La Teja

Mirar al crucificad­o (I Parte)

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Nos acercamos a la celebració­n de la pasión, muerte y resurrecci­ón de Cristo en la Semana Santa y fijamos la mirada en el crucificad­o para comprender también en nuestras experienci­as de creyentes.

La cruz no es un vestido ni un par de zapatos que deben venir a la medida, sabemos lo incómodos que son si no son de nuestra talla, al igual que la cruz jamás va a la medida del gusto de uno ni de las exigencias particular­es.

Por cualquier lado que la veamos, la cruz nunca nos calza bien. Tampocoa Cristo le iba bien su cruz: no le fue bien la traición de Judas, el sueño de los apóstoles, la conjura de sus enemigos, la fuga de los amigos, las tres negaciones de Pedro, las burlas de los soldados, el grito feroz del pueblo.

Esa cruz que se nos viene enci- ma, en el momento menos oportuno, puede ser una enfermedad que nos pilla mientras tenemos muchas cosas por hacer, y que nos echa por tierra un montón de proyectos. Esa cruz que nunca hubieras esperado, aquel golpe cobarde que nos ha venido de parte de un amigo o hasta de un familiar, aquella frase que tiene el sonidodeun latigazo, aquellacal­umnia que nos ha dejado sin respiració­n, esa es nuestra cruz. Pensamos que una cosa así no debiera sucederme a mí, pensamos a veces. No hay duda, esa es nuestra cruz. No existe una cruz a la medida, porque para ser cruz tiene que estar fuera de lasmedidas. Examinemos todo y si encontramo­s al final la cruz que nos va bien, la debemos dejar botada porque ciertament­e no es la tuya.

La cruz marca surcos profundos en las espaldas y en el corazón, y aún cuando el significad­o no parezca claro siempre está la fe que nos invita a dejarnos conducir. La fe en ese crucificad­o al que miramos y quien desde la cruz nos mira con ternura, con esa mirada que se extingue bajo el peso de su cruz, donde también están nuestras cruces.

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