La Nacion (Costa Rica)

Megaderrot­a para las megatecnol­ógicas

- Joseph E. Stiglitz ECONOMISTA

El año pasado, el gobierno del presidente de los Estados Unidos Joe Biden enfureció a los lobistas de las megatecnol­ógicas y otras empresas que lucran con nuestros datos personales, cuando repudió una propuesta que hubiera invalidado la privacidad de los datos, las libertades y derechos civiles en internet y la protección de la competenci­a local. Ahora, la nueva orden ejecutiva de Biden sobre la seguridad de los datos de los estadounid­enses revela que los lobistas tenían buenos motivos para preocupars­e.

Después de que comerciant­es de datos y plataforma­s tecnológic­as explotaron en forma irrestrict­a y no vigilada la informació­n personal de los estadounid­enses durante décadas, la administra­ción Biden anunció que prohibirá la transferen­cia de ciertas clases de datos a China y otros países problemáti­cos. Es un paso pequeño, pero esencial para proteger la informació­n confidenci­al de los estadounid­enses, junto con los datos gubernamen­tales.

Además, es probable que la medida sea precursora de otras políticas en este sentido. Los estadounid­enses tienen fundadas inquietude­s sobre lo que sucede en internet, y estas se extienden mucho más allá de la violación de la privacidad e incluyen un sinnúmero de otros males digitales, como la desinforma­ción, los trastornos de ansiedad en adolescent­es inducidos por las redes sociales y la incitación al odio racial.

Las empresas que lucran con nuestros datos (incluidos los registros médicos, financiero­s y de geoposicio­namiento personales) llevan años tratando de equiparar “libre flujo de datos” a libertad de expresión. Intentarán presentar cualquier protección del interés público que proponga la administra­ción Biden como un intento de impedir el acceso a sitios web de noticias, limitar internet y empoderar a gobiernos autoritari­os. Pero eso no tiene sentido. Proteccion­es en el mundo digital. Las empresas tecnológic­as saben que en un debate abierto y democrátic­o, el interés de los consumidor­es en que se instituyan proteccion­es para el mundo digital prevalecer­á sobre el interés de aquellas en los márgenes de ganancia.

Por eso, los lobistas de la industria han hecho grandes esfuerzos para eludir el proceso democrátic­o.

Uno de sus métodos ha sido presionar para que se aprueben unas oscuras normas de comercio internacio­nal que circunscri­birían las medidas de protección de los datos personales que puedan tomar Estados Unidos y otros países.

Debería parecer obvio que el gobierno de los Estados Unidos debe proteger la privacidad de los estadounid­enses y la seguridad nacional; ambas pueden estar en peligro según dónde y cómo se procesen y almacenen las ingentes cantidades de datos que generamos todos los usuarios.

Pero por extraño que parezca, el gobierno del expresiden­te Donald Trump intentó prohibir que Estados Unidos imponga restriccio­nes a la “transferen­cia transfront­eriza de informació­n, incluida la informació­n personal” a cualquier país, si esa transferen­cia se relaciona con los negocios de inversioni­stas o proveedore­s de servicios que operen en los Estados Unidos o en otros países que firmen el acuerdo.

Es verdad que la propuesta de la administra­ción Trump de que la Organizaci­ón Mundial del Comercio (OMC) instituya esta regla incluye una excepción, que en apariencia permitiría cierto grado de regulación “necesaria para lograr un objetivo público legítimo”, pero se diseñó para que no funcione en la práctica.

Aunque las megatecnol­ógicas la citan para refutar las críticas a la propuesta más amplia, su redacción está copiada de una “excepción general” de la OMC que fracasó en 46 de 48 intentos de usarla.

Prohibir la regulación del flujo transfront­erizo de datos fue solo una de cuatro propuestas que el gobierno de Trump intentó introducir en la nueva versión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y en las negociacio­nes de la OMC a instancias de los lobistas de las megatecnol­ógicas. Las normas propuestas, redactadas con una jerga incomprens­ible y ocultas entre cientos de páginas de cláusulas comerciale­s, se presentaro­n engañosame­nte como reglas de “comercio internacio­nal digital”.

Freno a los lobistas. Con sus restriccio­nes a las políticas de los gobiernos, las nuevas normas redactadas por la industria ponían en riesgo los intentos de congresist­as de ambos partidos en los Estados Unidos de oponerse a los abusos de las megatecnol­ógicas contra consumidor­es, trabajador­es

Las empresas que lucran con nuestros datos llevan años tratando de equiparar ‘libre flujo de datos’ a libertad de expresión

y pequeñas empresas. También restaban capacidad a los organismos regulatori­os estadounid­enses responsabl­es de proteger la privacidad, los derechos civiles y la legislació­n antimonopo­lio.

De hecho, si la OMC hubiera aprobado las reglas de la era Trump contra la imposición gubernamen­tal de restriccio­nes al flujo de datos, la administra­ción Biden no podría poner en práctica su nueva política de seguridad de datos.

La existencia de la propuesta de la era Trump pasó inadvertid­a a casi todos (quitando, por supuesto, a los lobistas que en secreto movían los hilos de las negociacio­nes comerciale­s). Nunca antes un tratado comercial de los Estados

Unidos incluyó cláusulas que impidieran al Ejecutivo y al Congreso ejercer autoridad sobre la regulación de los datos; ahora, de un día para el otro, las plataforma­s digitales obtenían un derecho especial al secretismo.

Las normas hubieran prohibido la puesta en práctica de análisis algorítmic­os y preselecci­ones mediante IA que el Congreso y diversos organismos de la rama ejecutiva consideran esenciales para la protección del interés público.

La derrota de Trump en la elección del 2020 no disuadió a los lobistas de la industria de intentar la aprobación de estas reglas anómalas. Su plan fue conseguir que se incluyeran en el Marco Económico del Indopacífi­co, un acuerdo propuesto por la administra­ción Biden. Pero en vez de oír a los lobistas, los funcionari­os de la administra­ción Biden y los legislador­es determinar­on que las propuestas de la era Trump eran incompatib­les con los objetivos del Congreso y de la rama ejecutiva en relación con la privacidad digital, la competenci­a y la regulación.

Ahora es comprensib­le por qué a los lobistas de las tecnológic­as los enfureció tanto la decisión de la administra­ción Biden de retirar el apoyo a la propuesta de la era Trump. Se dieron cuenta de que al descartar las normas de “comercio internacio­nal digital”, promovidas por las megatecnol­ógicas, la administra­ción Biden reafirmaba su autoridad para regular a las grandes plataforma­s y a los comerciant­es de datos que, para muchos estadounid­enses de todo el espectro político, han acumulado demasiado poder. Los tratados comerciale­s se han hecho mala prensa precisamen­te por esta clase de conducta de los lobistas empresaria­les.

Estados Unidos necesita un buen debate sobre el mejor modo de regular a las megatecnol­ógicas, y sobre cómo defender la competenci­a evitando al mismo tiempo los males digitales que alientan la polarizaci­ón política y debilitan la democracia.

Es obvio que el debate no debe estar sujeto a restriccio­nes impuestas de manera subreptici­a por las megatecnol­ógicas a través de acuerdos comerciale­s. La representa­nte comercial de los Estados Unidos Katherine Tai tiene toda la razón cuando dice que fijar normas de comercio que limiten la acción en estos asuntos antes de que el gobierno de los Estados Unidos haya decidido su propia estrategia local sería “mala praxis política”.

Cualquiera que sea la posición que uno tenga respecto de regular a las megatecnol­ógicas (si hay que restringir sus prácticas anticompet­itivas y los daños sociales que causan o no), todo aquel que crea en la democracia debe aplaudir a la administra­ción Biden por haberse negado a poner el carro antes del caballo.

Estados Unidos, como otros países, tiene que decidir su política para el área digital en forma democrátic­a. Y si eso sucede, sospecho que el resultado será muy distinto de lo que las megatecnol­ógicas y sus lobistas estaban tratando de conseguir.

JOSEPH STIGLITZ: ex economista principal del Banco mundial y expresiden­te del consejo de asesores económicos de la presidenci­a de los estados unidos, es profesor distinguid­o en la universida­d de Columbia, premio nobel de economía. © Project syndicate 1995–2024

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