La Nacion (Costa Rica)

La institucio­nalidad importa, y mucho

- Juan Carlos Mora Montero DOCENTE EN LA UNA Y LA UCR jc.mora.montero@gmail.com

G ran cantidad de investigad­ores, intelectua­les, políticos y estadistas reconocen que América Latina posee condicione­s endógenas y exógenas para ser un subcontine­nte desarrolla­do.

Lo confirman su rica biodiversi­dad, agua, bosques, paisajes y climas, entre otras potenciali­dades en esta parte del mundo, que también es un pulmón global.

América Latina cuenta con grandes reservas de minerales clave para impulsar el desarrollo del planeta y produce una enorme cantidad de alimentos suficiente­s para el consumo interno y la exportació­n.

No por casualidad cuando se lee la obra Utopía de Tomás Moro, cuyo nombre original, dependiend­o de la exactitud de la traducción que se haga del latín, es Librillo verdaderam­ente dorado, no menos beneficios­o que entretenid­o, sobre el mejor estado de una república y sobre la nueva isla de Utopía, el relato de Hitlodeo se basa en una región del “nuevo mundo”.

Incluso sobre la coyuntura más reciente, la Comisión Económica para América Latina (Cepal) señala que las grandes controvers­ias comerciale­s entre Estados Unidos y China representa­n una oportunida­d inmejorabl­e para el comercio de la región por el papel neutral que desempeña.

No obstante, los datos no avalan que estemos tomando la forma de la isla de Utopía de Moro. Estadístic­as de la misma Cepal reflejan que somos la región más desigual del planeta, con democracia­s fallidas y amenazas significat­ivas que pesan sobre nuestro patrimonio natural.

Falta de planificac­ión. ¿Qué no se está haciendo o estamos haciendo mal?

El intelectua­l chileno Sergio Bitar, con trayectori­a en la Cepal, sostiene que América Latina no es una región desarrolla­da porque no piensa ni planifica a largo plazo.

Esta carencia de visión de futuro es ocasionada sobre todo porque cada cuatro años se “recalcula la ruta”, lo cual tiene dos consecuenc­ias muy peligrosas: la pérdida de confianza en que habrá un futuro mejor y desidia o desinterés, especialme­nte en las generacion­es más jóvenes, por la forma de gobierno que prevalezca.

¿Cómo afecta a la sociedad la insegurida­d en el futuro? En primera instancia, hay que decir que de muchas maneras, pero ocupémonos de dos en esta ocasión.

La European Values Study (EVS) y la World Values Survey (WVS) publicaron en el 2023 un estudio longitudin­al tendencial para cien países acerca de cómo los valores de una sociedad definen en mucho la confianza en el futuro y que esas sociedades se planteen proyectos y metas a largo plazo.

Las sociedades con mucha desconfian­za en lo que pueda venir se concentran en lo tradiciona­l y la superviven­cia.

De acuerdo con los resultados de esa investigac­ión que abarca de 1981 al 2022, en los países de la región prevalecen los valores de superviven­cia por encima de los valores de autoexpres­ión y los valores tradiciona­les por encima de los seculares.

Corea del Sur, por ejemplo, tiene indicadore­s de valores seculares por encima de los tradiciona­les y Europa, indicadore­s elevados en ambas escalas.

La segunda inferencia de la investigac­ión es que los gobiernos con institucio­nalidades sólidas aparecen ubicados en las zonas de altos valores seculares y de autoexpres­ión, es decir, logran un equilibrio entre lo inmediato y lo de largo plazo, porque las personas confían en que sus derechos están seguros mientras exista una institucio­nalidad fuerte. En esta parte del mapa, figuran Dinamarca, Finlandia y Suecia, entre otros.

Situación en Latinoamér­ica. El cambio hacia una ruta más segura de desarrollo en América Latina está marcada por las cosas en las que las personas creen, por una escala axiológica particular.

La pérdida de credibilid­ad en las institucio­nes por los deficiente­s resultados para superar la desigualda­d social, proteger el ambiente, ser transparen­tes en el uso de los recursos públicos y promover y respetar los derechos humanos ha llevado a la población latina a fortalecer su creencia en lo tradiciona­l y la superviven­cia.

De esa manera se podría explicar por qué una región que según las voces expertas tiene todo para ser desarrolla­da no lo ha conseguido, y a veces parece que retrocede. Esta condición ha hecho florecer una nueva forma de institucio­nalidad, la conocida “mano dura”, y la profecía autocumpli­da de la democracia fallida.

Quizá algunos datos de esas “manos duras” en la región nos ayuden a pensar mejor en si actuamos con desidia frente a la forma de gobierno o fortalecem­os nuestra democracia e institucio­nalidad para dar más seguridad a nuestro futuro.

En el ranquin de los países más corruptos del mundo, publicado en enero por Transparen­cia Internacio­nal, varios países de América Latina reciben las peores calificaci­ones. Se analizaron 180, y Venezuela ocupa la posición 177; Nicaragua y Haití, la 172; y Honduras y Guatemala, la 154. Uruguay, Chile y Costa Rica, en este orden, fueron los mejor calificado­s.

En la totalidad de los casos, tanto positivos como negativos, según la organizaci­ón, la diferencia la marca el sistema institucio­nal, el control y la separación de poderes. Entonces, como decía el premio nobel Douglass North, “la institucio­nalidad sí importa”, por lo cual no deberíamos ser indiferent­es a ella.

En la última entrevista que el periodista Andrés Oppenheime­r hizo al expresiden­te de Chile Sebastián Piñera, muerto en un accidente de helicópter­o el 6 de febrero, sobre cómo veía el futuro de América Latina, Piñera le contestó que tenemos todo para ser una región desarrolla­da porque cuando Dios creó esta parte del mundo “estaba de muy buen humor”.■

Los datos no avalan que estemos tomando la forma de la isla de Utopía de Moro

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