MÁS FUERTE QUE LAS BALAS
HEIDY ARIAS PASÓ POR DOS PRUEBAS MUY DURAS EN SEIS AÑOS
Una bala perdida acabó con el deseo de Heidy Arias Ovares de volver a caminar, pero no afectó en nada su deseo de salir adelante y eso explica por qué es una campeona del asfalto.
Vamos a la noche del 2 de febrero de 2001, cuando esta vecina de San Rafael de Escazú se disponía a pasarla bien con unos amigos del trabajo. Heidy tenía entonces 20 años y trabajaba como mesera en el restaurante TGIF de Escazú.
Ella y su amigo Allan Hidalgo acostumbraban ir los viernes a bailar a la discoteca Deja Vú, en el centro de San José, así que al cerrar el restaurante agarraron un taxi y se fueron. Lo que pasaría después quedaría en la memoria de ambos para siempre.
“Estaba sentada en la parte de atrás del taxi y cuando nos íbamos a bajar para ir a la discoteca sentí un golpe en la espalda. Sentí caliente y de inmediato se me adormecieron las piernas. Ya el taxi estaba tenido, de hecho Allan ya estaba pagando. En aquel entonces yo tenía un bee- per y sentí una vibración, como si hubiera estallado, pero lo volví a ver y estaba bien y fue cuando le dije a Allan que no me podía mover”, recuerda.
Tiroteo cercano. Ni Heidy ni Allan tenían cómo saber que mientras el taxi se detenía, a escasos 150 metros se daba un enfrentamiento a tiros entre la Policía y unos maleantes. El golpe que Heidi sintió en la espalda fue el de una bala perdida. El tiro atravesó la cajuela del taxi, el asiento trasero y se metió en la columna vertebral de la joven.
Heidy no entendía qué pasaba, por qué no podía mover las piernas. Entonces Allan la revisó y descubrieron que sangrando.
“Recuerdo que curiosamente él (Allan) me puso la mano en las piernas y yo decía dentro de mí 'qué rajado, no tengo sensibilidad cuando me tocan'. El taxista nos dijo que eso había sido un disparo y en el mismo carro nos fuimos para el hospital”, dijo Dura noticia. Al llegar al Hospi- tal San Juan de Dios los doctores ya la estaban esperando porque el taxista había avisado que llegaría con una mujer baleada. “Cuando llegamos sentí muy feo porque como no estaba acostumbrada a no sentir, sentí como si la mitad del cuerpo se me hubiera quedado dentro del carro. Recuerdo que cuando me pasaron a la sala, los doctores rompían mi ropa, tenía unos collares de piedras blancas (pucas) y yo me decía ‘¿qué están haciendo?, yo puedo quitármelo tranquilamente’, como si no me estuviera muriendo, pero era porque yo no entendía bien qué me estaba pasando”, señala. La bala se le había alojado entre dos vértebras y la médula espinal se le partió en dos. Estando en el hospital, Heidy entró en shock.
“Después de que desperté me pasaron a una sala que se llama Vigiliancia estricta, que es donde los doctores lo ven a uno cada cin- co minutos revisando a ver si uno no se ha muerto. Esa misma noche llegó un sacerdote y me puso los santos óleos, seguro le habían dicho que yo ya iba para el otro lado, y yo me asusté toda, porque yo estaba consciente de todo”, dice.
Ciclismo frenado. Antes del accidente, Heidy tenía cerca de un año de estar practicando ciclismo, así que su mayor temor era no volver a pedalear.
Sin embargo, dos días después del suceso, cuando ya logró entender quá pasaba, el doctor le confirmó que tenía paraplejia, es decir, inmovilizada la parte inferior del cuerpo y que su deseo de volver a la bici era imposible.
Pese a la dura noticia, Heidy no se rindió y aceptó ir a rehabilitación para aprender a ir albaño, a andar en silla de ruedas y a movilizarse sola.
Un año después de dejar el hospital, Heidy regresó a su trabajo como mesera. Sus jefes creían que ella no iba a ser capaz de llevar el pedido intacto a la mesa, pero ella las demostró que estaban equivocados.
Todo parecía ir volviendo a la normalidad, pero al mes de haber regresado a trabajar, los doctores descubrieron que el plomo de la bala, que aún tenía en el cuerpo, le estaba haciendo reacción y que lo mejor era operarla. En julio de 2002 regresó al San Juan de Dios para que le sacaran la bala. Deporte, su gran motor. Luego de la operación, Heidy empezó a ir al Centro Nacional de Rehabilitación (CENARE) y fue cuando conoció al fisioterapeuta Francisco Trejos, quien le recomendó hacer deporte.
Empezó practicando balonceto; sin embargo, al tiempo sintió que no era lo suyo por ser muy brusco y entonces la conquistó el atletismo. Ahora tiene cerca de ocho años de competir de manera profesional y es la primera mujer con discapacidad que practica es-
Yo no soy una persona con discapacidad,, sollo camino diferente””.. HEIDY ARIAS PERIODISTA
te deporte. (Leer nota aparte).
Después de la cirugía para sacarle la bala pasó un año más incapacitada y regresó de nuevo a su trabajo, a su puesto de mesera y cocinera en el que duró 10 años.
Una vez, estando aún en el restaurante, conoció a un grupo de mujeres llamadas “El club de los 100 dólares”, que eran clientas adineradas del local. Luego de leer un reportaje que le hicieron a Heidy en la Revista Dominical, de La Nación, el 4 de mayo 2003, las mujeres le regalaron un carro adaptado a su condición.
“Yo pagaba cincuenta mil colones mensuales en taxis para ir a trabajar y ganaba como 75 mil colones. En la entrevista dije que quería un carro, pero no que me lo regalaran sino que me lo financiaran para poder tenermicarrito y poder desplazarme porque en aquella época no existía la Ley 7600, como ahora, y era más complicado desplazarme”, señala.
Con mucha estrella. Heidy dice ser una persona con discapacidad, pero con estrella porque hasta una beca para estudiar en la universidad le regalaron y, en parte gracias a eso, hoy es licenciada en Periodismo y tiene seis meses de trabajar como asesora de Delia Villalobos, presidenta de la Junta de Protección Social.
“Me regalaron el carro, me dieron la beca, me dieron terapia en el Cima San José, por eso digo que soy una persona con discapacidad con estrella, es decir, llena de bendiciones. Si bien cuando me pasó el accidente el INS no me indemnizó, tuve la bendición de que Dios me puso mucho ángeles en el camino”, señala.
Y llega el segundo dispa
ro... Ya habían pasado seis años desde aquel disparo que lo había cambiado todo cuando, en octubre de 2007, Heidy se enfrentó nuevamente con la muerte pero ésta vez en medio de un asalto a mano a armada.
Iba desde Alajuelita hacia San Rafael de Escazú una noche muy lluviosa. “Vi a dos jóvenes que se me tiraron al carro y nada más escuché ‘¡péguela porque no va a parar!’. Volví a ver a la derecha y me di cuenta de que tenía a dos de un lado y a dos del otro. Uno de los que estaba al lado derecho del carro sacó un arma calibre 22 y disparó. Mi reacción fue acelerar el carro y llegué hasta mi casa, que estabacomoa los trescientosmetros”, recordó.
La bala entró por el vidrio delantero derecho, le pegó en el labio superior y siguió hasta reventar el vidrio del lado del chofer.
“Lo primero que hice cuando llegué a mi casa fue meterme los dedos a la boca para ver si tenía todos los dientes porque soymuy vanidosa. Solo un diente se astilló en el centro y otro se quebró de lado, donde la bala trató de salir”.
Como ocurrió en la primera vez, cuando salía a divertirse un rato, Heidy nunca supo quién la baleó ni hubo detenidos.
Después del segundo incidente recibió terapia facial por cuatro meses y sigue en eso.
“Esa segunda bala no me dejó secuelas, no tocó ningún nervio, porque la mano de Dios hizo que yo volviera a ver al lado derecho y eso hizo que la bala nomepegara en la cara y me mataran”, señala.
Han pasado 16 años desde aquella inolvidable noche y la escazuceña, en lugar de rendirse, sigue luchando. Heidy no sabe qué es darse por vencido.