La Nacion (Costa Rica)

Una decisión ejemplar y necesaria

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El Consejo Universita­rio de la Universida­d de Costa Rica tomó una decisión que enaltece a ese cuerpo colegiado y la institució­n benemérita que representa. Además, exalta la importanci­a de la memoria histórica, reafirma los ideales de tolerancia, respeto y libertad que deben marcar su derrotero, y emite un mensaje de gran valor futuro: nunca más permitir que, producto de la crispación y la intoleranc­ia, se mancille deliberada­mente la dignidad de adversario­s políticos y se distorsion­e el sentido de la justicia.

De forma unánime, el 19 del pasado mes, el Consejo acordó ofrecer una disculpa pública “a todos aquellos miembros de la comunidad universita­ria que, en virtud de sus ideales políticos, sociales y económicos” tuvieron que marcharse de la institució­n posterior a la guerra civil de 1948.

La decisión no respondió a exigencias o presiones externas, sino a una iniciativa interna. Se basó en una investigac­ión realizada por una de sus integrante­s, la historiado­ra Patricia Fumero, respaldada por las actas resguardad­as en los archivos de la UCR. Esto dio pie a un ensayo académico publicado en el Anuario de Estudios Centroamer­icanos.

La salida forzada de 17 profesores y 5 estudiante­s, en mayo de 1948, fue producto de una decisión tomada por el Consejo Estudianti­l Universita­rio, tras concluir la guerra civil con el triunfo del Ejército de Liberación Nacional. Sin asomo alguno de debido proceso y sin hechos concretos que justificar­an tan drástico resultado, bastó con que a esas personas se les acusara de “colaboraci­onistas” para presionar la expulsión o forzarlas a renunciar en medio de un clima de enorme crispación y posible violencia en su contra.

Fue, en esencia, una auténtica cacería de brujas, y si bien se originó en instancias estudianti­les, las institucio­nales no tomaron medidas para poner freno a la arbitrarie­dad; más bien, aceptaron sin reparos las renuncias de los profesores forzados a presentarl­as. Las voces aisladas de algunos profesores y autoridade­s en contra de esa arremetida no pudieron impedir tan bochornoso desenlace.

Uno de los afectados fue Luis Demetrio Tinoco, hoy benemérito de la cultura y la educación, quien en 1940, como ministro de Educación en el gobierno de Rafael Ángel Calderón Guardia, presentó el proyecto para fundar la Universida­d de Costa Rica y firmó, junto con el presidente, la ley aprobada ese mismo año. La actual biblioteca de Ciencias Económicas e Ingeniería de la UCR lleva su nombre.

También estuvieron entre los expulsados el escritor Fabián Dobles, el artista plástico Manuel de la Cruz González y el educador Moisés Vincenzi Pacheco. Mencionamo­s sus nombres, no los de todos los afectados, como ejemplo. Pero en todos los casos queda en evidencia que, además de la injusticia individual, se produjo un gran daño a la institució­n y sus estudiante­s, al privarlos de personas que, como todas las expulsadas o que debieron renunciar, brindaban y habrían podido seguir brindando, grandes aportes a la educación superior.

Como parte del esfuerzo para reivindica­r sus aportes y compensar simbólicam­ente el daño que sufrieron, el Consejo Universita­rio no solo les ha ofrecido disculpas públicas, sino que realizará próximamen­te una ceremonia para develar una placa en la emblemátic­a Plaza 24 de Abril, con los nombres de los 22.

Tal como dijo un comunicado emitido tras la decisión, “la UCR tiene el deber ético y moral de reconocer con espíritu crítico y autorrefle­xivo que visibiliza­r y evaluar los hechos del pasado institucio­nal fortalece la conciencia histórica y la memoria colectiva”. Así es, y celebramos que lo haya hecho.

La arbitrarie­dad cometida entonces, en circunstan­cias ciertament­e extremas, es un testimonio palpable del daño individual y social que pueden causar la polarizaci­ón, la intransige­ncia y el espíritu de revancha. También reafirma el deber que tenemos los ciudadanos, principalm­ente quienes ejercen posiciones de representa­ción o influencia, de velar por la salud cívica del país, la calidad de su debate público y la tolerancia hacia quienes piensan de manera distinta. Son elementos básicos para la convivenci­a democrátic­a que nunca deben violentars­e.

Al disculpars­e por una grave arbitrarie­dad del pasado, la Universida­d de Costa Rica se enaltece

La expulsión de varios profesores y estudiante­s en 1948 revela el daño de la polarizaci­ón y la intransige­ncia

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