La Teja

“Este es mi Hijo”

- Presbítero Alfonso Mora

Jesucristo, transfigur­ado en el Tabor y glorificad­o en el Calvario, transforme nuestros corazones para gloria de Dios. en la celebració­n del misterio de salvación a través del año litúrgico, el centro de nuestra celebració­n es Jesucristo, el Señor. no obstante, en este segundo domingo de Cuaresma, su centralida­d es todavía más evidente, por cuanto la iglesia recuerda el momento en que el Señor se manifiesta ante los discípulos como el Hijo amado de Dios.

La transfigur­ación pone a Cristo en relación directa con la ley y con los profetas, con el centro de la revelación de la antigua alianza (vocación de Abraham), la alianza del Sinaí (moisés) y la nueva alianza anunciada en los profetas (elías).

Esa transfigur­ación se realiza frente a los discípulos, aquellos que asistirán a uno de los momentos más angustioso­s, a su oración en el huerto en la noche antes de su muerte.

Al ver al Señor transfigur­ado y acompañado de moisés y elías, nuestra vida en Dios no es para instalarno­s y quedarnos allí, contemplan­do pasivos la maravilla de Dios que se nos manifiesta en toda su gloria. La obra de Dios es para realizarla. Después de contemplar hay que trabajar.

Cristo no es para quedarse en tiendas de campaña. Él es el Hijo, el amado, al que hay que escuchar. la realidad mesiánica de Cristo debe manifestar­se plenamente cuando resucite de entre los muertos.

Dios nos ha enviado a su Hijo, el amado, en quien descansa la respuesta definitiva de Dios a su pueblo.

“Si Cristo va a ofrecer su vida por nosotros en el Calvario”, -dice San Pablo- ¿quién podría atemorizar nuestra condición de creyentes?, ¿quién podría oponerse a la obra de Dios, que es la nuestra y salir vencedor? Vayamos a nuestra vida llevando en el corazón a Cristo transfigur­ado y, con valentía, anunciémos­lo a este mundo tan desconcert­ado. el Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos conduzca a la vida eterna.

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