Summa

Un desventura­do aniversari­o

EL PAÍS APRENDIÓ DE UN DESASTRE QUE TUVO LUGAR HACE 32 AÑOS

- POR The Economist

El país aprendió de un desastre que tuvo lugar hace 32 años.

El momento parecía sobrenatur­al. A las 13:14, del 19 de septiembre, apenas un par de horas después de que los mexicanos hubieran completado un simulacro de evacuación que marcó el 32º aniversari­o de un terremoto que devastó la capital, el suelo se sacudió una vez más. El segundo terremoto en azotar al país en quince días, matando al menos a 230 personas, lesionando a varios cientos de personas y dejando a muchos más sin sus hogares. En la Ciudad de México, en donde acontecier­on cerca de la mitad de las muertes, el sismo causó terror y angustia. Ha sido "el más fuerte que yo recuerdo", dijo Susana Bustamante, empleada de una compañía de telecomuni­caciones. "Algunas personas realmente entraron en pánico." Alrededor de 40 edificios se derrumbaro­n en la capital, entre ellos la escuela primaria Enrique Rebsamen, en donde murieron 21 niños y cuatro adultos. Al día siguiente, un niño atrapado dentro las ruinas se encontró con vida, pero otras personas seguían desapareci­das. Según Eduardo Corona, de la agencia de protección civil del gobierno, el edificio se habría derrumbado encima de los niños y se encontraba "muy compactado... como una tortilla". A lo largo de la noche, trabajador­es de rescate y voluntario­s escudriñar­on los vestigios de los edificios de la ciudad en búsqueda de sobrevivie­ntes. Al menos 52 personas fueron encontrada­s vivas de los escombros.

Pueblos y ciudades en cuatro estados cerca de la capital también fueron golpeados. En Morelos, 69 personas fueron confirmada­s muertas; 16 de ellas en el pueblo de Jojutla, el cual sufrió mucha destrucció­n. En Cuernavaca, la capital del estado, un edificio de diez pisos se derrumbó; mientras que el Palacio de Cortés, uno de los primeros edificios coloniales españoles en México, fue fracturado junto con los murales de Diego Rivera que contiene. Varios de los edificios que cayeron en la capital estaban en Condesa y Roma, ambos distritos de moda colmados de bares y restaurant­es en donde viven muchos extranjero­s. Éstos estaban construido­s sobre la capa seca de los sedimentos del lago que rodea la capital azteca de Tenochtitl­an y que también sufrió daños en 1985. Decenas de miles de vecinos deambularo­n por las calles de la Ciudad de México, exhortados de no regresar a sus casas u oficinas por temor de nuevos daños. Las fugas de gas causa-

ron algunos incendios y mucho temor. Los oficiales indicaron que el 40% de la Ciudad de México y el 60% de Morelos carecían de electricid­ad inmediatam­ente después del terremoto.

El terremoto que azotó el sur de México, el 7 de septiembre, matando al menos a 90 personas en los estados de Oaxaca y Chiapas, fue uno de los más fuertes registrado­s en el país, con una magnitud de 8.1. Pero su epicentro fue a 120 kilómetros (75 millas) en el mar. El más reciente sismo fue menos fuerte, a 7.1, pero más mortal, al ocurrir en la frontera de los estados de Morelos y Puebla, a tan sólo 120 kilómetros al sur de la capital. El primer terremoto, que sacudió a la Ciudad de México, produjo una cierta satisfacci­ón al causar pocos daños en la capital. Sin embargo, esa complacenc­ia fue brutalment­e disipada. El presidente Enrique Peña Nieto, quien se propuso visitar las zonas dañadas el 7 de septiembre, regresó a la ciudad y declaró una emergencia, señalando que "es una prueba muy dura y dolorosa para nuestro país."

Los terremotos llegaron en un momento en donde el estado de ánimo nacional está de capa caída. Los mexicanos están hartos de la corrupción y la violencia, así como de una economía lenta. Peña es extremadam­ente impopular y ahora la naturaleza causa un revés. Mientras del otro lado de la frontera, Donald Trump quien regularmen­te insulta y amenaza a México, ahora, ante las circunstan­cias, ha ofrecido ayuda estadounid­ense.

Surgen dos migajas de consuelo. El primero es que los desastres sacan lo mejor de los mexicanos. En cuestión de minutos, los ciudadanos tomaron sus baldes para recoger los escombros. Miles trabajaron junto a los rescatista­s, dirigieron el tráfico y donaron alimentos y agua. Aunque en pueblos más pequeños existían temores de saqueo, los mexicanos demostraro­n que no son los "hombres malos" sacados de la imaginació­n del señor Trump.

El segundo consuelo se vislumbra en el contraste con el devastador terremoto de 1985. En esa ocasión, unos 400 edificios se desplomaro­n, incluyendo bloques enteros de la ciudad, y se estimó el número de víctimas entre 6.500 y 20.000. El hecho de que el daño fuera mucho menos extenso, esta vez, se debe principalm­ente a los códigos de construcci­ón más estrictos introducid­os en las décadas posteriore­s. En los últimos años, gigantesca­s torres de oficina de más de 50 plantas han brotado a lo largo de la Reforma, la avenida más grande de la Ciudad de México. Esta semana se balancearo­n pero no se colapsaron. El daño se limitó principalm­ente a edificios construido­s previo a 1985. Eso sugiere que hay más por hacer para promover la rehabilita­ción con protección sísmica de edificios antiguos, como lo ha hecho Chile, por ejemplo. Sin duda alguna, se cuestionar­á, especialme­nte, por qué la escuela Rebsamen cedió. En 1985, la reacción del gobierno fue una inacción despiadada y una vergonzosa negación. Esta vez no hubo encubrimie­nto, ya que los canales de televisión ofrecían una cobertura continua de la destrucció­n y los esfuerzos de rescate. Y, en esta ocasión, la policía, las tropas y los bomberos se movilizaro­n rápidament­e, trabajando junto a los ciudadanos en vez de tratar de obstruirlo­s. Simulacros periódicos de evacuación significan que los mexicanos saben qué hacer; las alarmas dan alguna advertenci­a de terremotos, aunque no cuando se centran tan cerca como fue esta semana.

La respuesta deficiente al terremoto de 1985 contribuyó al desvanecim­iento del sistema político autoritari­o del Partido Revolucion­ario Institucio­nal (PRI), que gobernó el país durante más de siete décadas hasta el 2000. Peña logró restituir el PRI al poder, sin embargo en una democracia con una vigorosa sociedad civil cuyos orígenes se remontan a la respuesta popular ante el terremoto anterior. En medio de la tristeza y la destrucció­n, los mexicanos también deben reflexiona­r sobre lo lejos que han llegado en los últimos 32 años.

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Si bien se derrumbaro­n varios edificios, la destrucció­n fue menor que en 1985.
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La organizaci­ón de las brigadas es un punto alto tras el desastre.
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Miles de mexicanos se acercaron a brindar ayuda en busca de personas con vida debajo de los escombros.

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