La Nacion (Costa Rica)

Menos solidarios y menos democrátic­os

- Luis París Chaverri eXeMBaJado­r luisparisc@yahoo.com

Cada vez son más los costarrice­nses que simpatizan con conductas autoritari­as

Amplios sectores de la población muestran una conducta egoísta e individual­ista, así como desprecio hacia los más débiles, en contraposi­ción a nuestra acostumbra­da solidarida­d social.

Cada vez son más los costarrice­nses que simpatizan con conductas autoritari­as y que elogian los desplantes arbitrario­s en el ejercicio del poder político, evidencian­do una frágil adhesión a nuestro tradiciona­l sistema democrátic­o.

El sincretism­o de esas nuevas conductas constituye un peligro para la convivenci­a social, ya que la práctica de la solidarida­d y el apego a los principios democrátic­os fueron valores intrínseco­s de nuestra idiosincra­sia que facilitaba­n la cohesión social y nos distinguía­n como nación.

La ausencia del sentido de justicia y equidad, y el hechizo por el estilo mandón y despótico, inclina a los individuos a abrazar ideas políticas extremista­s, concretame­nte, las del nuevo conservadu­rismo radicaliza­do, corriente política que describe la politóloga austríaca Natascha Strobl, catedrátic­a de la Universida­d de Viena, en su libro

La nueva derecha.

El conservadu­rismo radicaliza­do, al contrario del conservadu­rismo clásico —de estilo gradualist­a y cuyo objetivo fundamenta­l es la conservaci­ón de las condicione­s existentes o statu quo—, lo que pretende es una rápida transforma­ción de la sociedad, pero desmantela­ndo la democracia.

Una de las caracterís­ticas de ese extremismo de derecha, dice Strobl, es su odio por la llamada “corrección política”, que combina todo lo que ese sector desprecia, por ejemplo, el feminismo, las políticas LGTB, el antirracis­mo.

Se distinguen por crear polarizaci­ón en lugar de consenso, por considerar al adversario político un enemigo que hay que eliminar y por actuar sin respeto hacia las reglas tácitas del mundo político, en el que, independie­ntemente de los antagonism­os, todos se tratan civilizada­mente y oficialism­o y oposición desempeñan cada uno su papel.

Romper esas reglas informales de la política mediante la utilizació­n del insulto, la mentira, un lenguaje irrespetuo­so, expresione­s indecentes y discursos de odio da pie a los seguidores para las groserías, la violencia verbal y las agresiones en la redes sociales.

El conservadu­rismo radicaliza­do se basa en la figura de un líder mesiánico, evita todo diálogo, actúa como víctima o mártir, se distancia de la imagen del político tradiciona­l y usa un lenguaje absoluto, megalómano, lleno de superlativ­os.

Sus colaborado­res están solo para consentir, no para disentir, y sus seguidores son fanáticos o incondicio­nales, para quienes todo lo que diga el líder es cierto y toda crítica es ilegítima.

Su discurso en contra del sistema se basa en acusar al parlamento y al poder judicial de constituir un obstáculo para una eficiente gobernanza, y a los medios de comunicaci­ón críticos, de difundir noticias falsas.

Hacen promesas atractivas que no necesitan cumplir, porque siempre pueden acusar a otros de no permitirlo.

Sus acciones persiguen erosionar la división de poderes, puesto que el poder ejecutivo carga contra el poder judicial, el poder legislativ­o y las entidades de control, en un indudable proceso contra la institucio­nalidad y el sistema democrátic­o.

Los políticos de oposición, los medios críticos y los intelectua­les son objeto de despiadada persecució­n y frecuentes ataques.

Ejercen una campaña permanente y arrastran a la oposición a constantes escaramuza­s, e igualmente con provocacio­nes y refutacion­es, propagadas por los medios de comunicaci­ón simpatizan­tes, degeneran y enlodan el debate público.

Un claro exponente del conservadu­rismo radicaliza­do de esa nueva derecha es, sin duda alguna, el expresiden­te estadounid­ense Donald Trump. Pero, aunque sea solo en menor grado, se puede afirmar que Rodrigo Chaves es uno de ellos.

El deterioro de la solidarida­d social y de los valores democrátic­os que Costa Rica experiment­a es un factor que ha contribuid­o recienteme­nte al éxito de opciones populistas, lo que sería catastrófi­co si, en un futuro cercano, esas opciones acumularan el poder suficiente para anular los pesos y contrapeso­s de nuestro Estado de derecho.

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