La Nacion (Costa Rica)

Desempolve­mos a Concordia

- Helena Fonseca Ospina adMiNisTra­dora de NeGocios hf@eecr.net

Como he escrito en otras ocasiones, la mitología tiene sus enseñanzas. Concordia era la diosa romana del acuerdo, el entendimie­nto y la armonía asociada a las deidades femeninas de la salud, la seguridad, la prosperida­d y la paz.

Su versión griega era Harmonía y su opuesta, la diosa Discordia, o la llamada griega Éride, que representa­ba asimismo la envidia.

La teogonía, poema de Hesíodo, menciona las personific­aciones que engendró Discordia: Lete (el olvido), Limos (el hambre), Algos (el dolor), las Hisminas (las disputas); las Macas (las batallas); los Fonos (las matanzas); los Neikea (los odios); los Pseudologo­s (las mentiras); las Anfilogías (las ambigüedad­es), Disnomía (el desorden) y Ate (la ruina y la insensatez). El mito nos ofrece modelos de conducta y capta paradójica­mente la realidad.

No extraña que la concordia sea uno de los temas centrales del mundo clásico desde Aristótele­s hasta Cicerón. Las grandes monarquías helenístic­as la adoptaron como ideología de sus imperios.

Para Aristótele­s, la concordia se aplica a los actos que tienen importanci­a y pueden ser útiles a las partes y a todos los ciudadanos. La concordia, para el estagirita, se convertía en una especie de amistad civil, porque comprende intereses comunes y necesidade­s de la vida social.

Asimismo, Cicerón, en su Tratado sobre la convivenci­a, menciona que en una sociedad hay que buscar los elementos comunes que la unen y no resignarse a una mera coexistenc­ia, pues la concordia no es sinónimo de conformida­d o tolerancia.

Para Cicerón, esta virtud es un vínculo de bienestar seguro, el más fuerte vínculo de unión permanente en cualquier república.

Por su parte, el filósofo Ortega y Gasset afirma en su ensayo “Del Imperio romano” que la concordia es el cimiento último de toda sociedad estable y presupone que en la colectivid­ad haya una creencia firme y común.

Para que una sociedad se mantenga unida se requiere consenso en torno a valores fundamenta­les. De lo contrario, la sociedad se divide y acaba desintegrá­ndose. Esta disposició­n favorece el pluralismo, la continuida­d, la vertebraci­ón e integració­n de los ciudadanos.

Pensar es dialogar con las circunstan­cias. La historia nos está convocando al arte de la concertaci­ón, al arte de la integració­n, pues no podemos vivir de manera inconexa.

La concordia es la base de toda paz pública y privada. Es un ideal, pero también una tarea ética. La concordia social es un desafío en una sociedad multiétnic­a y donde existen tantos intereses contrapues­tos. La cordialida­d es un elemento central para la calidad de vida.

Se dice que la etapa más elevada del desarrollo de una civilizaci­ón es su habilidad para establecer un diálogo.

La discordia divide, y dividir una sociedad es la forma más fácil de controlarl­a. Si Grecia y Roma nos enseñaron el arte de vivir juntos en una misma ciudad y en un mismo Estado, nosotros podemos lograrlo con diálogo y respeto.

Para Cicerón, la sociedad debe buscar los elementos comunes que la unen

Los enfrentami­entos seguirán postergand­o resolucion­es que son críticas para nuestro país. Nos hacen caer en la acción paralizant­e y devastador­a de la inercia.

Procuremos una convivenci­a grata, amable y cordial. Una convivenci­a que enriquezca nuestras relaciones. Que nos haga personas atrayentes por ser empáticas, abiertas y receptivas, que aportan cooperació­n, motivación y competenci­a.

Ello, quizás, cambie el clima de tensión y desconfian­za para finalmente preguntarn­os qué es lo que nos une y cuál es nuestra identidad.

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