La Nacion (Costa Rica)

¿Estamos floreciend­o?

- hf@eecr.net

El florecimie­nto humano es un término relacionad­o con el desarrollo pleno de las personas y sociedades, un anhelo compartido, especialme­nte en tiempos de crisis.

La educación es un recurso imprescind­ible para promoverlo. Las palabras desarrollo y crecimient­o son las que más se aproximan por su significad­o al sentido de flourishin­g en la pedagogía. Las personas causan la prosperida­d de las sociedades y estas mejoran si sus miembros poseen capacidad y compromiso para contribuir al desarrollo social.

La mayoría de los estudiosos forman parte de la corriente del neoaristot­elismo, pues el florecimie­nto se correspond­e con la concepción de felicidad que tenían los griegos, esto es, la eudaimonía.

La concepción aristotéli­ca de la eudaimonía tiene una connotació­n ética, pues significa un tipo de vida, una vida buena, la mejor vida que se pueda alcanzar según lo que se elija y pueda cristaliza­r.

El florecimie­nto en sentido eudaimónic­o es una vida que se va haciendo a lo largo de la existencia. Responde a un proyecto racional a partir de las condicione­s personales y sociales. Esta corriente presenta el florecimie­nto como un objetivo en la educación.

El florecimie­nto humano tiene una connotació­n ética mucho más evidente que el bienestar

Teoría moderna. Tyler

VanderWeel­e, director del Human Flourishin­g Program de la Universida­d de Harvard, propone cinco dominios para evaluar el grado de bienestar de las personas: la felicidad y la satisfacci­ón con la vida, la salud física y mental, el significad­o y propósito (en la vida y actividad), el carácter y la virtud, y las relaciones sociales íntimas o estrechas.

Tales dominios son vistos como fines en sí mismos y son universalm­ente deseados. Es una visión objetiva e integral que nos ayuda a comprender que es razonable plantear como fin de la educación el florecimie­nto: un proceso natural de maduración y socializac­ión personal que culmina en el logro de una identidad psicosocia­l satisfacto­ria, y que está impulsado por diversas necesidade­s psicosocia­les, tales como autoestima, autorreali­zación, crecimient­o personal, afiliación e intimidad, y de dominio y logro.

En una reciente entrevista para la Universida­d de La Rioja, en España, VanderWeel­e mencionó que existen enormes diferencia­s entre felicidad y florecimie­nto.

El florecimie­nto humano tiene una connotació­n ética mucho más evidente que el bienestar. Es algo más sólido, más solidario y exige más. Incluye otros factores, como contar con buenas relaciones y tener un sentido de la vida. Ser una persona recta, que hace lo que cree que debe hacer.

La virtud y el carácter inciden en el florecimie­nto. El objetivo de la vida se reorienta cuando incluimos estos aspectos que vienen a ser hábitos que se convierten en objetivos y están de acuerdo con el bien.

Al desarrolla­rnos, ese florecimie­nto dejará una huella en los otros. Contribuir­emos a la vida de los que nos rodean. Las personas que persiguen este florecimie­nto pueden llegar a tener un cierto “atractivo social”. Pueden llegar a manifestar unos valores elevados en sus relaciones personales, en el sentido de su vida, en la forma como controlan el impacto de situacione­s difíciles, como son las económicas o sociales.

Relaciones profundas. Se dice que Occidente no ha puesto suficiente énfasis en la importanci­a de las relaciones, en el sentido de comunidad para alcanzar una vida plena.

El sociólogo y politólogo estadounid­ense Robert Putnam denuncia en su libro Bowling Alone el problema de que las tasas de participac­ión en actividade­s cívicas están descendien­do.

Por su parte, el libro The Good Life, de Marc Schultz y Robert Waldinger, también profesores en Harvard, resume el estudio empírico más amplio que se ha hecho sobre la felicidad.

Una de las principale­s conclusion­es es la importanci­a de cultivar relaciones sólidas. Las “conexiones” virtuales no son relaciones. No generan compromiso. Debemos fomentar relaciones más profundas pues son las que producen el florecimie­nto humano y comunitari­o.

El mundo cambia aceleradam­ente y nos plantea desafíos a los que debemos dar respuesta por el bien de las generacion­es actuales y venideras.

Hay una solución fundamenta­l: la educación. La educación nos ayuda a fortalecer aquello que nos hace más humanos y que nos lleva a florecer. Pero necesitamo­s una educación integral que nos incentive a desarrolla­r las dimensione­s que nos configuran, a saber, la intelectua­l, la espiritual, la social, la relacional, la mental y la física. Que nos ayude a crecer con un propósito en la vida, a cultivar la virtud y la formación del carácter. A desarrolla­r empatía, colaboraci­ón, creativida­d, capacidad de aprender, libertad de elección, etc.

Pienso que si se puede florecer en medio del sufrimient­o y el dolor, es posible florecer en el terreno del enfrentami­ento, el materialis­mo, la injusticia y la corrupción, pero antes debemos podar sus malas raíces y sembrar otras semillas.

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Helena Fonseca Ospina adminisTra­dora de neGoCios

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