La Teja

“TAXIBOTE” ANTIUBER

TA LA MANQUEÑA SIN ESTRÉS POR COMPETENCI­A DESLEAL

- EDUARDO VEGA eduardo.vega@lateja.cr Hay una taxista A la brava. Nunca arrugó. se

a quien el servicio de Uber no la estresa en lo más mínimo. Se trata de doña Elizabeth Mayorga, una indígena de Talamanca, quien con su "taxibote" atiende a muchos pasajeros en su comunidad.

Ala señora le da risa cuando le hablamos de Uber. Claro que conoce la aplicación para transporta­r personas, pero ni le fu ni le fa que ya tenga dos años en el país (los cumplió el 21 de agosto), porque su servicio es a cachete y los clientes están muy felices con ella.

La taxista no ofrece confiticos a sus clientes sino que los trata como reyes. Tampoco tiene que darles botellitas de agua porque a sus pasajeros los transporta en las aguas del río Telire.

No necesita de una aplicación para atender a sus pasajeros porque solo con que le pidan el viaje ella lo hace, aunque sea solo una persona. Tampoco le hacen falta aplicacion­es para saber cuál carretera agarrar o dónde hay menos presas, ella se sabe de memoria la mejor forma para cruzar el río Telire, entre Suretka y Zuiri, un trayecto que hace en cinco minutos.

Por eso a ella no la atrasa la competenci­a, solo se dedica a bretear duro todos los días, así es como se ha ganado el cariño del pueblo y ha consolidad­o un negocio familiar.

La talamanque­ña empezó a brindar este servicio hace 20 años con su esposo Al- berto Jiménez, pero hace una década tuvo que echarse el churuco encima porque su marido murió.

Al día de hoy el negocito ya esta consolidad­o, incluso, ahora sus hijos (Alberto, Ángel y Aliza) le meten el hombro.

“Cuando me acuerdo de aquél fin de semana me sorprendo de todo lo que viví. Yo soy una indígena de Talamanca, eso significa que por la cultura de mi clan, el Konkan, el hombre trabaja y la mujer se queda en la casa. Por eso, cuando mi esposo fallece yo no sé absolutame­nte nada del negocio del taxibote, pero nada.

“De la noche a la mañana me tocó comenzar a aprender dónde comprar la gasolina para los motores, ni sabía qué era un motor, no sabía cuánto se cobraba. Lo que sí tenía muy claro es que mis tres hijos necesitaba­n comida y por eso tuve que aprender a la brava y a la carrera”, nos contó esta pulseadora.

Su taxi es un bote de madera, de puro cedro, y a ella le toca transporta­r desde el más humilde indígena hasta maestros, ingenieros, doctores, estudiante­s y hasta ministros, que pasan de una orilla a la otra, porque es la única forma de cruzar en ese río.

Ella cobra ¢200 por cada trayecto y tiene unos 150 clientes diarios. A pesar de no saber naditica de la taxiada, rápido le agarró el teje y maneje.

Se aprendió la ruta, entendió cómo se comportaba­n los motores y echó pa’ lante.

Lo ha hecho tan bien en estos últimos diez años que ya cuenta con tres “taxibotes”.

“El secreto ha sido tratar bien al cliente, por eso es que no me interesa Uber, porque ellos tienen dos años y yo tengo diez de hacer muy bien lo que hago, aquí no hay Uber que valga”, nos dijo muerta de risa. Cuando asumió la taxiada, el bote ya estaba como jarro de loco, así que tuvo que correr para buscar un préstamo, pero los bancos se lo negaron porque no tenía como responder.

El problema es que al vivir en territorio indígena no tiene propiedade­s a su nombre.

Doña Elizabeth no se arrugó, buscó y buscó con más ganas hasta que una puerta se le abrió.

En la Fundecoope­ración quedaron encantados de que fuera una indígena, pulseadora y con su propio negocio, así que le pegaron el empujón con la platica que necesitaba que le prestaran.

Alberto, el mayor de los hijos, ahora se está echando el negocio al hombro porque su mamá ha comenzado a trabajar en lo que estudió. Sí, leyó bien, a pesar de tener que bretear todos los días desde las cuatro de la mañana y hasta que el cliente quiera, también pudo robarle tiempo al tiempo para estudiar.

Doña Elizabeth sacó el título de bachiller en Educación en la Universida­d Nacional.

Ahora da clases en la escuela de Zuiri, le toca enseñar a los niños de tercero y cuarto grado, esa es la gran pasión de su vida. Por diez años hizo lo que tenía quehacer para podercomer, por eso cree que es el tiempo de hacer lo que realmente le gusta: enseñar.

Ahora es la profe del barrio... y la taxista.

 ?? CORTESÍA. CORTESÍA. ?? Alberto, el hijo mayor, ahora le mete el hombro en el brete. Doña Elizabeth tiene diez años de ser taxista en Talamanca. Uber, sus dos años en el país y su estrategia de confiticos y agüita, no desplaza al “taxibote”.
CORTESÍA. CORTESÍA. Alberto, el hijo mayor, ahora le mete el hombro en el brete. Doña Elizabeth tiene diez años de ser taxista en Talamanca. Uber, sus dos años en el país y su estrategia de confiticos y agüita, no desplaza al “taxibote”.

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