La Teja

Ayudar alivia el luto

- SEÑORA MURIÓ MIENTRAS TRABAJABA COMO DOMÉSTICA AFP Ciudad de México

En la vela de María Ortiz, una de las víctimas del terremoto que sacudió esta semana la capital de México, unas 50 personas se acomodan en un espacio de 30 metros cuadrados con sala, comedor y patio, mientras comparten pan dulce y bebidas calientes.

Richard LópezOrtiz, el hijo mayor de María de 38 años, dice que tener tanta gente reunida en casa es una escena de toda la vida. Relata que, recién llegados al barrio, sus padres apadrinaro­n al santo patrono de la iglesia local.

“Aquí se dice que se cerró la calle, le hicieron una fiesta en grande a San José”, recuerda con un gesto pícaro que alivia brevemente su tristeza.

Tras el terremoto de 7,1 del mar- tes pasado, que ha dejado más de 300 muertos, Richard vivió tres días de incertidum­bre. Su mamá, que tenía 57 años, yacía bajo los escombros de un lujoso pero viejo departamen­to del barrio de Condesa, donde trabajaba como empleada.

La posibilida­d de que estuviera viva angustiaba a Richard como lo ha hecho con los familiares de varios cientos de personas atrapadas en los edificios colapsados.

Junto a hermanos, tíos y primos salió de su humilde barrio, hasta el lugar del derrumbe.

Querían ayudar, hacer algo por su mamá o por quien lo necesitara, igual que miles de mexicanos que tomaron las calles en una gesta solidaria que ha conmovido al mundo en la última semana.

“Nos dio tanto gusto ser útiles que empezamos a recoger escombros rápido”, relata Richard, quien agrega que los soldados quedaron impactados con la rapidez con que avanzaron en el penoso trabajo.

Esa satisfacci­ón alivia la furia que sintió ante la rigidez de la cadena de mando militar y las malas decisiones que, cree, retrasaron el rescate de su mamá.

Leobardo, hermano menor de 36 años, entiende ahora que el riesgo de un nuevo derrumbe sobre las ruinas fue la razón de la demora en el socorro. Rescatista­s israelíes con aparatos de alta tecnología comprobaro­n que la labor fuera segura y pudiera terminarse.

“Estuvieron ahí día y noche trabajando. Todo lo que se pudo, se hizo... Salió completa y no quedó aplastada”, afirmó.

Hijos y nietas de María circulan por la pequeña casa rellenando vasos con atol, una bebida de origen prehispáni­co. La homenajean en- tonando canciones religiosas, recordando episodios de amistad u ofreciendo ayuda en lo que sea.

“Me siento tranquilo y satisfecho al saber que mi madre está en donde tiene que estar”, dice Richard, quien evita verse ahogado por el llanto, ofreciendo otro “atolito”. Parques y plazas, donde familias enteras acampan por tener sus casas dañadas, son invadidas también por payasos ambulantes, psicoterap­eutas, chamanes haciendo limpias “para quitar el susto”, personas que obsequian peluches y dulces a los niños o por la música de bandas de rock o de mariachi. Nadie cobra.

Richard dice que el próximo 2 de noviembre, en el mexicanísi­mo Día de los Muertos, la casa estará abierta para homenajear a su mamá y a su papá, que falleció hace cuatro meses por enfermedad.

“Aquí esperamos a nuestros muertos y vamos a esperar ahora a mi mamá y a mi papá... Hacemos de comer para la gente que nos deja una luz para ellos”, concluye.

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AFP Leobardo Lopez, hijo menor de María, también se fajó como rescatista.

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