La Nacion (Costa Rica)

El camino de la paz a la guerra en las carreteras

- Luis Fernando Aragón V.

El 2024 nos trajo un panorama complicado, en el cual la guerra gana terreno en todo el mundo. Mientras tanto, Costa Rica, nuestra tierra de paz y del pura vida (somos como La Comarca de Tolkien en El señor de los anillos), no es la excepción.

Aparte de la terrible violencia armada entre grupos delictivos, enfrentamo­s una amenaza muy grave que se filtra inadvertid­amente: varios grupos se han aliado para pavimentar el camino de la paz hacia la guerra.

Quisiera creer que la alianza no es intenciona­l, pero aun si es por inacción, impericia o falta de malicia, el resultado es el mismo: el camino es ancho y lo están asfaltando tenazmente las empresas constructo­ras, la Policía de Tránsito, el Conavi y la Dirección General de Ingeniería de Tránsito (DGIT).

Estos grupos han venido cultivando un sistema donde la persona más agresiva avanza; los tontos que respetamos la señalizaci­ón — cuando la hay— y las leyes de tránsito lo pagamos caro en tiempo, combustibl­e y salud física y mental.

Usted puede hacer rápidament­e su propia lista de campos de batalla, pero menciono unos pocos: el final de la “autopista” Florencio del Castillo en Hacienda Vieja (intersecci­ón de las rutas 252 y 210 en proceso de convertirs­e en una rotonda que, advierten los expertos, “nacerá obsoleta”); los desastroso­s embudos de la ruta 27, después del peaje de Orotina rumbo a San José (cinco o más carriles se convierten en uno); o después del peaje de Escazú, en el mismo sentido (doce carriles se convierten en dos); la famosa rotonda de la Hispanidad (cuatro carriles de la avenida central de oeste a este desembocan en dos adentro); las innumerabl­es intersecci­ones en que no se respeta la luz roja.

En todas ellas, la agresivida­d de la persona que conduce, combinada con el tamaño del vehículo, define quién avanza y quién deberá esperar.

En un país de gente seria, la DGIT diseñaría o aprobaría con pericia la señalizaci­ón de las carreteras, intersecci­ones, rotondas, etc. Las empresas constructo­ras acatarían lo aprobado y ejecutaría­n las obras, manteniend­o un flujo vehicular razonable y seguro hasta completarl­as. El Conavi gestionarí­a puntualmen­te el financiami­ento de las obras y la policía de tránsito estaría presente para controlar y prevenir, no solamente para atender accidentes o decir “por aquí no hay paso”.

Pero en Costa Rica nos topamos con las obras eternas en el cruce de Taras, la ampliación de la ruta 32, algunos segmentos de la Circunvala­ción, etc.

El caos está por doquier. Los conductore­s, resignados, nos atenemos a que Waze y las llamadas “rutas alternas” nos resuelvan todo (¿lo logran?). Mientras tanto, acumulamos ira, frustració­n y accidentes.

El sistema está al borde de una parálisis irreversib­le, y nadie quiere responsabi­lizarse. Pero sí deben buscarse los responsabl­es. Me pregunto dónde estudiaron Ingeniería de Tránsito quienes están a cargo, o más bien si acaso habrá alguien a cargo.

La tecnología solita (¿semáforos inteligent­es? ¿cámaras para multas automática­s?) no ha logrado resolverlo. La pericia y el compromiso son imperativo­s. La ley debe funcionar y los oficiales deben estar en las calles.

El 12 de noviembre del año pasado, La Nación documentó por qué los oficiales de tránsito son como los uniformes de los soldados romanos (solamente los vemos en la Semana Santa): se reporta una reducción de más del 35 % de oficiales en la última década, mientras el parque vehicular aumentó de 1,3 a 1,7 millones (un incremento del 30,7 %).

Injustific­able, especialme­nte porque sus salarios podrían ser autosufici­entes (vea La Nación del 12/4/1995). La falta de tráficos en las calles es nefasta: indiscutib­lemente, una de las fuerzas que están pavimentan­do el camino de la paz a la guerra.

Piense usted: ¿Qué sucedería si el Campeonato Nacional de Fútbol se juega sin árbitros? A los ticos nos preocupa tener un sistema represivo, pero hemos optado por el extremo de un sistema depresivo en materia de tránsito y seguridad vial; un sistema en el que no hay autoridad, orden ni control. Una deplorable mejenga que fomenta la violencia y miles de accidentes prevenible­s.

Quienes respetamos la señalizaci­ón y las leyes de tránsito lo pagamos caro

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CRÉDITO: ALONSO TENORIO / IMAGEN ILUSTRATIV­A.

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