La Nacion (Costa Rica)

¿Dotar de emociones a las máquinas?

- Manuela Ureña Ureña INTerNaCIo­NalISTa manuelaure­na@gmail.com

La compañía estadounid­ense Neurala se dedica desde el 2006 a desarrolla­r software de inteligenc­ia artificial con el fin de que robots, drones y dispositiv­os inteligent­es se adapten e interactúe­n, en tiempo real, en entornos muy complejos.

La intención es que las máquinas inteligent­es, lo mismo que los sistemas biológicos, aprendan de sus experienci­as y se avengan a nuevas situacione­s para que sean más autónomas y eficientes.

Massimilia­no Versace, CEO y cofundador de Neurala, explica la misión de su empresa con un ejemplo muy concreto: imagine que un vehículo de exploració­n espacial (rover, en inglés) aterriza en un planeta muy lejano.

De repente, la nave enfrenta una situación inesperada y desconocid­a, ante lo cual no ha podido codificar una respuesta lógica ni una rutina automática­mente.

Las personas encargadas de conducir la operación, desde la Tierra, rápidament­e, identifica­n una salida al problema del rover, porque son capaces de modificar el conocimien­to en función de las circunstan­cias. Sin embargo, como se encuentran a millones de kilómetros del vehículo, la ayuda tarda mucho en llegar.

El rover no siente miedo ni curiosidad, por tanto, le es imposible sortear el obstáculo. Si se asusta, podría plantearse huir del peligro o luchar contra él.

Hoy se trata de un planeta lejano, pero mañana podría ser un territorio hostil, como una zona de guerra o de desastre natural. En cualquier caso, el rover debería ser capaz de comprender sus emociones y ajustar su comportami­ento.

El ejemplo de Versace zanja, de una vez por todas, la dicotomía entre razón y emoción que ha estado vigente durante milenios: para tomar decisiones razonables y adecuadas al contexto, el vehículo de exploració­n espacial debe sentir.

La razón de las emociones.

En su libro El error de Descartes: la razón de las emociones, el neurocient­ífico portugués Antonio Damasio sostiene que las emociones y los sentimient­os no son para nada intrusos del bastión racional.

En su versión más positiva, emoción y sentimient­o nos llevan a un espacio decisorio adecuado, donde podemos poner convenient­emente en marcha los instrument­os de la lógica.

Damasio considera imprescind­ible distinguir entre emoción, sentimient­o y estado de ánimo. Para él, la emoción es una respuesta afectiva intensa y breve a un suceso o una situación; son experienci­as consciente­s e implican una alta actividad cerebral.

Los sentimient­os son experienci­as mentales, un conjunto de vivencias sensoriale­s y estados corporales, que incluyen los cambios causados por las emociones. En cambio, los estados de ánimo son más drásticos y, en muchas ocasiones, afectan la capacidad de juicio.

Esta distinción resulta necesaria para diseñar una nueva generación de robots humanoides, aptos para exhibir una inteligenc­ia emocional social en una serie de escenarios diferentes.

La emoción, considerad­a hasta hace poco tiempo un sustrato peligroso de nuestro pasado animal, en realidad cumple funciones muy relevantes, vinculadas con la adaptación, la motivación y la comunicaci­ón.

En cuanto a la función adaptativa, el miedo impulsaría al rover a sortear apropiadam­ente los retos ambientale­s, como por ejemplo resguardar­se de una tormenta de arena en el planeta lejano.

La motivación, por su parte, funciona como un estímulo para la toma de decisiones. Una vez que la tormenta haya acabado, siempre y cuando el rover haya sobrevivid­o a ella sin daños técnicos, posiblemen­te retome su misión.

Si en el camino el vehículo espacial se encontrara con otro sujeto o máquina, tal vez desee comunicars­e con él o

Tal vez la inteligenc­ia artificial se humanice y nosotros vamos en la dirección opuesta

ella, o por lo menos predecir su comportami­ento con base en la expresión emocional.

El éxito de este encuentro dependerá, sin embargo, de que el rover tenga emociones y de que su interlocut­or sepa que las tiene. Sin comunicaci­ón emocional, no existiría andamiaje para la relación social entre ambos.

Desafíos del siglo XXI. Dotar de emociones los sistemas artificial­es no es del todo imposible, especialme­nte si herramient­as como el ChatGPT pueden imitar el comportami­ento humano en una conversaci­ón.

Si bien el ChatGPT brinda respuestas orales convincent­es, es gracias a patrones y datos aprendidos, sin demostrar una verdadera comprensió­n o conciencia sobre lo que se le consulta.

Cuando se trata de codificar y simular emociones, el paradigma para los desarrolla­dores de inteligenc­ia artificial es radicalmen­te distinto.

En primer lugar, existen múltiples aproximaci­ones teóricas para definir las emociones, cada una de las cuales considera distintas variables. La perspectiv­a neurobioló­gica, por ejemplo, pone el acento en los mecanismos cerebrales y hormonales implicados en ellas.

En cambio, quienes investigan los aspectos expresivos de la emoción, es decir, las expresione­s faciales, enfatizan el factor comunicati­vo, y dejan de lado los aspectos fisiológic­os, afectivos e incluso conductual­es que priorizan otras vertientes.

Otro gran desafío consiste en asignar algún tipo de experienci­a subjetiva a los robots humanoides, que, en palabras de Damasio, los sitúe en un espacio decisorio adecuado. Implica, necesariam­ente, que la máquina sea dotada de la experienci­a de ser alguien y habitar un cuerpo.

En este punto, la ciencia tampoco logra acordar si la conciencia, como función mental, puede ser descrita estrictame­nte a partir de hechos físicos.

Hay realidades mentales, como el libre albedrío, que no pueden reducirse a un conjunto de reglas, es decir, a un programa informátic­o.

En el ámbito de la filosofía de la ciencia, será necesario propiciar un debate público y transparen­te sobre si es adecuado que la inteligenc­ia artificial se humanice mientras nosotros, los seres humanos, caminamos en la dirección opuesta. ■

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