La Nacion (Costa Rica)

Daniel Ortega mancilla el legado de Sandino

- Carlos Fernando Chamorro PERIODISTA NICARAGÜEN­SE carlosf.chamorro@confidenci­al.com.ni

El 21 de febrero, después de 56 días de ausencia en el cargo público, el gobernante de Nicaragua reapareció en un acto oficial en homenaje al general Sandino.

El año pasado, Daniel Ortega compareció únicamente en 30 eventos públicos, la mayoría de estos, ceremonias protocolar­ias, incluidos un viaje a Cuba y otro a Venezuela, según los medios oficiales.

Al iniciarse el 2024, impuso un récord con su período más prolongado de ausencia de casi dos meses de la función pública, mientras la vicepresid­enta y vocera del régimen se hace cada vez más omnipresen­te a través de su monólogo oficial cada mediodía y en el manejo del día a día de los hilos del poder.

Con independen­cia de cuál sea la causa de la incapacida­d de Ortega para asumir sus funciones como gobernante, es evidente que ya comenzó la sucesión dinástica en el poder, como se demuestra en la intervenci­ón policial y la barrida de la Corte Suprema de Justicia el año pasado, donde aún está pendiente el nombramien­to de 13 nuevos magistrado­s, ya no bajo la tutela de Ortega, sino únicamente leales a Rosario Murillo.

Ortega y Pinochet. Ortega se jactó de haber despojado de su nacionalid­ad a centenares de nicaragüen­ses por demandar elecciones libres, justicia y democracia, en una acción violatoria de convenios internacio­nales suscritos por el Estado de Nicaragua para prevenir la apatridia, que ha sido condenada de forma rotunda por la comunidad internacio­nal.

Intentó mofarse de los 110 nicaragüen­ses que hemos recibido la ciudadanía española, pero lo que hizo fue enaltecer el extraordin­ario gesto de solidarida­d de España, que pone de relieve los crímenes de lesa humanidad y la persecució­n política que ha impuesto el régimen Ortega-Murillo.

Ortega justificó la apatridia leyendo un manifiesto del general Sandino de 1927, pero en realidad no se ha inspirado es Sandino, sino en el dictador chileno Augusto Pinochet, el único gobernante latinoamer­icano que se atrevió a despojar de su nacionalid­ad a una decena de ciudadanos en 1976, entre ellos el excancille­r de Allende, Orlando Letelier, asesinado en Washington ese mismo año en un acto terrorista patrocinad­o por Pinochet.

El dictador nicaragüen­se ha superado con creces al dictador chileno, al despojar de su nacionalid­ad no a 10 ciudadanos como Pinochet, sino a 317 nicaragüen­ses, quizás porque su afán de odio y venganza es mayor y aún más irracional que el de la dictadura militar chilena.

El refugio de los corruptos.

Además de despojar a nicaragüen­ses de su nacionalid­ad, Ortega ha convertido el país en un refugio de corruptos al ofrecer protección y otorgar la ciudadanía a cambio del blanqueo de capitales a expresiden­tes perseguido­s y procesados por corrupción en sus países, como los salvadoreñ­os Mauricio Funes y Salvador Sánchez Cerén, a varios ex altos funcionari­os de Honduras y Guatemala, y al otorgarle asilo político al expresiden­te de Panamá Ricardo Martinelli.

¿Cuánto cuesta una nacionalid­ad nicaragüen­se en el mercado de corrupción de Daniel Ortega y cuáles son sus réditos políticos y económicos? La respuesta segurament­e la tienen el libio Mohamed Lashtar, sobrino de Muamar al Gadafi, ahora nacionaliz­ado nicaragüen­se, embajador ante 11 países árabes, o Maurizio Gelli, hijo del italiano Licio Gelli, de la logia P2 y el escándalo del Banco Ambrosiano, que como nacionaliz­ado nicaragüen­se es el flamante embajador de Nicaragua ante España y otros tres países europeos.

La hipoteca de la soberanía. Ante sus partidario­s, Ortega y su esposa se presentan como herederos del general Sandino, máximo símbolo de la defensa de la soberanía nacional. Pero todo el mundo sabe, incluidos los mismos sandinista­s, que con la Ley 840 del canal interoceán­ico, promulgada en el 2013, la ley Ortega-Wang, el régimen hipotecó por 100 años la soberanía nacional al entregarla al empresario chino Wang Jing, para la supuesta construcci­ón del canal y una decena de subproyect­os en cualquier parte del territorio nacional.

A pesar de la aparente estafa millonaria y el fracaso del proyecto canalero, que fue rechazado por las 100 marchas de protesta del Movimiento Campesino, esa ley sigue viva y representa una amenaza para la integridad territoria­l de Nicaragua. Por eso la primera tarea del nuevo gobierno democrátic­o que sustituya a la dictadura debe ser la anulación de la Ley 840 y establecer las bases de la justicia sin impunidad, para iniciar la reconstruc­ción de Nicaragua.

Pero, además, el país necesita recuperar plenamente su soberanía y enterrar la política vendepatri­a de Ortega ante las potencias de Rusia y China.

En el 2022, en otro aniversari­o del general Sandino, Ortega mancilló el legado del héroe nacional al justificar su apoyo a la invasión militar del dictador ruso, Vladímir Putin, en Ucrania, en nombre de Sandino, el ícono antiinterv­encionista.

Dos años después, este 21 de febrero, Ortega compareció otra vez acuerpado por el alto mando del Ejército y la Policía para refrendar el respaldo de las institucio­nes armadas a su discurso de odio y venganza, y a su actuación como peón de los intereses de Rusia y China en Centroamér­ica.

Generales nicaragüen­ses.

¿Qué se puede esperar del Ejército de Nicaragua que, incumplien­do su mandato constituci­onal, en el 2018 se negó a desarmar al ejército paramilita­r de Ortega? ¿Qué reserva institucio­nal existe en un Ejército que en el 2024 presuntame­nte fue cómplice del trasiego de cien toneladas de cocaína de Nicaragua a Rusia?

La pelota está en la cancha de los 20 generales del Ejército, encabezado­s por Julio César Avilés, que durante más de una década han representa­do el tapón institucio­nal que impide el ascenso de los oficiales en la carrera militar, y ahora se debaten ante la incertidum­bre de la “sucesión dinástica”.

¿Será reelegido el general Avilés por un cuarto período como jefe del Ejército en el 2025? ¿Cuál es el futuro de los otros 19 generales ante la eventual salida de Avilés? ¿Se declararán leales a Murillo o serán antes desplazado­s por los altos militares que serán nombrados por la sucesora del poder? ¿Será el Ejército intervenid­o políticame­nte por el sistema de ordeno y mando de El Carmen, como ha ocurrido ya con la Policía, el Poder Judicial y el Poder electoral?

Nadie puede predecir, por ahora, el desenlace de estas interrogan­tes, pero mientras el liderazgo del Ejército siga sometido a la dictadura familiar Ortega-Murillo, la institució­n militar está hipotecand­o su futuro a la suerte de la “sucesión dinástica”. ■

Todo el mundo sabe, incluidos los sandinista­s, que el dictador nicaragüen­se supera con creces a Augusto Pinochet

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AFP
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