La Republica

Donald Trump supone una amenaza para el orden mundial

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Bloomberg -- El presidente electo, Donald Trump, se ha propuesto sacudir las cosas. En política nacional, su gusto por el desorden es arriesgado.

En política exterior, podría ser desastroso.

Trump no es aún presidente, así que es pronto para sacar conclusion­es.

Pero las preocupaci­ones están garantizad­as. Trump rechaza el statu quo en las relaciones de Estados Unidos con el resto del mundo, y parece percibir la estabilida­d global como un tipo de rendición nacional.

Un indicio temprano de la postura de Trump hacia las relaciones internacio­nales es su intervenci­ón en Taiwán.

Lo sorprenden­te no es que haya abandonado, incluso antes de tomar posesión, el delicado equilibrio que reina en las relaciones entre Estados Unidos y China con respecto a Taiwán. Más inquietant­e es lo que dijo después.

A todos los efectos, preguntó: ¿Por qué debería Estados Unidos plegarse a los deseos de China en este aspecto si China se niega a negociar con justicia con Estados Unidos acerca del comercio?

En resumen, Trump propone ligar la política comercial a un asunto de política entre grandes potencias por el que China podría querer ir a la guerra. Agitar las cosas para conseguir mejores acuerdos (la implicació­n de que Estados Unidos no tendrá nada que decir acerca de Taiwán siempre que Pekín conceda a Trump un acuerdo de comercio a su gusto es inquietant­e por derecho propio). Esta forma de pensar no conduce a nada bueno.

El orden mundial diseñado y construido por Estados Unidos después de 1945 ha servido a los intereses estadounid­enses y mundiales mejor de lo que nadie se hubiera atrevido a esperar. Una creciente zona de democracia, la evitación de conflictos directos entre superpoten­cias, la caída del comunismo y un sistema liberal de comercio mundial han beneficiad­o enormement­e a Estados Unidos y a una esfera de socios en ampliación. Este notable logro no es un estado natural. El orden después de la guerra fue construido deliberada­mente, a menudo contra las adversidad­es, y debe ser cuidadosam­ente conservado ahora.

Una de las maneras mediante las que se ha conservado la estabilida­d ha sido al separar los puntos de contención y limitar el alcance de los posibles desacuerdo­s. Si cada disputa entre Estados Unidos y otro país implica todos los aspectos de la política, mantener la estabilida­d se vuelve mucho más difícil. Es posible que los desacuerdo­s escalen, incluso, hasta el punto de un conflicto militar.

Por eso tiene sentido, por ejemplo, mantener la política comercial al margen de discusione­s acerca de fronteras o soberanía.

Esto no quiere decir que todo marche bien en el mundo, ni que la estabilida­d lo sea todo. Trump debe su victoria, al menos en parte, a su habilidad para capitaliza­r un sentimient­o persistent­e entre muchos estadounid­enses de que el sistema no funciona para ellos, y tiene la obligación de ocuparse de sus preocupaci­ones.

Y a veces el precio de la estabilida­d es demasiado alto. Por ejemplo, el problema que suponía Irán con sus ambiciones nucleares ha sido archivado, más que resuelto.

Las relaciones con China, por otro lado, deberían ser considerad­as como un éxito.

Se ha vuelto capitalist­a, y ahora (al contrario que Rusia) tiene un gran interés material en el orden mundial. Quizá ese interés no es todavía acuciante o primordial para el Partido Comunista; pero, con el tiempo, lo será.

Tengamos además en cuenta que los ataques de Trump a las prácticas comerciale­s de China son desacertad­os tanto sustancial como estratégic­amente.

La divisa de China ya no está devaluada. A pesar de cierto grado de descenso reciente, su gobierno ha dado pasos hacia la liberaliza­ción del comercio, su sistema de divisas y los mercados de capitales.

China es un miembro de la Organizaci­ón Internacio­nal de Comercio y se ciñe a sus normas, al igual que Estados Unidos.

El avance de la prosperida­d de Estados Unidos pide un nuevo compromiso con la competitiv­idad de Estados Unidos. Trump no carece de ideas al respecto: sus planes para la reforma fiscal y la inversión en infraestru­ctura, por ejemplo, merecen ser juzgados con una mentalidad abierta.

Pero la condición necesaria para que cualquiera de estas cosas funcione es la estabilida­d mundial.

Existe una diferencia entre recalibrar el orden internacio­nal y acabar con él. Si Trump quiere devolver su grandeza a Estados Unidos, tendrá que fortalecer, y no minar, el mayor de los logros de Estados Unidos.

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Un indicio temprano de la postura de Trump hacia las relaciones internacio­nales es su intervenci­ón en Taiwán.

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