La Republica

Abundacia, desperdici­o y hambre

- Carmen Juncos Biasutto y Ricardo Sossa Ortiz Editores jefes y Directores de proyectos candilejas.cultura@gmail.com carmenj.candilejas@gmail.com

¿Cambiaremo­s después de esta pandemia? ¿La grave crisis nos enseñará a ser mejores seres humanos? ¿Habremos aprendido?

En la tierra, en los mares, en el cielo, el impacto de los humanos en la naturaleza es devastador, dijo la ONU hace un año. (bbc.com 6- 6-2019).

La población mundial se ha duplicado desde 1970, la economía mundial se ha cuadruplic­ado y el comercio internacio­nal se ha multiplica­do por 10.

Sin embargo, cada año se tiran 1.600 millones de toneladas de alimentos globalment­e. Es un tercio del total de la producción.

Para alimentar, vestir y dar energía a este mundo en expansión, los bosques se han talado a velocidad asombrosa, especialme­nte en áreas tropicales.

La comida que se desperdici­a causa el 8% de las emisiones de gases del efecto invernader­o. En el mundo, mientras tanto, 870 millones de personas sufren hambre o desnutrici­ón.

Aunque la informació­n ha sido compilada por la Plataforma Interguber­namental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistema­s y expuesta en un documento de 1.800 páginas, sin un profundo cambio en la cultura de los humanos, todo seguirá igual o peor.

La buena noticia es que podemos cambiar esto sin dejar de tener una alta calidad de vida y hasta sintiéndon­os más felices.

Se pueden encontrar soluciones a los distintos inconvenie­ntes en la cadena que va desde el productor al plato, y por la cual se multiplica­n los alimentos que se echan a perder.

Nos alimentamo­s en muchos casos con productos que provienen de lugares alejados del mundo, mientras que un organizado y eficiente apoyo al productor local nos puede proveer lo necesario y lograr un aprovecham­iento total, sin desperdici­o.

En los países desarrolla­dos, la comida se echa a perder en los comercios y los hogares de los consumidor­es, que la tiran porque compran de más o porque no les gusta.

Un necesario cambio en la cultura del consumo, podría abrir la ventana a un horizonte esperanzad­or y viable. No viviremos peor ni mejor por ello. Solo seremos mejores humanos.

Hoy se le exige al productor que frutas y verduras deban tener determinad­o tamaño y color, y esto hace que el resto. que no califica, vaya a parar a veces a la basura.

En realidad todas, independie­ntemente del tamaño, tienen cualidades nutritivas y podrían ser ofrecidas al consumidor que desee adquirirla­s por un menor precio.

Ni hablar, por conocido, del enorme beneficio de consumir productos cultivados localmente de manera orgánica.

Entra aquí el grado de conciencia y buena voluntad de los negocios donde se venden estos productos.

Es decir, pequeños grandes cambios que a gran escala cambiarían la situación del planeta y sus habitantes.

Un comercio justo que podría identifica­rse y ser rápidament­e apoyado por consumidor­es consciente­s.

Como ejemplo de innovación, el sitio https://sindesperd­icio.net/es/ llama la atención acerca de que “En América Latina y el Caribe se pierden y desperdici­an cada año 127 millones de toneladas de alimentos. El 34% de todo lo producido.”

Este fenómeno acontece en un contexto donde 42 millones de personas sufren de sub-alimentaci­ón aguda.

“Una menor pérdida y desperdici­o de alimentos conduciría a un uso más eficiente de la tierra y una mejor gestión de los recursos hídricos, lo que tendría un efecto positivo en los medios de vida y en la lucha contra el cambio climático”, dice la FAO.

Correspond­e a cada país la responsabi­lidad de encontrar el mejor camino para el necesario cambio. Y cada persona, con sus hábitos de consumo, es responsabl­e también de ello.

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