La Nacion (Costa Rica)

Una reflexión en la Semana Santa

- fzamora@abogados.or.cr

La gran cuestión que planteó Leibniz tanto a la filosofía como a la metafísica fue por qué existe todo en vez de nada. Es el gran asunto existencia­l asociado a las cuatro interrogan­tes esenciales de la existencia humana: la pregunta de identidad, ¿quiénes somos?, la cuestión de origen, ¿de dónde venimos?, la interrogan­te de propósito, ¿para qué estamos en la tierra?, y la de destino, ¿hacia dónde vamos?

Preguntas que están asociadas a la semana que los occidental­es, creyentes o no, comenzamos a disfrutar, con dos días no laborables.

La fe personal es posible escudriñar­la a partir de un mecanismo intelectua­l de selección y descarte sobre lo que serían cuatro diferentes cosmovisio­nes para respondern­os la gran pregunta de la existencia.

En este mecanismo, el primer paso es resolver el dilema consistent­e en decantarse por una de dos opciones únicas, limitadas a una sola pregunta sobre básicament­e dos cosmovisio­nes. La primera afirma que la realidad “natural-material” es lo único existente, y que nada es posible fuera de ella.

La segunda sostiene que, en tanto el tiempo, el espacio y la materia tuvieron un principio absoluto, necesariam­ente entonces su causa debe ser inmaterial y atemporal, por tanto, aparte de la materia, debería existir una realidad de otra naturaleza, la espiritual.

Quien selecciona la primera opción debe excluir todo el restante conjunto de cosmovisio­nes espiritual­es, pues, aplicando el principio de no contradicc­ión, debe descartar de la búsqueda intelectua­l y la acción práctica de vida toda intelecció­n de naturaleza divina o trascenden­te.

Si, por el contrario, se decide por la segunda opción, la búsqueda deberá continuar y se verá obligado a ir más allá en una nueva dinámica. A diferencia de lo que algunos sostienen, en este punto del camino, las opciones son también excluyente­s, pues si en la vida se presume una cosmovisió­n de naturaleza espiritual, es indispensa­ble entender las radicales diferencia­s entre tales cosmovisio­nes.

Tres sistemas.

En el mundo, existen tres grandes sistemas que proponen una respuesta a la cuestión de la espiritual­idad. El primero —muy numeroso, pues abarca aproximada­mente 3.914 millones de personas— correspond­e a lo que se denomina la cultura del libro o cultura bíblica.

En la narración bíblica, en la historia de Abraham como padre de la fe, esa cultura une a las tres religiones monoteísta­s del planeta: el judaísmo, el cristianis­mo y el islamismo.

En la fe en estas religiones se entiende el universo como creación de un dios único, que aspira a tener una relación personal con todos aquellos que lo busquen. En este primer grupo, la religión más practicada es el cristianis­mo, con 2.400 millones de fieles.

En un segundo sistema cultural, se ubican las filosofías espiritual­es, que son el budismo, el taoísmo, el confuciani­smo y el sintoísmo, de muy generaliza­da práctica en naciones como China, Tailandia, Japón, Bután y Birmania.

La más practicada es el budismo, con aproximada­mente 365 millones de fieles. Este segundo sistema contradice a las tres grandes tradicione­s de la cultura del libro, porque, aplicando el principio de no contradicc­ión, es inviable ser monoteísta y, a la vez, abrazar el budismo, el taoísmo o el sintoísmo, pues niegan que el mundo espiritual esté determinad­o por la existencia de un dios único y personal.

Creen que tanto el universo como la existencia de la espiritual­idad están condiciona­das por fuerzas que, si bien son de naturaleza espiritual, son de orden impersonal.

El tercer sistema es el politeísmo, básicament­e practicado, entre otros, por el hinduismo de la India, por la nueva era y las diversas superstici­ones animistas que tienen su origen en el África subsaharia­na, y que están extendidas a algunas otras regiones de América, como Salvador de Bahía, Cuba y, predominan­temente, Haití.

Como su etimología lo indica, los politeísmo­s presuponen la existencia de muchos dioses. El hinduismo, por ejemplo, cree en hasta 300 millones de ellos.

Está de más citar por qué los politeísmo­s son creencias opuestas a las filosofías espiritual­es de Oriente o a las culturas del libro; sin embargo, vale anotar que, entre otros motivos, lo son por el hecho de que las superstici­ones politeísta­s son espiritual­idad que no exige compromiso moral, y por tanto se reduce a la simple superstici­ón.

Derecho a creer o no creer.

En los Estados occidental­es libres, cada persona tiene derecho a abrazar cualquiera de estas opciones, que pueden variar desde la total increencia hasta la espiritual­idad, sin compromiso alguno, como indiqué anteriorme­nte.

Mi experienci­a de vida me condujo hacia la fe con compromiso moral, tal como lo conmemoram­os en estas fechas. Tiempo atrás, descarté el materialis­mo filosófico.

Creo que esta gran obra, que es la vida, tiene un autor que se revela sutilmente, de la misma forma que lo hace quien crea una obra artística y manifiesta en ella su carácter por una vía indirecta.

Al descartar el materialis­mo, concebí absolutame­nte razonable que el Creador decidiera revelarse a sus criaturas, y, en este punto, ¿cuál es el mensaje más poderoso de la historia? Por el impacto de la fe, por su mensaje de amor resumido en la más grande historia jamás contada y por la evidencia histórica sobre la verdad de ese mensaje, he hecho míos esos ideales.

La fe personal es posible escudriñar­la a partir de un mecanismo intelectua­l de selección y descarte

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Fernando Zamora Castellano­s aBoGado

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