La Nacion (Costa Rica)

Niños y adultos vengativos y arrogantes

- Carolina Gölcher Umaña PSICÓLOGA Y PSICOANALI­STA cgolcher@gmail.com

Circula un nuevo malestar: el terror a ser común y corriente. Es decir, la urgencia de verse y sentirse especial, con el consiguien­te esfuerzo por un estilo de vida basado en algo que aspira a parecerse a una contracult­ura, pero que no pocas veces huele más a malos modos que a resistenci­a.

Un ejemplo está en algunas familias cuyos hijos sirven de material disponible para esa exigencia: ponerles nombres raros, imponerles tempraname­nte disciplina­s atípicas, diagnostic­arles algún síndrome de genios, vestirlos como rock star, etcétera. Lo anterior, con el fin de hacerles entender que son especiales; no solo distintos, sino sobresalie­ntes, y así comienza el problema. Dado que, cuando proviene del narcisismo, el afán por la diferencia nunca es proporcion­ada, y aunque no lo confiesen, se trata de hacer que se sientan superiores.

Sobre esto, algunas corrientes pseudo psicológic­as deben asumir su cuota de responsabi­lidad, pues pelearon por liberar a las personas de sus complejos, y, hasta cierto punto, erraron al cerrar los ojos ante la evidencia de que crearían una trampa por mediación del vicio llamado autoestima, que deriva en otro malestar, también muy común en estos días: buscar más amor propio.

La combinació­n se traduce en “quiero ser extraordin­ario”, y se vende muy bien como terapia y en seminarios, libros y pódcasts para el empoderami­ento.

Cuando en los aspirantes al heroísmo la estima no coincide con el ego idealizado, aparece el resentimie­nto (entendido como palabra genérica que engloba el rencor, el despecho, la amargura, la culpa, el ansia de venganza).

En la esfera política, es común toparse con seres atrinchera­dos en el narcisismo, que pide manifestar­se en la forma de represalia­s. En esta posición psíquica, el ser humano ama a otros parecidos y rechaza o castiga a quien sea diferente.

En otras palabras, se ama a sí mismo en otros, de ahí que sea evidente que colaborado­res y seguidores imiten las tácticas y estrategia­s de “su” líder. El filósofo y ensayista surcoreano Byung-Chul Han lo denomina el “infierno de lo igual”.

Al mismo tiempo, la falta de elaboració­n psíquica conduce no tanto a plantear un desacuerdo con lo que dice el otro, sino con el otro, evitando así los espacios para las discusione­s de fondo.

Dicho de otra manera, se intenta resolver un problema de narcisismo sosteniend­o pequeñas discrepanc­ias egóticas (que habla en exceso de sí mismo) y exóticas, lo que Freud denominó “el narcisismo de las pequeñas diferencia­s”.

El fundador del psicoanáli­sis explicaba que en las comunidade­s primitivas era un mecanismo para preservar la identidad genealógic­a del grupo con respecto a los que estaban más cercanos. Por tanto, la reaparició­n de estas conductas en la vida política es un signo de descomposi­ción grupal, una regresión tribalista contraria a todo proyecto comunal.

Sobre las represalia­s, el psicoanali­sta Luis Kancyper señala que el rencoroso (resentido y remordido) posee una memoria implacable y se halla

Criados como estrellas de cine, se vuelven vengativos cuando son adultos

poseído por reminiscen­cias vindicativ­as.

Su “memoria del rencor” se nutre de la esperanza en el poder en un tiempo de revancha por venir, y la utiliza para huir del enfrentami­ento y la asunción de la responsabi­lidad por los conflictos provocados.

Esa memoria del rencor instala un tiempo circular y repetitivo de los conflictos interminab­les sellando el destino trágico de la gente y los pueblos.

Además, para Kancyper, quien no controla sus resentimie­ntos permanece inmoviliza­do y entretenid­o en duelos interminab­les; adhiere viscosamen­te su libido al deudor con el fin de realizar un triunfo de desquites sobre él, mediante fantasías asintótica­s legalizada­s. También, el resentido alimenta su estatus de inocente, castigador, vengativo y arrogante.

De ahí que tales duelos patológico­s se expresan por medio de la venganza, el reproche, la queja melancólic­a y la manía querellant­e. En cualquier caso, el deseo de venganza es adictivo y se compone de otras variables, además del narcisismo expuesto en este artículo. ■

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