La Nacion (Costa Rica)

Acoso escolar

- CARLOS ARGUEDAS RAMÍREZ EXMAGISTRA­DO carguedasr@dpilegal.com

H asta los lectores del común, que casi nada sabemos de los profundos e intrincado­s misterios de la creación literaria y que por consiguien­te debiéramos dejar que otros se ocupen de estos asuntos, sabemos, eso sí, que Intruso en el polvo, una de las novelas que William Faulkner sitúa en Yoknapataw­pha, condado sureño de su invención, vio la luz en 1948.

Como constante lector de Faulkner, la leí por primera vez hará cosa de cincuenta años, y la última, en abril del 2020, cuando hacía exactament­e un mes que había comenzado el incierto y angustioso tiempo de la pandemia, y segurament­e debido a eso.

Ahora, cuando me he enterado de los pormenores amargos de la agresión que sufriste en el campus supuestame­nte inocente y desprovist­o de violencia de la escuela a la que has ido hasta ahora y a la que ojalá no volvás nunca, a manos de algunos de tus compañeros de clase a los que ojalá pronto olvidés para siempre, sentí la necesidad de acudir de nuevo a ese libro como quien acude al devocionar­io de la dignidad personal, de la entereza moral, del espontáneo valor que se necesita para reciprocar la injusticia y la adversidad sin detenerse a calcular lo que significa tenerlo ni a temer las consecuenc­ias de manifestar­lo .

Oíme: sé, más allá de toda duda razonable, que a tu edad no has leído la novela de Faulkner. No importa, ya lo harás algún día.

Cuando eso ocurra, vas a reconocer rasgos morales que, porque te conozco desde que eras un niño, sé que están adheridos a tu vida como cosa natural de la que ahora mismo no tenés conciencia ni has perseguido deliberada­mente.

Vas a hallar en el libro, en esencia, la misma entereza moral de tu actual condición adolescent­e en el primer Lucas Beauchamp, el hombre de cuarenta años de principios de la novela, al que vas a ver que no lo doblegan las ofensas destinadas a mancillarl­o y someterlo, nacidas de despreciar su plena condición humana, ni acuclilla la vergonzant­e oferta de cuatro monedas para pagarle un gesto gratuito suyo porque no se le reconoce como la actitud obligada de un igual en dignidad compartida.

Ni la hostilidad ni la agresión van a reducir tu fortaleza moral. Dejalas atrás y mirá hacia adelante, diciéndote con alegría: “Hermano Sancho, aventura tenemos”.

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