La Teja

Perdón lo alejó de una locura

DOLOR POR ASESINATO

- BELLA FLOR CALDERÓN flor.calderon@lateja.cr

El destino puso en una encrucijad­a a don Rubén Herrera cuando al fin tuvo al frente al asesino de su hijo Diego.

El expolicía esperó con sed de venganza durante mucho tiempo, pero el perdón evitó que cometiera una locura.

Apenas tres años después de cometer el crimen, el asesino, unextranje­ro de 14 añosy de apellido Olivero, salió de la cárcel con la condición que no se acercara a la familia de la víctima.

El joven cumplió y hasta que completó la condena regresó al precario La Tabla, en San Rafael Abajo de Desamparad­os, lugar donde viven tanto él como don Rubén.

“Lo quería matar, soñaba con el momento de encontrarl­o y tomar venganza, quería agarrarlo del cuello y ahorcarlo”, dice don Rubén.

Confiesa que fantaseaba con tomar un armay matar a todos, al asesino y a su familia y que por años luchó contra ese pensamient­o.

“Me veía con una AK47 volando bala, sentía que no se había hecho justicia porque como era menor de edad no pasómucho tiempo en la cárcel”, señala.

El joven asesino fue condenado a seis años y pasó tres tras las rejas.

“La primera vez que lo vi me encolericé, me le iba a tirar encima a golpearlo, cuando de repente él se lanzó a mis pies, de rodillas y llorando”, contó el expolicía.

Le decía: “Perdóneme, yo no lo quería matar, fue un accidente”. Y aunque no olvida el dolor que le provocó, donRu- bén asegura que esas palabras le sirvieron para perdonar.

Quería ser veterinari­o.

Don Rubén no era el papá biológico de Diego, pero desde antes que naciera se enamoró de la idea de ser padre.

Cuando conoció a Gerardina Herrera ella estaba embarazada y confundida porque el verdadero padre del niño que estaba por llegar se esfumó, pero Rubén se hizo cargo de la situación.

El 7 de julio del 1991 su vida cambió, Diego llegó al mundo y don Rubén tenía un motivo más para vivir.

El 9 de enero del 2005 la alegría se duplicó cuando Gerardina tuvo a su segundohij­o, Andrés, y aunque como toda pareja tuvieron sus problemas, siempre se esforzaron por salir adelante y soñar con que sus hijos alcanzaría­n las estrellas.

Esa felicidad se truncó de golpe el 3 de enero del 2008, cuando una bala les arrebató a Diego, de tan solo 16 años y quien deseaba ser veterinari­o. Lo mataron en un trillo a la orilla del río Cañas que le permite a la gente de La Tabla salir y entrar por Concepción de Alajuelita.

La tragedia ocurrió un jueves a las 6:30 de la tarde. Diego regresaba de trabajar, iba apresurado porque debía bañarse para ir a la iglesia donde ayudaba con el sonido. En ese momento se topó con Olivero, quien andaba armado, pero no era peligroso, o al menos,

““Me le iba a tirar encima a golpearlo, cuando él se lanzó a mis pies llorando”. RUBÉN HERRERA PAPÁ DE DIEGO

eso pensó Diego porque las investigac­iones demostraro­n que no le dio pelota y siguió caminando. Ambos crecieron en el precario pero tomaron caminos diferentes, no eran amigos ni se llevaban bien. Esos segundos en los que le dio la espalda le costaron la vida a Diego. Olivero sacó la pistola y jaló el gatillo.

El balazo no alertó ni asustó a los vecinos. En La Tabla la violencia es común.

Quiso despistar.

Diego cayó al suelo y su verdugo corrió asustado al ver la herida en la espalda. Olivero le pidió ayuda a otro muchacho que pasaba y pusieron el cuerpo en la entrada de la casa de la víctima, Olivero tocó la puerta y gritó: “¡le dispararon a Diego!”. La familia salió y lo encontró en el suelo, donde no tardó mucho en morir, la bala fue certera. Rubén no podía creer que su hijo no estaría con él nunca más y que Andrés se quedó sin su hermano mayor.

Al inicio se pensóque a Diego lo había alcanzado una bala perdida. Al día siguiente agarraron a Olivero con el arma homicida y después la familia descubrió, gracias a las investi- gaciones y el juicio, que él le había disparado porque habían tenido problemas días atrás.

“Cuando el asesino de mi hijo cumplió tres años en la cárcel me mandaron llamar para hablar con una jueza, quien me explicó que el asesino se estaba portando bien y merecía una oportunida­d”, dice doña Gerardina, la mamá de Diego.

Asegura que eso le pareció una broma de mal gusto.

“Yo le pregunté a la jueza por qué lo iban a soltar sin cumplir los seis años de la condena yme dijo que como él aceptó que lo mató por error y aceptó los cargos y además, estaba en una cárcel de menores, decidieron darle los otros tres años en libertad condiciona­l”.

Volvió a La Tabla.

El extranjero salió de la cárcel en 2011 y regresó a La Tabla en 2014.

“La primera vez que lo vi yo reviví todo lo que había pasado, para mí era algo muy desagradab­le, quedé en shock y caí de nuevo en depresión. Yo decía: ‘claro, él para aquí y para allá y mi pobre chiquito muerto’”, dijo doña Gerardina, quien asegura que por mucho tiempo se encerró en la casa y casi no salía. No soportaba la idea de verlo.

Don Rubén por su parte dice que se llenó de ira, lo único que lo mantuvo lejos de cometer un delito fue Dios.

“Por años recibimos ayuda y consejo, personas que conocían nuestra historia me decían que debía pensar en mi otro hijo, que si me vengaba él iba a pagar porque terminaría solo y yo en la cárcel”, explica.

“Mi vida se la dedico a Andrés, mi trabajo y mi esfuerzo son para que él tenga una mejor vida y a mi hijo que está en el cielo lo llevo en el corazón. En la iglesia me enseñaron que uno tiene que perdonar para ser perdonado”, dice.

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FOTO: ARCHIVO FLOR CALDERÓN Al funeral asistieron familiares y amigos que iban a la misma iglesia. Rubén Herrera trabaja ahora en seguridad privada.
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