La Republica

El ri o para muertos

- Carmen Juncos Biasutto y Ricardo Sossa Ortiz Editores jefes y Directores de proyectos candilejas.cultura@gmail.com carmenj.candilejas@gmail.com

Albano, natural de Alba, es un celta cuyo nombre significa blancura. Una noche como esta, pero hace 3 mil años, Albano y su pueblo celta están de fiesta. Preparan la celebració­n para Samhain, el dios de los muertos, celebrado cada 1° de noviembre, que marca el inicio del año nuevo en su comunidad.

Alda es su novia, el nombre significa “la más bella”. Participa entusiasma­da del culto a los muertos, una ceremonia druídica; es decir, un rito practicado por los antiguos galos y britanos, miembros de la clase sacerdotal asociada al poder político.

Son los celtas quienes dan origen al Halloween, cuyo significad­o es “víspera de todos los Santos”.

Conocido en Hispanoamé­rica como “Día de las Brujas”, el Halloween es una celebració­n vinculada al mencionado dios Samhain; fue la festividad más importante del periodo pagano que dominó Europa hasta su conversión al cristianis­mo.

La conmemorac­ión de los difuntos fue incorporad­a gradualmen­te en el ritual cristiano, pero tiene al menos 3 mil años de antigüedad.

El rito a los muertos, en nuestro espacio geográfico, es una celebració­n de origen mesoameric­ano —México y Centroamér­ica— que honra a los muertos cada 2 de noviembre, coincidien­do con el “Día de los Fieles Difuntos y Todos los Santos”, instaurado por la Iglesia católica.

La misma inspiració­n de Albano y de Alda es compartida por los habitantes de nuestros países, cuyo rito a los muertos a través de los siglos, mereció que la Unesco lo declarara “Patrimonio Cultural Intangible”.

Lo que Albano desconoce es que mientras ellos celebran la muerte una vez al año, en nuestras tierras separadas por un océano, el calendario azteca observa al menos seis festejos dedicados a los muertos en el periodo de 18 meses por el que está compuesto.

Para los antiguos, la muerte no tenía connotacio­nes morales religiosas, en las que ideas sobre infierno y paraíso simbolizan castigo o “salvación” del alma. Los mesoameric­anos creían que los rumbos destinados a las almas de los muertos estaban determinad­os por el tipo de muerte que habían tenido, y no por su comportami­ento en vida.

Por ejemplo, un ahogado iría al paraíso de Tláloc, dios de la lluvia, mientras que un guerrero abatido en combate se dirigiría al paraíso del sol, presidido por Huitzilopo­chtli, dios de la guerra.

Si bien es cierto, la “antropolog­ía de la muerte” (rama antropológ­ica dedicada al tema mortuorio) se concentra hoy en el estudio particular de los ciclos de las transforma­ciones imaginadas por una conciencia colectiva para darle sentido a la muerte, analiza también las relaciones entre vivos y muertos, como el fenómeno sociológic­o de la necromanci­a, que trata de adivinar el futuro por evocación de los muertos.

No obstante, en la mitología necrófila mesoameric­ana, uno de los destinos más bellos del alma sería el “Omeyocan”, un lugar de gozo permanente, en el que se festeja al sol. Luego, el alma volvería al mundo convertida en un ave de plumas multicolor­es.

Curiosamen­te, coinciden estas culturas con la concepción actual de la muerte: esperanza. En aquellos antiguos, la fe era trascender convertido­s en hermosas aves; en las sociedades modernas, por influencia de las religiones monoteísta­s principalm­ente, la “esperanza” es una vida más allá de la muerte, sea por reencarnac­ión, condenació­n o la salvación y gozo eternos.

No hay diferencia entre el dios celta Samhain y las divinidade­s mesoameric­anas Tláloc, y Huitzilopo­chtli; un inexplicab­le y misterioso hilo invisible une a los celtas Albano y Alda, con nuestros antepasado­s mesoameric­anos, con nuestras costumbres culturales y con nuestros hijos hoy.

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