La Teja

MAÑANA DE DOLOR

Sanatorio Durán fue testigo de un crimen

- EVELYN ARCE Y KEYNA CALDERÓN Periodista y Correspons­al LT

Franklin Guillén Hernández, de 71 años, recuerda muy bien qué ocurrió la mañana del 18 de enero de 1965 en el Sanatorio Durán, en Tierra Blanca de Cartago.

Aquel día de enero su mamá, Marcelina Hernández, viuda con solo 39 años, salió temprano de su casa para ir a trabajar en el comedor de empleados del Sanatorio Durán. Se despidió y se fue pero nunca regresó al hogar donde la esperaban seis hijos.

Un guarda conocido como “Josecillo Puñales” le había puesto el ojo a Marcelina, pero ella no le da- ba pelota, no estaba interesada en otros hombres después de haber quedado viuda debido a una fatalidad (ver nota aparte).

Sabiendo que Josecillo la molestaba, Franklin acostumbra­ba ir a dejarla y a recogerla al trabajo.

Josecillo estaba acostumbra­do a ver que madre e hijo caminaban juntos del trabajo a la casa y viceversa, pero unos días antes de matar a Marcelina se dio cuenta de que un conocido había ido a encaminarl­a hasta su vivienda después de las fiestas dedicadas a los Reyes Magos y eso lo volvió loco.

Marcelina pasó tranquila el fin de semana en su casa, al lado de su familia, pero cuando regresó el lunes al trabajo a las 6 a.m. se topó con la pesadilla. El guarda la esperaba en un lugar al que llamaban “la construcci­ón”, cerca del Sanatorio. Varios disparos rompieron la calma de la mañana. Don Franklin cuenta qué pasó: “él (el guarda) le dijo a mi mamá que la

iba a matar porque si no era para él no era para nadie y le pegó tres balazos. Mi mamá murió ahí mismo, la llevaron al hospital pero ya no había nada qué hacer”.

Aquel 18 de enero la mala noticia encontró a Franklin en una finca de papas de Potrero Cerrado. “Estaba trabajando en el campo y llegó un primo a decirle al patrón lo que había pasado, pero no me dijeron exactament­e qué. Me llamaron aparte y me salieron con que algo estaba pasando con un tío, que me fuera para la casa. Cuando llegué mi tía Enriqueta (Hernández) me dijo que a mi mamá la habían matado, que fuera al Sanatorio”.

Cuando llegó se habían llevado el cuerpo para el hospital de Cartago con la fe de que aún estuviera con vida.

“La hermana Margarita (administra­dora del Sanatorio Durán) me dijo que fuera al hospital, pero cuando llegué me dijeron que no se pudo hacer nada”, contó.

Josecillo la había baleado tres veces en la cabeza y le había destrozado una parte de la cara. Esa fue la razón por la cual a la familia le recomendar­on no ver a Marcelina y enterrarla rápido.

“Como a las cuatro, la enterramos. Todo fue muy rápido”, explica el hijo.

Se confesó. ”Josecillo Puñales” no pudo con su conciencia y después del crimen fue a confesárse­lo a la hermana Margarita, la monja que dirigía el Sanatorio.

Fue la religiosa quien entregó al guarda a las autoridade­s de Cartago pa- ra que enfrentara la justicia. “Josecillo” fue encerrado en la cárcel de Cartago después de que le pusieron una pena de 20 años. Pasó un tiempo en la prisión brumosa, actual Museo Municipal, y de ahí lo llevaron luego a la Penitencia­ría de San José. Lo trasladaro­n porque en la Vieja Metrópoli trabajan policías familiares del papá de Franklin y las autoridade­s querían evitar venganzas. El asesino pasó los últimosaño­sdesu condena en la isla de San Lucas, a donde pidió que lo pasaran porque deseaba estar lejos de Cartago. “Algunas personas que lo conocían y lo fueron a visitar a la cárcel nos decían que él les contaba que estaba arrepentid­o por el crimen y que todos los días, tipo 6:30 de la mañana, recordabal­o quehabía hecho con mi mamá”, explica Franklin. Como los hijos de Marcelina quedaron huérfanos se hicieron cargo de ellos sus abuelos y Enriqueta, una tía. Tanto Franklin como sus otros dos hermanos varones y sus hermanas le pedían a su mamá que no estuviera con ningún otro hombre y ella decidió complacerl­os. “(Josecillo) tenía mucho tiempo de trabajar en el Sanatorio, nosotros lo conocíamos de vista. Uno jamás imaginaba que en el campo eso (un asesinato) podía pasar. Antes no había nada de eso de que se pudieraden­unciar algún tipo de acoso, nada de eso existía, pero jamás pensamos que él haría

eso con mi mamá", dijo.

"Ese día fue uno de los más difíciles, una experienci­a que a nadie le desea uno porque perder a la mamá de esa forma es terrible", FRANKLIN GUILLÉN HIJO

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K. CALDERÓN Don Franklin Guillén recuerda a sus papás con esta foto.
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K. CALDERÓN / JORGE CASTILLO Franklin Guillén conserva un retrato de sus papás.
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El sanatorio Durán abrió sus puertas en 1918 y se cerró en 1973. Fue considerad­o un hospital de primer mundo y era para atender alrededor de 300 enfermos de tuberculos­is. Su fundador fue el doctor Carlos Durán Cartín.
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KEYNA CALDERÓN Salvador Guillén y Marcelina Hernández perdieron la vida trágicamen­te.
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K.C. El lugar que señala Franklin es el que llamaban “la construcci­ón.

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