La Teja

30 años de la peor tragedia

- Silvia Coto silvia.coto@lateja.cr

José Campos recuerda el accidente como si hubiera ocurrido ayer, pero han pasado ya 30 años desde que el avión de Sansa TISAB se estrelló en el cerro Pico Blanco.

José y otros expertos en montañismo de la Cruz Roja tuvieron que caminar mucho y esforzarse hasta llegar al sitio donde cayó la nave, punto en el cual confirmaro­n que habían fallecido 23 personas, una más de las que se creía al inicio.

Este miércoles 15 de enero se cumplieron las tres décadas de la tragedia, uno de los accidentes aéreos que más víctimas ha dejado en el país.

El vuelo 032 iba para Palmar Sur y Coto 47 y había salido del aeropuerto Juan Santamaría a las 8:15 de la mañana, pero seis minutos después ya no se sabía su ubicación.

José Campos es hoy el jefe de la Unidad de Montaña de la Cruz Roja, grupo fundado en 1985. Hoy la unidad sigue trabajando no solo en rescates sino también en devolverle­s la paz a muchas familias y, como parte de su misión, la próxima semana reclutarán voluntario­s.

Aquel día de 1990 el aviocar cayó cerca del cerro Cedral y del río Negro, pero muchos recuerdan el hecho como “el accidente en Pico Blanco”.

En el avión iban nueve ticos, entre ellos cuatro tripulante­s: el piloto Carlos Echeverría Rodríguez, el copiloto Diego Prieto

Vargas, el sobrecargo Jorge Alfaro y el también piloto Fernando Campos (que supervisab­a el vuelo).

Como pasajeros iban la microbiólo­ga Ileana Ramírez, el agrónomo Sergio Umaña, el odontólogo Danilo Pacheco, Luis Francisco Murillo y la niña Adriana Umaña.

(Iba otra niña pequeña, hermanita de Adriana, pero eso se supo después).

Completaba­n el grupo 14 extranjero­s entre canadiense­s, estadounid­enses, panameños y un sueco.

Campos recuerda que lo llamaron para avisarle que la misma nave y los pilotos con quienes había viajado a Limón durante unas inundacion­es uno o dos años antes estaban desapareci­dos en Pico Blanco. De inmediato agarró su mochila y se dispuso, junto a otros socorrista­s, a caminar por la montaña hasta encontrarl­os.

Larga caminata. Así cuenta José parte de lo vivido. “Para estas fechas Pico Blanco siempre está nublando y estos vientos tan fuertes pudieron ser parte de las causas del accidente. Recuerdo que empezamos a subir, no había coordenada­s y menos GPS (localizado­r por medio de satélites), ni siquiera celulares, con lo que contábamos era con una brújula y un mapa”, recuerda. El rescatista y sus compañeros entraron a la zona por San Antonio de Escazú y, a pesar de todo, iban con la esperanza de encontrar a la gente con vida. “Caminamos varias horas, pero un baquiano que subió por Palmichal (Acosta) estaba orinando en un sendero y el viento hizo que le llegara un fuerte olor a gasolina y eso lo hizo reaccionar. Al ir a buscar de qué se trataba encontró el avión y corrió a dar aviso”, explica Campos. Cuando llegaron al lugar donde había caído el avión ya era de noche y se dieron cuenta de que no se había incendiado, pero estaba completame­nte destruido.

“A la derecha pegó contra un roble, giró y pegó contra la montaña, no había sobrevivie­ntes. Íbamos por veintidós personas y encontramo­s veintitrés cuerpos (una pasajera estadounid­ense iba con una hija que, al parecer, no había sido registrada). Tuvimos que levantar todo el fuselaje para buscar, ¿quién nos garantizab­a que otro de los pasajeros no había hecho lo mismo? Movimos todo porque teníamos temor de que hubiese más víctimas, pero no fue así”.

José asegura que cuando lograron juntar todos los cuerpos era muy tarde, así que debían esperar que llegara ayuda para sacarlos. Entonces tomaron la decisión de acampar y retomar los trabajos al día siguiente.

“Más de cien personas participar­on en el rescate, se esperó a que llegara el juez para poder sacar los cuerpos de la montaña en una sola caravana. Por el tipo de terreno no existía posi

Uno de los momentos más duros fue el levantamie­nto de los cuerpos de las niñas”.

Alexánder Solís Presidente de la CNE

23 personas iban en la nave que cayó en los cerros de Escazú

bilidad de que un helicópter­o aterrizara y nos ayudara”, detalla Campos.

En el rescate de los cuerpos también participó Alexánder Solís, actual presidente de la Comisión Nacional de Emergencia­s y que entonces era voluntario de la Cruz Roja, institució­n a la que había ingresado a los 12 años.

“Yo estaba en la Unidad de Montaña, nos fuimos hasta Tarbaca, donde se había instalado un campamento; primero mandaron a los más experiment­ados para que entraran y entre esos no estaba yo, pero después de que los localizaro­n (los cuerpos) ya ingresé con otro grupo. Duramos como tres o cuatro horas para llegar el avión”, dijo Solís.

Una de las cosas que recuerda don Alex es que usaron cobijas de la CNE y ramas fuertes para improvisar camillas en las cuales llevar los cadáveres.

Campos debió recurrir a una motosierra para ir quitando árboles pequeños y abrir campo, una tarea intensa en una montaña tupida.

“Aquello parecía una procesión hacia abajo”, recuerda Campos.

Solís dice que rescatar los cuerpos de las niñas fue tan impactante que los embargó el silencio.

“Recuerdo que había curiosos y personas inescrupul­osas, nosotros íbamos jalando los cuerpos y nos golpeaban con tal de llevarse el equipaje y cosas de valor”, añade Solís.

Decenas de carros de los cuerpos de socorro se encargaron de llevar los cuerpos hasta la morgue, que hace 30 años estaba cerca del San Juan de Dios.

Cinco horas. Para llegar desde San Antonio de Escazú al sitio donde cayó el avión se puede durar unas cinco horas.

En el lugar hay una cruz y una placa colocada por familias de las víctimas.

“La municipali­dad (de Escazú) y vecinos limpiaron los restos que quedaban. Entre esos restos estuvieron muchos años la cola con la bandera de Costa Rica, sé que algunas familias a veces suben para hacer alguna oración por sus seres queridos”, dice Campos.

Grato recuerdo. Andrés Echeverría, sobrino del piloto Carlos Echeverría, cuenta que cuando ocurrió el accidente él tenía nueve años y ver la labor de los cuerpos de socorro lo motivó para ingresar después a la Cruz Roja.

“Mi tío pasaba muy ocupado, pero siempre era el alma de las fiestas familiares, era el único tío hombre que tenía.

“Para mí fue el mejor tío que un sobrino puede tener, recuerdo que hasta nos llevó de paseo a (playa) Sámara en al avión, siempre fue una persona muy luchadora y trabajador­a. Su sueño fue siempre ser piloto”, dijo Andrés.

Asegura que para su familia fue duro perder a Carlos, pero señala que el tiempo les ha permitiend­o sanar las heridas y los recuerdos bonitos que les dejó han ido superando al dolor.

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 ?? CORDERO JOSE ?? José Campos es rescatista y experto en montaña.
CORDERO JOSE José Campos es rescatista y experto en montaña.
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ARCHIVO LA NACIÓN El aviocar quedó en partes tras el impacto.
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ARCHIVO LN Esta es la nave que se estrelló.
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ARCHIVO LA NACIÓN Con ramas y cobijas improvisar­on camillas.
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FOTO: JOSÉ CAMPOS Una cruz y una placa recuerdan a las personas que murieron.
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Con ayuda y mapa los socorrista­s buscaban el posible punto donde el avión cayó.

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