La Teja

80 AÑOS REPARANDO EL TIEMPO

- Eduardo Vega eduardo.vega@lateja.cr

Si usted pregunta por Ricardo Samuel Araya Castillo en el mercado de Alajuela, seguro nadie le dé razón, pero si busca a don Melo la cosa cambia, todo el mundo lo mandará a donde uno de los relojeros más antiguos del país: tiene 96 años de edad y 80 ejerciendo ese oficio.

Aprendió casi todo de esas maquinitas que nos dan el tiempo: es puntual, no falla porque repara cualquier marca de reloj y nunca se cansa de trabajar.

Le llegamos sin anunciarno­s y lo encontramo­s haciendo lo que ama. A pesar de su edad y de que la pierna izquierda ya no le funciona como antes, todas las mañanas acepta el reto de cada reloj que le llevan para que lo repare.

Pasión total. Don Melo reconoce que el amor por los relojes fue un flechazo inmediato, amor a primera vista. Tenía 16 años y llegó al mercado manudo donde aprendió muy rápido el oficio con el cual se ha ganado el pan de cada día.

Nació en Pueblo Nuevo de Alajuela el 19 de noviembre de 1923. Vino al mundo como la mayoría de ticos en aquellos años: en la casa y gracias a una experiment­ada partera. Sus papás, don Ricardo Araya Ar royo y doña Adela Castillo Alfaro, fueron quienes le enseñaron que cada cucharada que se lleve a la boca tiene que ganársela con el sudor del trabajo y eso ha hecho siempre.

“Esto es lo que amo, es mi pasión. Arreglar relojes ha marcado el tiempo de mi vida. Aprendí un oficio muy noble y de mucha ayuda para la gente. Ver la alegría del cliente con su reloj funcionand­o perfectame­nte no tiene precio”, nos cuenta.

Con mucho orgullo asegura que no hay un tipo o marca de reloj que sea más difícil de reparar, porque con sus 80 años de experienci­a le mete mano a cualquiera. “Arreglo hasta el Rolex más fino, por eso no hay problema”, asegura.

Peligro de extinción. En este 2020, con el mundo arrodillad­o por la pandemia, don Melo reconoce que su negocio no está dando ni para pagar el localito; sin embargo, no se arruga. Por eso todas las mañanas se sube a la silla de ruedas, amiga suya desde hace 15 años cuando un desgaste profundo en la rodilla izquierda le ganó el partido, y empujado por su hijo (Ricardo Araya Loría) llega a la relojería Moderna (local 150), donde bretea de 7 de la mañana a 5 de la tarde.

“Es un hecho que cada día quedamos menos relojeros. También está claro que ya los relojes no los hacen como antes, ahora están llenos de piezas plásticas que se rompen o desgastan rápido. El reloj ya no está hecho para que dure toda la vida, como sucedía antes, cuando las marcas se pulían por hacer el mejor reloj”, explica.

De lunes a sábado no hay poder sobre la tierra que lo sostenga en la casa. “Un relojero no puede fallar un solo día, siempre hay clientes que atender y, si no los hay, siempre hay mucho que aprenderle a los relojes”, nos recuerda.

Su hijo Ricardo ya ni lucha por hacerlo entender que puede quedarse en casa descansand­o. “¿Para qué descansar cuando hay trabajo?”, es siempre la pregunta que le hace don Melo.

“Hágame el favor y me lleva al local”, es la orden diaria, incluso los domingos, pero de inmediato se acuerda que ese día no abren el mercado, algo que siempre lo enoja.

Entre reloj y reloj, no olvida jamás a su amada Dulce Lina Loría Reyes, su esposa, quien murió hace 15 años y con la que tuvo siete hijos.

Morera Soto. Como buen alajuelens­e de hueso colorado, ama a su Liga Deportiva Alajuelens­e.

Con Alejandro Morera Soto, jugador al que admiraba, compartió horas de conversaci­ones porque el papá de la leyenda manuda, don Juan Soto, le alquiló mucho tiempo un tramo en el mercado manudo.

Fue hace rato de eso, eran días en que compartía la pasión por los relojes con ir a montear y pescar, sus otros amores.

Se siente un tico de la pura cepa, de arrocito y frijoles, tal vez con un pedacito de carne si es que hay plata para comprarlo, de lo contrario, con un buen picadillit­o de papa. Nunca pudo vivir sin el café, eso sí, que sea negro, cuando le echan leche hace el jarro a un lado.

¿Hasta cuándo reparará relojes don Melo?, le preguntamo­s.

“Hasta que Dios me dé vida. Nunca voy a dejar de venir a trabajar”, responde este breteador que no padece ni de presión alta, ni de diabetes, ni de nada. “Venga cuando guste, aquí me va a encontrar trabajando”, fue la frase con la cual

nos despidió.

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La lupa es una gran amiga de don Melo.
EDUARDO VEGA ARGUIJO El relojero dice que irá a trabajar hasta que Dios le dé vida. La lupa es una gran amiga de don Melo.
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sado por las manos de este
breteador.
EDUARDO VEGA ARGUIJO Miles de piezas han pa sado por las manos de este breteador.

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