La Teja

SUEÑO FUSILÓ AMORÍO

HISTORIA LLENA DE INTRIGA Y ENGAÑO SE DESARROLLÓ HACE 185 AÑOS EN HEREDIA

- BRYAN CASTILLO bryan.castillo@lateja.cr

El sueño o la conciencia le jugó una mala pasada a una herediana llamada Juana Porras, quien confesó mientras dormía dos macabros crímenes ocurridos entre los años 1833 y 1836.

Producto de su inesperada declaració­n, Porras junto a 3 personas más fueron condenadas a morir fusilados.

El hecho quedó documentad­o en el libro, Arqueologí­a Criminal Americana, publicado en el año

1906, cuyo autor fue el geólogo y explorador costarrice­nse Anastasio Alfaro.

De acuerdo con el historiado­r Ronald Castro, este terrible acontecimi­ento, ocurrido unos años después de la independen­cia de Costa Rica, lo protagoniz­aron en un principio, dos matrimonio­s, uno conformado por Marcelino Rodríguez yManuela Murillo, mientras que el otro era el de don Pilar Arias y María Rodríguez.

Ambas parejas vivían en casas diferentes, en las cercanías de donde ahora está el bar Mulo, en el puro centro de la provincia florense, en barrio Fátima, por lo que los cuatro se conocían, según los datos, la “amistad” entre las parejas inició en

1833. Los dos hombres se dedicaban a labores de campo, mientras que las mujeres eran amas de casa.

Pilar Arias y Manuela Murillo iniciaron un amor clandestin­o y pasional en 1834, que desencaden­ó una serie de desgracias.

Las constantes desaparici­ones de Pilar hicieronqu­e su esposa, María, sospechara, por lo que a finales de ese año decidió reclamarle. Esto enfureció al hombre, quien la tomó del cuello y la asfixió hasta matarla.

“Los chismes empiezan a correr en el barrio porque se les ha visto juntos, al principio nadie sospecha nada, pero conforme pa- sa el tiempo María le reclama a su esposo que tiene amores con Manuela, entonces, él empieza a agredirla, incluso, le hace comentario­s a sus amigos de quieremata­rla y al final lo hace”, detalló Alfaro en su libro.

Según el historiado­r Ronald Castro, la muerte de la mujer se manejó como natural, por lo que nadie, hasta ese momento, supo que realmente se

trató de un homicidio.

Plan macabro. Con María fuera del camino, Pilar y Manuela idearon un plan durante dos años para por fin poder darle rienda suelta a su amor, el cual se concretó en abril de 1836, esta vez la víctima sería Marcelino.

Para no levantar sospechas decidieron involucrar a una tercera persona, se trató de Manuel Peñaranda, un hombre que era amigo de la pareja de amantes.

A él le pagaron unas cuantas pesetas para ir a Puntarenas y traer un veneno que sacaban del árbol de manzanillo y con el matar a Marcelino.

Peñaranda, quien estaba casado, no fue solo, el hombre también era mal portado, por lo que aprove- chó el viaje a la playa y se llevó a su amante, Juana Porras, con quien estuvo un par de días disfrutand­o de lo lindo en el Pacífico.

De regreso, Manuela invitó a Juana a su casa para prepararle a Marcelino un picadillo de vainica, el cual tenía la poción tóxica.

“Juana y Manuela le prepararon unas vainicas que son las que tienen el veneno, Marcelino se intoxica, pero sin llegar a la muerte, entonces, las mujeres al ver que no se moría le preparan una tinaja de agua y le echaron más veneno, al final el hombre murió”, relata el libro Arqueologí­a Criminal Americana.

Sueño mortal. En julio de 1836, la esposa de Peñaranda, una joven

llamada María José Solano, invitó a Juana Porras a almorzar a su casa, y la muy descarada fue, pues ambas eran amigas. Sí, las novelas de Televisa se quedan cortas a la par de este novelón.

Tras comer, Porras se durmió en la mesa y empezó a hablar sola y soltó tanto la lengua que confesó,

frente a María José, los asesinatos de Marcelino y María. “María José lo escuchó todo, segurament­e se sorprendió y de una vez decidió decir todo lo que pasó a las autoridade­s, sin que ninguno de los tres se diera cuenta. En pocos días ellos fueron detenidos y prácticame­nte hallados culpables”, añadió Castro.

Condena y escape. Luego de ser detenidos, los responsabl­es de cometer el hecho fueron encarcelad­os en una pequeña prisión en Heredia.

Todos fueron interrogad­os por separado por miembros del ejército tico para saber quién o quiénes participar­on del crimen.

Ninguno aceptó la culpa, decidieron culparse entre ellos con el fin de evitar alguna condena, pero más bien se terminaron de hundir.

“A todos los sentenciar­on a la muerte, todos debían ser fusilados por tratarse de un hecho bastante grave y aúnmásporq­ue se trató de dos homicidios”, señaló el historiado­r.

Cuando iban a ser fusilados, Manuel Peñaranda se las ingenió y escapó.

“Él se echó una carrera y se fu- gó, no se supo más nada de él. Incluso, había una orden de matarlo apenas se dejara ver, pero en la historia no quedó documentad­o que pasó con él, segurament­e murió de otras causas. Alos otros tres sí los ejecutaron, no se sabe exactament­e el lugar, pero por tradición se hacía cerca de los cementerio­s para trasladar los cuerpos con más facilidad”, finaliza esta increíble historia llena de intrigas y engaños.

Infidelida­d los obligó a matar. Ser señalados por la sociedad como infieles habría sido el detonante para que tanto Pilar como Manuela decidieran asesinar a sus parejas.

De acuerdo con el criminalis­ta Bernald Ávila, los cuestionam­ientos en esa época por ser adúltero, eran similares a llevar una cruz de por vida.

“Una infidelida­d los podía exponer a los dos amuchas críticas, por eso, siendo especulati­vo, se podría decir que ambos prefiriero­n convertirs­e en asesinos que ser señalados por infieles, precisamen­te para evitar se criticados”, comentó.

Para Ávila, ambos tenían claras intencione­s de matar a sus parejas, con el fin de quedar libres yvivir el amor que sentían sin tener que esconderse.

“A pesar de que en la primera muerte hubo un estado de ira no controlada, él (Pilar) quería matar a su esposa desde hace mucho tiempo por los comentario­s que hizo a sus amigos. Mientras que ella fue consciente de que si le proporcion­aba un venenoa su esposo lo iba a matar, ambos sabían lo que estaban haciendo, pero segurament­e desconocía­n a lo que se exponían”, agregó.

El experto finalizó diciendo que durante esa época era muy difícil determinar la muerte de una persona que fue envenenada o asfixiada y fácilmente podían hacerse pasar como decesos naturales.

BERNALD ÁVILA

CRIMINALIS­TA

““En esos años se confiaba mucho en la palabra de la gente, hacer una acusación de ese tipo terminaba casi en una condena fija”.

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ILUSTRACIÓ­N FRANCELA ZAMORA
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J. ZAMORA Los condenados habrían sido fusilados en el cementerio de Heredia.
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