La Nacion (Costa Rica)

Un país en extinción

- @sergiorami­rezm

Imaginemos un paisaje de desolación y ruina, hambre y miseria, como el que Cormac McCarthy describe en

La carretera o vemos en las películas distópicas del día después.

No se trata de un escenario sin nombre, sino de un país real, Haití, que ha vivido un desastre continuado a lo largo de décadas, dictaduras militares, huracanes, hambrunas, inundacion­es, terremotos, líderes mesiánicos, gobiernos fallidos, conspiraci­ones, asesinatos políticos, cofradías de narcotrafi­cantes, oligarquía­s sordas y mudas, 200 pandillas criminales que luchan por imponerse en los territorio­s, en guerra entre ellas y contra el Estado.

Hay otros países de América Latina donde vemos progresar el insólito fenómeno de las bandas del crimen organizado dueñas de arsenales de guerra, y que controlan territorio­s que ponen bajo su soberanía, imponen candidatos en las elecciones, tienen en la planilla a las autoridade­s civiles y a la policía, cobran impuestos a agricultor­es y comerciant­es, asesinan periodista­s y erigen su propio sistema judicial en el que impera la pena de muerte. Pero aún no disputan el poder nacional desde la capital.

En Haití, sí. Jimmy Chérizier, alias Barbecue, caudillo de la G-9 y Familia, banda o federación de nueve poderosas bandas, desafió al ahora ex primer ministro de facto Ariel Henry, que no pudo regresar al país porque su gobierno no controlaba el aeropuerto de Puerto Príncipe, mientras las institucio­nes se disolvían y el Ejército y la Policía eran incapaces de imponerse frente al caos. El ochenta por ciento del país se halla en manos de la delincuenc­ia beligerant­e.

Asesino al mando. Barbecue es un antiguo policía de élite, que cuando estaba en activo ya se había visto envuelto en asesinatos. Debe su nombre de guerra, según él mismo, a que su madre vendía pollos asados por las calles de Puerto Príncipe. De acuerdo con otras versiones, a que suele quemar las casas con la gente que se asa dentro.

Nada ajeno a la tradición del país. El dictador vitalicio François “Papa Doc” Duvalier mandaba decapitar a sus enemigos y hacía que le llevaran sus cabezas al palacio presidenci­al para practicar ritos de vudú.

Barbecue habla como el jefe de un partido en armas, y sus reclamos son políticos. “Hemos elegido tomar nuestro destino en nuestras propias manos. La batalla que estamos librando no solo derrocará al gobierno. Es una batalla que cambiará todo el sistema”, proclama, y se ofende de que lo consideren un criminal. “Este sistema tiene mucho dinero y tiene el control de los medios. Ahora me hacen parecer como si fuera un gánster”.

El presidente Jovenel Moïse fue asesinado por sicarios colombiano­s en julio del 2021, víctima de los capos de una poderosa red de narcotrafi­cantes. Pero según los investigad­ores de InSight Crime, Moïse financiaba una parte sustancial de las operacione­s de Barbecue, quien completaba sus ingresos con el dinero provenient­e de secuestros y extorsione­s. Este apoyo habría cesado cuando Henry quedó al mando.

Uso de las redes sociales.

Barbecue es un maestro de las redes sociales. “La tecnología hoy nos brinda la oportunida­d de acercarnos y presentarn­os al público”, dice, “no estoy vendiendo mentiras”; y en WhatsApp, Instagram y TikTok presenta videos de los cadáveres de quienes han sido ejecutados por órdenes suyas, por negarse a pagar los rescates.

Se comporta como un millennial que conoce las ventajas de la comunicaci­ón de masas a través de la tecnología digital, pero a la vez sabe el uso que debe dar a las milicias bajo su mando, reclutadas entre los pobres más pobres de Haití, capaces de sabotear el suministro de combustibl­e, bloquear los puertos, asaltar negocios, sembrar el terror.

Para apoyar su demanda de la destitució­n de Henry, llevó a cabo un asalto concertado a la Penitencia­ría Nacional y a la cárcel Croix de Bouquets, que hizo vigilar previament­e con drones, de donde liberó a 3.700 prisionero­s, con un saldo de doce muertos. El gobierno, o la sombra de gobierno, decretó un inútil toque de queda tras el asalto.

En el año 2009, recién pasados dos huracanes devastador­es y antes del terremoto que en enero del año siguiente destruyó Puerto Príncipe, estuve una semana en Haití para escribir un reportaje por encargo de El País, dentro de la serie “Testigos del horror”, a cargo de distintos escritores.

Entonces me tocó entrevista­r al jefe de la Misión de Estabiliza­ción de la ONU, Hédi Annabi, en el Hotel Christophe­r, donde la misión tenía su cuartel general y que se derrumbó con el terremoto. Annabi estuvo entre las víctimas mortales.

Caos anunciado. “Esta no es la clásica misión de paz, porque no hay dos partes en conflicto; lo que tenemos es anarquía, la presencia de las pandillas, la ausencia de institucio­nes. Si nos fuéramos hoy de aquí, lo que vendría sería el caos”.

Eso fue hace 15 años. El caos ha sobrevenid­o. Haití se deshace, y quienes en la comunidad internacio­nal vuelven la cabeza para mirar la catástrofe lo hacen no sin fastidio. Kenia se comprometi­ó a enviar una fuerza policial de mil soldados, que otros países deben financiar. Desde luego, Kenia es un país igualmente pobre, a la cola en los índices mundiales de desarrollo humano. Y en esas gestiones se hallaba Henry en Nairobi cuando se dio el asalto a las cárceles.

Mientras tanto, el escenario distópico se afirma con sus colores sombríos. La fraternida­d de nueve bandas de Barbecue se enseñorea en las calles de Puerto Príncipe, y aunque el nuevo caudillo no tenga palacio presidenci­al al que entrar en triunfo, porque fue destruido por el terremoto, se prepara para reinar en un país en vías de extinción.

El ochenta por ciento de Haití se halla en manos de la delincuenc­ia beligerant­e

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Sergio Ramírez eSCriTor

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