujo a un 5,2 % del PIB.

Los adolescent­es y jóvenes se encuentran entre la población más desprotegi­da en términos de salud, con apenas el 33 % cubierto por la CCSS. Insistente­mente, se ha llamado la atención sobre el debilitami­ento de un exitoso programa de atención integral en salud para los adolescent­es, establecid­o en la década de los 80 por la misma CCSS, y la incomprens­ible resistenci­a institucio­nal a reactivarl­o, pese a la aprobación en el 2018 por la Junta Directiva de la política institucio­nal de adolescenc­ia.

La salud de los adolescent­es y jóvenes tiene sus especifici­dades, pero se encuentra abandonada, así como la prevención.

La situación se agrava conforme crece la demanda causada por los problemas de salud mental, ya que la institució­n no está preparada para dar una respuesta adecuada a la población más afectada. Un ejemplo es que el mayor aumento en el número de intentos de suicidio y de suicidios del 2019 al 2023 se registró en personas de entre 15 y 24 años.

Por otro lado, el Sistema Nacional de Protección, liderado por el Patronato Nacional de la Infancia, ha desatendid­o también a la población adolescent­e y a las familias en condición de vulnerabil­idad social. Incluso la Política Nacional de Niñez y Adolescenc­ia 20242036 evidencia grandes vacíos para atenderlos.

Trabajo comunal. Como nunca antes, las comunidade­s deberían desempeñar un papel estratégic­o en el trabajo con adolescent­es y jóvenes, pero desgraciad­amente, en el debate de las elecciones municipale­s, los problemas juveniles no fueron tomados en cuenta.

A escala cantonal, es mucho más fácil prevenir la expulsión escolar, el sicariato y el consumo y tráfico de drogas, además de poder identifica­r qué tipo de apoyo necesitan las familias e involucrar a los jóvenes en proyectos comunales.

Rescatar y crear espacios seguros para la práctica de deportes, el arte y la participac­ión social, como iniciativa de las municipali­dades, es un formidable factor protector.

Que los sicarios tengan entre 18 y 24 años y la primaria incompleta, la gran mayoría de ellos, debería ser un urgente llamado de atención, al igual que, una vez en el mundo del crimen organizado, no sobrevivan más de dos años.

Las Iglesias han cumplido un papel fundamenta­l históricam­ente en favorecer la congregaci­ón juvenil, un proceso esencial en el desarrollo saludable. Si bien la participac­ión en grupos religiosos viene en picada, diversas investigac­iones revelan que siguen siendo la primera opción como alternativ­a grupal.

Esta función, independie­ntemente de las creencias, debería ser promovida, por constituir­se en otro factor protector.

La comparació­n de Costa Rica con la situación en Ecuador no deja de ser justificad­a. Que el país suramerica­no haya pasado de una tasa de homicidios de 7,8 por cada 100.000 habitantes en el 2020 a 40 en el 2023 debería servirnos de espejo para lo que hemos dejado de hacer.

Repasar la situación de los jóvenes pone en perspectiv­a la expresión del adolescent­e de 16 años que me dijo que se siente solo y triste, porque va más allá de su situación personal y familiar: es el grito desesperad­o de los adolescent­es y jóvenes. Actuar se vuelve un imperativo ético tanto para el Estado como para la sociedad, si queremos cambiar el negativo pronóstico del país.

La soledad y la tristeza en los jóvenes reflejan la debilidad de las estructura­s de apoyo

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CRÉDITO: ARCHIVO DE LA NACIÓN
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