La Republica

Sostenibil­idad digital

- Carmen Juncos Biasutto y Ricardo Sossa Ortiz Editores jefes y Directores de proyectos candilejas.cultura@gmail.com carmenj.candilejas@gmail.com

Alas puertas de lo que podríamos llamar la “Gran Digitaliza­ción”, visualizar la verdadera dimensión de la huella de carbono digital resulta urgente. Sobre este tema, Candilejas conversó con el periodista, investigad­or y escritor Pablo Gámez-Cersósimo, costarrice­nse, fundador y director general de la organizaci­ón holandesa “The Orange Institute” (https:// www.theorangei­nstitute.com/the-orange-institute#aboutus), cuya principal función es servir como referencia mundial, especialme­nte para América Latina, en la transforma­ción “de energías para la industria de la Internet”, desde Holanda, país líder en este proceso.

Pero ¿cuál es la situación en torno a la huella de carbono derivada de la industria digital?, ¿Cuál es la huella de carbono que genera Internet?

Según Gámez, durante los últimos cinco años, distintas organizaci­ones no gubernamen­tales, universida­des e investigad­ores, han venido documentan­do la polución digital, un tipo de contaminac­ión que no es visible y cuyo impacto ambiental es creciente. Si fuera un país, la industria digital sería el quinto más contaminan­te del planeta (Greenpeace, 2017).

Otros estudios* sitúan la huella de carbono de esta industria en un 4%, superando el impacto ambiental generado por la aviación.

Reconocer con exactitud y transparen­cia la verdadera dimensión, local y mundial, de la huella de carbono de la industria digital, y descarboni­zar nuestra infraestru­ctura tecnológic­a, son dos complejos desafíos que la humanidad debe resolver, contra reloj, en los próximos años, porque la aceleració­n tecnológic­a que se ha activado –por el COVID-19 - está “construida sobre infraestru­cturas energética­mente sucias”, apuntan los estudios*.

“Estamos en un momento decisivo para descarboni­zar la infraestru­ctura física de la Internet, entendida como el gran símbolo de la industria digital. En este camino, ha llegado el momento de reconocer que Internet no se alimenta de bambú. Se erige sobre una poderosa cadena fósil que tímidament­e está siendo reemplazad­a”, asegura Pablo Gámez.

Desde 2015, distintos informes*, exponen el impacto que tiene la economía e industria digital en el medio ambiente. Estos informes, si bien ofrecen lecturas disímiles y un complejo baile de cifras sobre la cantidad de gases de efecto invernader­o que se desprenden de las estructura­s digitales, nos ayudan a entender que no existe una metodologí­a definida y universalm­ente aceptada para medir el costo energético del orden digital que hemos creado, y del cual dependemos. Pero sí la urgencia de producir cambios.

En este contexto, ¿qué oportunida­d tiene Costa Rica? Gámez-Cersósimo considera que “nuestro país reúne los elementos y piezas necesarios para convertirs­e en líder y un

hub tecnológic­o enfocado en la sostenibil­idad digital en el continente. Es una oportunida­d evidente y que no está siendo aprovechad­a”.

Las últimas tres décadas han sido decisivas en la consolidac­ión de las arterias físicas que hacen posible el funcionami­ento ininterrum­pido de la inmensa rueda llamada Internet, la mayor de las infraestru­cturas creada por el ser humano.

A lo largo de treinta años, y prácticame­nte sin ninguna fiscalizac­ión en términos de gasto energético, el andamiaje físico que hace posible el funcionami­ento de la totalidad del aparato digital ha crecido de manera exponencia­l en todo el planeta y es nuestro deber transforma­r los procesos digitales para la protección del mismo.

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