“Este es mi Hijo”
Jesucristo, transfigurado en el Tabor y glorificado en el Calvario, transforme nuestros corazones para gloria de Dios. en la celebración del misterio de salvación a través del año litúrgico, el centro de nuestra celebración es Jesucristo, el Señor. no obstante, en este segundo domingo de Cuaresma, su centralidad es todavía más evidente, por cuanto la iglesia recuerda el momento en que el Señor se manifiesta ante los discípulos como el Hijo amado de Dios.
La transfiguración pone a Cristo en relación directa con la ley y con los profetas, con el centro de la revelación de la antigua alianza (vocación de Abraham), la alianza del Sinaí (moisés) y la nueva alianza anunciada en los profetas (elías).
Esa transfiguración se realiza frente a los discípulos, aquellos que asistirán a uno de los momentos más angustiosos, a su oración en el huerto en la noche antes de su muerte.
Al ver al Señor transfigurado y acompañado de moisés y elías, nuestra vida en Dios no es para instalarnos y quedarnos allí, contemplando pasivos la maravilla de Dios que se nos manifiesta en toda su gloria. La obra de Dios es para realizarla. Después de contemplar hay que trabajar.
Cristo no es para quedarse en tiendas de campaña. Él es el Hijo, el amado, al que hay que escuchar. la realidad mesiánica de Cristo debe manifestarse plenamente cuando resucite de entre los muertos.
Dios nos ha enviado a su Hijo, el amado, en quien descansa la respuesta definitiva de Dios a su pueblo.
“Si Cristo va a ofrecer su vida por nosotros en el Calvario”, -dice San Pablo- ¿quién podría atemorizar nuestra condición de creyentes?, ¿quién podría oponerse a la obra de Dios, que es la nuestra y salir vencedor? Vayamos a nuestra vida llevando en el corazón a Cristo transfigurado y, con valentía, anunciémoslo a este mundo tan desconcertado. el Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos conduzca a la vida eterna.