La humildad de los grandes
En la actividad vitivinícola hay mucha gente involucrada, que desde su rol o actividad dedica larguísimas horas a entregar lo mejor de sí. Algunos estudiaron una carrera afín y pudieron concretar su interés y desafío en un área que, por su lado, ha tenido un importante desarrollo en los últimos 30 años. Hay figuras prestigiosas y conocidas, algunas ya no están entre nosotros, pero dejaron su huella. Otros han innovado en un área que hasta hoy supieron sostener, a costa de un enorme esfuerzo y poder de adaptación. Algunos recién comienzan y otros están de vuelta. Sin embargo, es de destacar algo que se repite entre los profesionales del vino, y es que la mayoría coincide en que la pasión supera la rentabilidad económica, que erradamente se asume que esta actividad siempre conlleva. Hay pocas imágenes tan impresionantes como recorrer un viñedo en la vendimia, participar de una cata vertical de un gran vino, escuchar la dedicación de agrónomos y enólogos ante un corte determinado, entregarse a un maridaje propuesto por un sommelier; así es de contundente una frase muy cierta que dice: “cuánto foie hay que comer para llevar un plato de lentejas a casa”. Esto también se traduce en lo aspiracional que resulta vernos trabajar. El mundo del vino está formado por enólogos y consumidores, periodistas y lectores, sommeliers y comensales, maestros y alumnos, comunicadores y receptores. Cada uno tiene un rol, no hay lugar para “divos” porque nadie es más importante que otro, sino que todos somos necesarios para que el ciclo pueda continuar. Por ello la premisa para muchos es una entrega, en la cual la forma de pago radica en la satisfacción y reconocimiento del otro, es decir la emoción que se puede despertar compartiendo lo que nos une: una copa de vino.