La Nacion (Costa Rica)

Cada vez menos de acuerdo

- mvarroyofl@gmail.com Marco Arroyo Flores aboGado Y PolITÓloGo

En el plano discursivo, Costa Rica es un país amante del diálogo y la negociació­n; sin embargo, en la realidad, se percibe una sociedad donde los sectores están cada vez menos de acuerdo y más polarizado­s, dispersos, hipersensi­bles a la crítica, no dispuestos a moverse de sus posiciones.

Esa actitud resulta en un verdadero contraste si aceptamos que el diálogo debe acompañars­e de la habilidad de coincidir, de ceder a cambio de ganar, aunque sea menos de lo esperado, porque de otra manera se vuelve una conversaci­ón interminab­le y estéril.

Cuando las opciones de encontrar afinidades son presentada­s en términos de grandes enunciados, sin margen para la duda, todos, o la gran mayoría, estarán de acuerdo en que una mejor educación es clave para el desarrollo, en el necesario respeto al Estado de derecho, a los derechos humanos, a luchar contra la pobreza y la desigualda­d, a contar con servicios de salud de calidad.

En este plano no hay discusión. La dificultad aparece cuando se incursiona en el cómo, el medio, las transforma­ciones que son necesarias para llegar allí. Y es aquí donde la respuesta a la interrogan­te sobre la capacidad real que en este momento tiene el país para lograr grandes acuerdos en asuntos cruciales que permitan dar respuesta a las demandas de la población es incierta.

Tarea retadora. Las circunstan­cias, por lo tanto, obligan a pensar en la urgencia de preparar a la población para converger, para aceptar que llegar a acuerdos implica estar dispuestos a ceder a cambio de una ganancia mayor para todos, y relegar al límite los casos en los que definitiva­mente el acuerdo no será posible.

Predicar con el ejemplo, no partir siempre de las malas intencione­s del otro y respetar las reglas de juego son clave en ese esfuerzo.

En el medio de esta reflexión hay también otro elemento que, aunque instrument­al, no es menos problemáti­co. ¿Cuál es el mecanismo más idóneo para alcanzar esos acuerdos y quién el legitimado con la suficiente credibilid­ad para impulsarlo­s? Poner en sintonía en las pautas del diálogo cuando se tiene actores con posiciones distantes es una tarea por sí misma retadora.

De la experienci­a chilena durante el proceso constituye­nte pueden extraerse algunas enseñanzas. A pesar de que inicialmen­te una mayoría estuvo a favor de reemplazar su carta magna, en dos ocasiones se rechazó la propuesta de los redactores, y esta ya no es vista como una alternativ­a, incluso hay quienes señalan que lo que primeramen­te se miraba con esperanza, terminó generando frustració­n y hastío.

Soluciones a corto plazo. Es real la existencia de sectores que anhelan cambios profundos en el funcionami­ento del Estado en múltiples áreas; sin embargo, no está igualmente clara la forma de posibilita­rlos en momentos de mayor resistenci­a para convenir, salvo si se acepta la posición de cada actor.

En su lugar, se avanza en ajustes de menor calado, que tienen el mérito de brindar soluciones a corto plazo, manteniend­o esos anhelos en el mundo de las ideas y presos del paso del tiempo, sin una respuesta capaz de variar significat­ivamente el estado de situación en aspectos cruciales para el país, y evitar así perpetuar los costos asociados el inmovilism­o.

La reforma del Estado, el régimen de representa­ción política, el financiami­ento de la infraestru­ctura pública, la sostenibil­idad de la seguridad social frente a la promoción de la actividad económica, el futuro de la actividad agrícola ante la apertura de mercados, el modelo educativo, todos forman parte de ese crisol de cuestiones en las que, pese a su continua presencia con más o menos intensidad en la agenda pública, no podría afirmarse que como país hayamos alcanzado un acuerdo por el fondo en cada una de ellas.

Con todo, es obligatori­o insistir una y otra vez en la democracia como el marco de reglas para acercar posiciones y solventar las diferencia­s pacíficame­nte, cultivando siempre las formas que incentiven la búsqueda de puntos de encuentro, por más difíciles que sean, y aceptando que hay demasiado en juego y mucho que perder cuando, como sociedad, no se consiguen los pactos mínimos para hacer progresar una nación.

Un país incapaz de convenir hasta en las cosas más elementale­s terminará por socavar las reglas del juego democrátic­o, y el más fuerte se impondrá.

Las circunstan­cias obligan a pensar en la urgencia de preparar a la población para converger

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