Por una Costa Rica sin etiquetas
Mi hija es una niña alegre, inteligente, dulce, cariñosa, llena de energía y amor. Es impetuosa, sí, pero con ella la alegría nunca termina. Sin embargo, con frecuencia, la sociedad la etiqueta como la “niña con Down”, la “Downcita” o la “niña especial”.
Tales calificativos se denominan etiquetas. Que la etiqueta sea negativa o inapropiada no radica en la etiqueta en sí misma, sino en aquello que la acompañe, por ejemplo, dos de mis mayores enemigos: el prejuicio y las limitaciones.
El prejuicio, arraigado en percepciones personales sobre el síndrome de Down, influye en cómo la gente describe y percibe a mi hija. Esto, a su vez, da origen a limitaciones basadas en ideas preconcebidas, determinando su capacidad percibida y su grado de autonomía.
Es lamentable que el término Down lleve consigo una connotación de limitación absoluta, una percepción desactualizada que no refleja la realidad actual. Hoy, con un conocimiento más amplio, superamos muchas barreras en los campos científicos, educativos y sociales.
Las etiquetas se convierten en obstáculos que limitan los derechos fundamentales de las personas. Es imperativo reconocer que la aceptación de esas etiquetas como excusa para restringir derechos es un error de la sociedad. Como madre de una niña que trasciende su condición, escribo con la certeza de que debemos mirar más allá de los prejuicios del pasado.
Sabemos más, conocemos más y hemos visto más. Sabemos que las limitaciones de ayer derivaban principalmente de la percepción, no de la capacidad y, por ende, cada vez logramos mayores logros en educación, autonomía y participación social.
Años de lucha y valentía de generaciones anteriores nos motivan a seguir adelante. Aunque hemos avanzado, aún no alcanzamos la meta. Mi esposo y yo nos levantamos diariamente con la determinación de continuar la lucha y promover el cambio.
Los niños con síndrome de Down son personas con sueños, deseos y derechos. Son parte integral de nuestra sociedad, y la genética nos recuerda la diversidad infinita que existe en el universo. No debemos permitir que generalizaciones y etiquetas nos desvíen de la realidad.
En el día de la concienciación sobre el síndrome de Down, hago un llamado a la reflexión. Debemos evitar las etiquetas y mirar más allá de la información limitada que a menudo se nos presenta. Es un llamado a respetar a las personas con síndrome de Down y sus familias, así como a trabajar por la plena igualdad.
Desafío a la sociedad a reflexionar sobre cómo se relaciona con estas personas. Cada acto discriminatorio, cada mirada sesgada, es un aviso de que aún hay trabajo por hacer.
Mi hija no es “Down”, es una niña costarricense con los mismos derechos y posibilidades de cualquier otro niño en el país. Que este llamado sirva de recordatorio para quienes ignoraron mi solicitud de matrícula, para los padres que cuestionaron la convivencia de sus hijos con el mío y para quienes dudan de las capacidades de mi hija.
Mi hija no es una etiqueta. Ella es una niña llena de energía y amor. Si este 21 de marzo elige medias diferentes, que sea en apoyo a nuestra lucha por la verdadera igualdad.
Las etiquetas limitan los derechos fundamentales de las personas con síndrome de Down