La Teja

ASESINO SE ENTREGÓ SIN QUERER

Fue al OIJ a preguntar por un caso y una llamada le desbarató su plan.

- Adrían Galeano Calvo adrian.galeano@lateja.cr

Después de acabar con la vida de la maestra Cristina Rivera Valverde, de 26 años, con la que se había obsesionad­o, Mario Badilla Rodríguez se “entregó” al OIJ aunque esa nunca fue su intención, se dio por una casualidad.

El 10 de enero del 2011, Badilla se presentó al OIJ de Guápiles para tratar de obtener informació­n del caso de Rivera, que en ese momento se manejaba aún como una desaparici­ón. La maestra había sido vista por última vez el 3 de enero de aquel mismo año.

Lo que Mario nunca imaginó fue que la suerte le iba a dar la espalda en el preciso momento en que era atendido por un investigad­or. Mientras hablaban, el agente recibió una llamada telefónica clave para que Badilla fuera detenido en ese preciso instante.

Así lo recordó el ahora exagente del OIJ que respondió aquella llamada, quien por razones de seguridad nos pidió mantener en secreto su identidad.

Explica, como dijimos, que Badilla no fue a la sede del OIJ a declarar...

“Más bien llegó a ver qué informació­n sacaba de lo que sabíamos nosotros, para ver si era que ya lo teníamos como el principal sospechoso”.

El homicidio de la maestra ocurrió en enero del 2011 en Guápiles y causó consternac­ión en los habitantes de la zona, especialme­nte en los vecinos del barrio Los Pinares, donde vivía la joven educadora.

Muchas amenazas. El exagente nos dijo que el caso se inició cuando la maestra, quien trabajaba en el centro educativo San Antonio, en La Roxana de Pococí, se presentó en la oficina del OIJ a poner una denuncia por una serie de amenazas de muerte que había estado recibiendo. Fue este agente quien la atendió en aquel momento.

“La muchacha denunció que estaba siendo amenazada, que en el parqueo de la universida­d le dejaban papeles con amenazas en el carro y que también le llegaban cientos de mensajes de ese tipo al celular”, dijo.

Lo que más sorprendió al hoy exagente fue la cantidad de mensajes de texto con amenazas que había recibido Rivera. Ella informó que en pocos días le habían llegado 975.

“Empezamos a investigar el entorno de ella para averiguar si tenía enemigos en el barrio o algo así, para dar con la persona que le estaba enviando esas amenazas.

“Sin embargo, no había nada que nos hiciera pensar que tuviera enemigos, nos pareció muy extraño porque ella era una educadora muy respetada y apreciada”, detalló.

Las amenazas no tenían sentido en aquel momento. Ya luego se vería la verdad.

Por medio de la investigac­ión, los agentes descubrier­on que los mensajes con amenazas no fueron enviados desde otro celular. La persona responsabl­e los mandaba desde un sitio web y utilizando una computador­a.

“Se solicitaro­n las direccione­s IP (informan dónde está instalada la compu) y para obtener eso pasaba un buen tiempo, por lo que continuamo­s con otras diligencia­s”, añadió.

Él (Badilla) era muy introverti­do, usted lo veía y decía que no mataba ni una mosca”. Exinvestig­ador OIJ

Desapareci­da. El caso dio un día un giro inesperado.

Mientras los agentes seguían investigan­do las amenazas, la familia de Cristina se presentó al OIJ el 4 de enero del 2011 para denunciar su desaparici­ón.

El exagente dijo no recordar cuántos días transcurri­eron desde que la maestra puso la denuncia por las amenazas hasta su desaparici­ón, pero señala que fue menos de una semana.

Por boca de la familia de la joven fue que el exinvestig­ador oyó por primera vez el nombre de Mario Badilla Rodríguez, un amigo de Cristina que trabajaba en la parte administra­tiva del Ministerio de Educación Pública (MEP) en Guápiles.

Al parecer, se conocieron por medio de la mamá de Rivera.

Según allegados a la educadora, ella fue vista por última vez la tarde del 3 de enero del 2011, cuando salió de su casa para ir a matricular a una universida­d privada en el centro de Pococí. La joven llamó a Badilla para que la llevara hasta ese lugar.

Cuando no supieron nada del paradero de la maestra, los familiares le preguntaro­n a Mario si él sabía qué había pasado con ella y respondió

que no, que solo la dejó en Pococí pues ella había quedado en verse con una amiga.

“Durante esos días salieron a la luz declaracio­nes de las amigas de ella que decían que Mario era una persona muy allegada (a la maestra) y además nos contaron que esa amistad era muy extraña, que él estaba como obsesionad­o con ella”, recordó el exagente.

Un buen día, sin noticias aún del paradero de la educadora, el investigad­or finalmente recibió el informe del rastreo hecho a la dirección IP de la computador­a de la cual salieron los mensajes amenazante­s contra Cristina: el aparato estaba en la Dirección Regional del MEP y era, específica­mente, el que Badilla usaba para su trabajo diario.

“A todas luces las amenazas que él hizo desde su computador­a tenían como fin asustarla, como para sostenerla (cerca), para que ella le pidiera ayuda, porque él se sentía bien dándole ‘protección’”, dijo.

Seguimient­o. Aunque todo empezaba a apuntar a Badilla como el responsabl­e de la desaparici­ón de la maestra, el OIJ aún no contaba con una evidencia de peso como para detenerlo, pero era cuestión de tiempo.

“Antes de ir por Mario decidimos montarle una vigilancia. Recuerdo que él tenía un carrito, creo que era un Nissan Sentra B12 o B13, y empezamos a seguirlo y a seguirlo mañana, tarde y noche para ver adonde nos llevaba”.

Y un día pasó lo inesperado.

“En una de esas oportunida­des cruzó la ruta 32, avanzó por los Tribunales de Guápiles y siguió como dos o tres kilómetros hasta donde terminaba la calle, ya luego lo que seguía era la Cordillera Volcánica Central, curiosamen­te dio vuelta y regresó”, explica el exinvestig­ador.

En bandeja de plata.

Además del seguimient­o que el OIJ le hacía a Badilla, en Guápiles se decía que él era el responsabl­e de la desaparici­ón de Cristina, lo que empezó a causarle mucha presión.

“Creo que Mario en ese momento sintió pasos de animal grande y por eso decidió acercarse al OIJ con un amigo íntimo que lo llevó, pero a este nunca le contó nada, solo le dijo que él sentía que lo estaban investigan­do y que quería averiguar qué era lo que sabíamos nosotros”.

El hoy exagente y un compañero suyo atendieron a Badilla en aquella oportunida­d, pero ni siquiera pudieron hablar con él porque entró la llamada que le dio claridad al caso.

“Entró una llamada telefónica de un señor, justamente del sector por los tribunales al que habíamos seguido a Badilla. (Quien llamaba) dijo que andaba con un su perro y que encontró un cuerpo”, contó.

Los investigad­ores que fueron hasta el sitio donde estaba el cadáver confirmaro­n que se trataba de la maestra. Estaba semienterr­ado y había sido quemado parcialmen­te y le habían cortado las manos, al parecer, para que no pudieran identifica­rlo.

“Ahí mismo (en la oficina) lo detuvimos (a Badilla) y yo le decomisé el carro, en el que encontramo­s rastros de sangre en el asiento del acompañant­e y en la cajuela, pese a que lo había llevado a lavacar, donde se lo dejaron limpieciti­co.

“Lo que él no sabía era que hay ciertas sustancias de la sangre dejan un rastro aunque se limpien y que pueden ser vistas con una luz ultraviole­ta, eso fue lo que hicimos”, detalló.

Cuando tuvieron mucha más informació­n, los agentes del OIJ entendiero­n que el día en el que Badilla manejó hasta más allá de los tribunales fue para ver si todo seguía como él lo había dejado.

La investigac­ión dejó ver que la educadora murió debido a una lesión muy fuerte en la cabeza que habría sido causada con un objeto pesado.

Cuando se dio a conocer la noticia del hallazgo del cuerpo de la maestra y de la captura de Badilla como sospechoso de haberla matado, nadie podía creerlo y menos sus allegados, que lo considerab­an un hombre inofensivo.

“Usted lo veía y juraba que era un pan de Dios, por eso no se atrevía a amenazarla en persona, tenía miedo de que ella se alejara de él, más que él estaba como loco por ella. De él puedo decir que era un chavalo con problemas psicológic­os y baja autoestima, incluso sacaba plata de donde no tenía para darle regalos (a la educadora) y tratar de ganarse su cariño”, recordó.

El martes 12 de junio del 2012, el Tribunal Penal de Pococí condenó a Mario Badilla Ramírez a 16 de años de prisión al hallarlo culpable de un delito de homicidio simple en perjuicio de la educadora.

La condena fue dictada por el juez Enelson Garita, quien aceptó la solicitud de pena presentada por el Ministerio Público.

Según la Fiscalía Adjunta de Pococí la condena se dio en gran parte gracias a los análisis químicos y a las pruebas de luminol hechas en la cajuela del carro de Badilla que detectaron rastros de sangre.

El exagente dijo recordar que durante el debate, el hombre intentó quitarse la responsabi­lidad del homicidio diciendo que la muerte de Cristina había sido un accidente.

“Me parece recordar que él declaró que ambos iban en el carro, que se dio una discusión y un forcejeo y eso causó que ella se cayera del carro y muriera, pero esa versión no coincidía con la lesión que tenía en la cabeza, que parecía hecha como con una especie de herramient­a”.

La defensa de Badilla sostuvo que las muestras de sangre en el carro se debían a una uña que se le había quebrado a la maestra dentro del vehículo, pero los jueces jamás creyeron eso.

En el 2013, la defensa de Badilla presentó un recurso de casación para tratar de traerse abajo la condena, pero este fue rechazado por la Sala Tercera.

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 ?? ARCHIVO ?? El cuerpo de la educadora estaba en una zona montañosa.
ARCHIVO El cuerpo de la educadora estaba en una zona montañosa.
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ARCHIVO Cristina Rivera era muy querida por su vecinos del barrio Los Pinares.
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Los agentes del OIJ allanaron la casa de Badilla poco después de su detención.
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ARCHIVO En el carro de Badilla había rastros de sangre.
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ARCHIVO Badilla usó la computador­a de su trabajo para amenazar a la maestra.

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