POBREZA DE CATEGORÍA 5
El Caribe Norte de Nicaragua es un doloroso ejemplo de que las catástrofes a veces llegan juntas.
Esa bella zona natural, pero una de las más pobres del país, quedó hundida en la desesperación luego del doble golpe de los huracanes Eta y Iota, que sembraron muerte y destrucción en Centroamérica.
El primero dejó más de 200 muertos, el segundo 44.
Hay personas de esa zona costera de Nicaragua que sobreviven con un dólar al día (600 colones), según defensores de derechos humanos.
Los habitantes se preguntan cómo lograrán retomar sus vidas después del devastador paso de los ciclones en solo dos semanas.
“Vivimos de la riqueza del mar. ¿Ahora cómo vamos a salir al mar? No podemos, las lanchas las dañó el huracán y hasta el muelle no está”, dijo Henry Washington, pescador de Bilwi.
“Pedimos que nos apoyen. Sé que de otros países mandan apoyo, pero aquí no viene”, dijo.
“Quedamos con la ropa puesta, quisiera que me consiguieran un colchón, una cobija. Mi casa se perdió y nos dieron albergue porque no tenemos dónde ir”, lamentó Diana Moore, de 52 años.
Desolación. Después del paso de Iota centenares de personas que quedaron a la intemperie en Bilwi se lanzaron como hormigas a buscar entre los escombros cualquier cosa que sirva para levantar “una champita” (ranchito).
Unos pudieron hacerlo, otros no.
Los damnificados, entre los que hay muchos niños, son presas del hambre y el frío; las personas mayores que sufren hipertensión, diabetes u otras enfermedades están muy vulnerables.
La Fundación San Lucas, grupo que trabaja en el Caribe en la prevención de enfermedades, teme un brote de malaria, que antes de las tormentas dejaba 400 afectados cada semana.
Iota impactó a Nicaragua el 17 de noviembre como huracán de categoría cinco, la máxima en la escala Saffir-Simpson, y dejó un panorama desolador de comunidades indígenas sin alimento, agua, ropa ni electricidad. Algunas siguen así.
El ciclón fue peor que Eta, que el 3 de noviembre golpeó con vientos de 240 km/h a las comunidades de la Región Autónoma del Atlántico Norte (RAAN), la más extensa y menos poblada del país, con 500.000 habitantes de las etnias miskito, sumos, ramas, garífunas, creole y mestizo.
Esta región, pese a su potencial de recursos naturales y biodiversidad, también acumula grandes atrasos sociales y de desarrollo. La mayoría de la población toma agua de pozos o ríos, que quedaron contaminados tras el huracán.
La vicepresidenta nicaragüense Rosario Murillo informó que tenían en albergues a
35.490 personas, de un total de 160.000 que fueron evacuadas de comunidades costeras, pero comenzarán a regresar a sus comunidades.
En la calle. “Nos quedamos en la calle. En mi familia somos dos adultos y dos niños. Cuando pasó el huracán Eta hicimos nuestra champita sin ninguna ayuda, pero Iota la botó y no ha venido nadie a decirnos si nos van a ayudar”, dijo Nadia Webster.
Lo único que quedó de su casa frente al mar son los 4 pilotes sobre los que estaba construida, que ahora solo recuerdan que
“aquí era mi casa”, dijo esta madre soltera de dos hijos, que vive de comercializar productos del mar que compra a pescadores, pero los huracanes paralizaron la actividad.
Después de Eta “habíamos recogido un poco de madera y volvimos a hacer la casa, pero vino Iota y se la llevó de nuevo”, lamentó Itzel Laco, 25 años, que vende ropa usada y cuya mercancía perdió con el huracán.
Los municipios caribeños de Rosita, Siuna y Prinzapolka quedaron sin electricidad, agua y las comunicaciones son intermitentes.