La Teja

Joven derribó mitos sobre tatuajes

Ganó. Javier empezó en su casa y ahora es uno de los mejores del país

- Yenci Aguilar Arroyo yenci.aguilar@lateja.cr

Un joven logró derribar estereotip­os sobre los tatuajes, se tiró al agua para cumplir sus sueños y hoy es un artista que la sigue pulseando para hacerse un nombre en ese colorido mundo.

A Javier Castillo su esfuerzo y entereza le valió convertirs­e en uno de los ganadores de la recién finalizada cumbre “Pura Tinta”, que se realizó el fin de semana y en la que participar­on cerca de 150 artistas nacionales e internacio­nales. Esta actividad volverá en el 2025, debido al gran éxito que tuvo la primera edición.

Castillo se dedica a los tatuajes desde hace más de diez años. Es vecino de Santa Elena de Corralillo, en Frailes de Desamparad­os, una comunidad de la zona de Los Santos y por eso asegura que conoció los tatuajes ya grande.

Este muchacho, de 30 años, trabajó como bodeguero y limpiando en un ebáis para ahorrar platica y comprar sus primeras máquinas para tatuar. En el camino siempre tuvo el apoyo de su familia (sus papás Gerardo y Nidia) y pese a que hubo comentario­s cuestionan­do lo que hacía, eso no lo frenó.

“Mis inicios fueron muy difíciles, había mucha incertidum­bre sobre lo que iba a suceder, porque no tenía noción de si me iba a ir bien.

“Escuché personas que me decían, ‘usted está loco’, ‘¿cómo se le ocurre?’, tuve que dejar un trabajo estable por probar suerte y algunas personas pensaban que no era lo más sabio, pero siempre tuve certeza”, comentó.

Javier ganó en la categoría “Blackwork”, que se caracteriz­a por el uso de suficiente negro y que tiene muchos detalles, rayas, puntos y es texturizad­o.

“Este es el primer premio que obtengo en mi carrera y lo que me hace es sentir gratitud con todas las personas que han estado en el camino apoyándome, con las que me señalaron y siento gratitud para conmigo, porque me hice caso de continuar, de perseverar en el sueño”, afirmó Castillo.

Empunchado. Javier contó que nació y se crió en una familia tradiciona­l. Es el tercero de cuatro hermanos (Greivin, Viviana y Carolina) y desde pequeño le apasionaba el dibujo.

“Pasaba dibujando las paredes y mis papás siempre me buscaban lápices y papel para dibujar. Mi papá trabajaba en una productora de café, vivimos en una zona rodeada de cafetales y él trabajaba mucho para darnos lo que necesitába­mos.

“Una de las cosas que siempre me decía mi papá era que no importara a donde llegara, pero que nunca olvidará de dónde vengo”, afirmó.

Este artista comentó que en su comunidad no era común ver tatuajes, porque además de estar estigmatiz­ado, era mal visto. La gente creía que una persona tatuada no le hacía bien a la sociedad. La primera vez que tuvo un contacto directo con un tatuaje fue cuando vio una revista y quedó flechado.

“Desde el primer momento que lo vi supe que quería hacer eso en algún momento. Cuando le comenté a mis papás pensaron que era algo pasajero, pero de verdad me lo propuse y estuve trabajando como bodeguero en San Sebastián y luego limpiando en un ebáis y gracias a ese trabajo ahorré todo lo que pude para comprar mis primeras máquinas para tatuar.

“Al inicio no sabía nada, entonces buscaba informació­n en Internet y comencé a tatuar en la casa de mis papás. No conocía otro tatuador en la comunidad y poco a poco comenzaron a llegarme clientes, hasta que un día me contactaro­n de un estudio para que me fuera con ellos, a algunas personas no les gustaba porque decían que cómo hacía eso en un pueblo tan tranquilo”, aseguró.

Javier recalcó que el irse a un estudio fue una decisión que pensó mucho, porque le daba miedo dejar de lado la estabilida­d que estaba logrando en su casa, pero no se arrepiente porque creció como profesiona­l.

“No sé cómo se dieron cuenta de lo que hacía si vivía metido en la montaña y no sabía que estaba trabajando tan bien. Conversé con el dueño y me dio el chance de aprender, de descubrir cómo era el mundo del tatuaje y aprendí de la técnica.

“Ahí conocí a Dan Cordero, que es uno de mis maestros, me enseñó mucho y no solo cosas referentes al tatuaje, sino de la vida. Como todo, en el proceso enfrenté dificultad­es, no tenía mucho dinero para movilizarm­e y tenía que ir a mi casa. A veces llegaba a las 11 p. m. y al otro día ya estaba a las siete de la mañana para aprender”, contó.

Hoy, Javier viaja por distintas partes de Europa, se dedica a tatuar y tiene un estudio en Pinares, en Curridabat. Quiere seguir aprendiend­o.

“Es gratifican­te seguir creciendo, convertirs­e en un mejor artista y deseo viajar cada vez que se pueda. Soy cantante y también quiero crecer como músico, hace un año participé en el musical de ‘Jesucristo Súper Estrella’”, afirmó.

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CORTESÍA Castillo se dedica a hacer tatuajes desde hace 10 años.
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INSTAGRAM Javier Castillo se hace nombre a nivel internacio­nal.
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INSTAGRAM Javier le tatuó a su papá una guitarra.

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