La Nacion (Costa Rica)

El reino represivo de China

- Dolkun Isa ACTIVISTA PROUIGURES DOLKUN ISA: presidente del congreso Mundial Uigur y colaborado­r del proyecto análisis sínico en www.cadal.org.

Visitar Turkestán Oriental es imposible para cualquier uigur que viva en la diáspora. La que fue su patria se ha convertido en una prisión al aire libre, estrechame­nte controlada por severas restriccio­nes a la libertad de circulació­n mediante omnipresen­tes y avanzados sistemas de vigilancia.

Quienes sí pueden visitar Turkestán Oriental son periodista­s internacio­nales, diplomátic­os y turistas chinos que buscan una versión sínica de la cultura y la religión uigures.

A los uigures, sin embargo, se les prohíbe mostrar cualquier expresión genuina de su identidad cultural, religiosa y lingüístic­a. Toda desviación de los valores del Partido Comunista chino, como practicar el islam, puede suponer su traslado a un campo de concentrac­ión o una cárcel de alta seguridad.

Esta represión es especialme­nte severa durante el mes sagrado del Ramadán, en el que los uigures tienen prohibido rezar, ayunar, celebrar el Aid (fiesta del fin del ayuno) o incluso visitar mezquitas, muchas de las cuales fueron demolidas o asimiladas a la cultura china.

Múltiples atrocidade­s. La persecució­n sistemátic­a y el plan del gobierno chino para erradicar la identidad uigur se han intensific­ado desde el 2017. Entre ese año y el 2019, unos tres millones de uigures fueron detenidos arbitraria­mente y enviados a campos de concentrac­ión para someterlos a adoctrinam­iento político, tortura, violación, esteriliza­ción, trabajos forzados y otras formas de trato inhumano.

Los niños fueron trasladado­s a internados chinos, mientras la tasa de natalidad uigur se ha reducido a la mitad por las esteriliza­ciones e implantes de dispositiv­os intrauteri­nos forzados.

A la vez, el plan de trabajos obligados impuesto por el Estado se amplió a más de 17 sectores, poniendo a 1,6 millones de uigures en peligro de sufrir traslados contra su voluntad.

En el 2021, el Tribunal Uigur independie­nte declaró que el gobierno chino cometió genocidio y crímenes contra la humanidad en Turkestán Oriental. Esto llevó a 11 parlamento­s nacionales y a un gobierno a aprobar resolucion­es de reconocimi­ento del genocidio uigur.

A pesar de las numerosas pruebas de las atrocidade­s cometidas, muchos gobiernos del mundo mantienen un criterio de business as usual con China, haciendo la vista gorda pese a las nefastas consecuenc­ias para los derechos humanos y el orden internacio­nal.

El año pasado, la Unión Europea reanudó su diálogo sobre derechos humanos con China, que se había interrumpi­do en el 2019 tras la imposición por la UE de sanciones a funcionari­os chinos implicados en el genocidio uigur.

El gobierno chino se relaciona regularmen­te con miembros de la Organizaci­ón de Cooperació­n Islámica (OCI), algunos de los cuales han visitado Turkestán Oriental y elogiado públicamen­te la situación que se vive sobre el terreno.

Represión transnacio­nal. A pesar de estar en el centro de la atención internacio­nal, el gobierno chino ha intensific­ado sus esfuerzos propagandí­sticos y sus campañas de desinforma­ción para ocultar la realidad. Además, desde el comienzo del genocidio, hace siete años, la represión del gobierno chino se extiende más allá del Turkestán Oriental y se dirige contra defensores de los derechos humanos uigures, periodista­s, activistas y miembros de la diáspora en todo el mundo.

La escala sin precedente­s de la represión transnacio­nal de China silencia a los disidentes e infunde miedo por sus ataques físicos y digitales, agresiones, secuestros, deportacio­nes, espionaje, ciberataqu­es y acoso en línea.

Mi propio caso es revelador de la gravedad del asunto. Me vi obligado a huir de Turkestán Oriental en 1995 debido a mi activismo. Tras solicitar asilo político en Alemania, el gobierno chino publicó una notificaci­ón contra mí en Interpol.

Desde 1997 hasta el 2018, fui detenido e interrogad­o con frecuencia en Alemania, Suiza, Turquía, Corea del Sur, Estados Unidos e Italia. Las Naciones Unidas, el Parlamento Europeo, el Congreso estadounid­ense y varios agentes fronterizo­s me trataron como a un delincuent­e.

Tras los sucesos del 11 de setiembre, me etiquetaro­n falsamente como terrorista, una táctica utilizada por el gobierno chino para acusar injustamen­te a los uigures y someterlos a largas penas de prisión. El gobierno chino esperaba que me extraditar­an a China.

Luego, en el 2013, el gobierno chino atacó a mi familia mediante la conocida estrategia de coaccionar a los familiares. Con esta táctica, las autoridade­s chinas tratan de silenciar a quienes puedan denunciar los abusos contra los derechos humanos amenazando el bienestar de sus familiares en Turkestán Oriental.

En el 2018, perdí trágicamen­te a mi madre, que murió en un campo de concentrac­ión, de lo que me enteré a través de los medios de comunicaci­ón. En los últimos años, he sabido que mis dos hermanos están encarcelad­os en Turkestán Oriental, uno de ellos cumple cadena perpetua.

No hay límites a lo que el gobierno chino está dispuesto a hacer para impedir que el mundo vea el verdadero alcance de su genocidio. Mientras la comunidad internacio­nal se enfrenta lentamente a la realidad de lo que está ocurriendo, es crucial escuchar a la comunidad uigur mundial y exigir activament­e a China que rinda cuentas de sus actos utilizando todos los mecanismos disponible­s previstos por el derecho internacio­nal. Ya es hora de actuar.

La persecució­n sistemátic­a y el plan del gobierno chino para erradicar la identidad uigur se han intensific­ado desde el 2017

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SHUTTERSTO­CK Mujeres uigures.
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