5 curiosos síndromes de viajeros
VISITAR CIUDADES MUY IMPACTANTES PUEDEN DESPERTAR EXTRAÑAS SINTOMATOLOGÍAS EN ALGUNAS PERSONAS.
Visitar ciudades muy impactantes pueden despertar extrañas sintomatologías en algunas personas.
¿Le ha pasado que al volver de un viaje recreativo se siente triste, agobiado o hasta deprimido, al punto que se le dificulta retomar su vida cotidiana?
Se trata del síndrome postvacacional y más frecuente de los que se imagina, relacionado con la dificultad de adaptarse de nuevo a la rutina y responder al alto número de demandas que supone la vuelta al trabajo y el retomar todas nuestras demás responsabilidades y obligaciones. Sin embargo, hay otros menos comunes que afectan a personas muy sensibles, principalmente si viajan solas. ¡El exceso de belleza, decepción sobre el destino por exceso de expectativas y hasta fatiga física o psicológica pueden ser detonantes! Si llega a sufrir alguno, es importante que sepa que sus síntomas no son permanentes –cesan en cuestión de días o semanas, conforme se vuelve a asimilar el día a día en el país de origen– y no necesariamente se volverán a repetir, así que no permita que le hagan perder las ganas de viajar.
1 Síndrome de Florencia:
También conocido como Síndrome de Stendhal, es una enfermedad psicosomática que afecta a personas con un alto sentido estético, amantes y conocedores del arte, la historia y la arquitectura. El goce de estar frente a obras famosas o particularmente hermosas les provoca “una sobredosis” de belleza, con reacciones que van desde aumento del ritmo cardíaco, temblores y palpitaciones hasta vértigo, mareos, depresión, alucinaciones y desmayos. Fue descrito en 1979 por la psiquiatra italiana Graziella Magherini, tras analizar más de cien casos similares entre visitantes de los museos y la ciudad de Florencia.
LO MEJOR AL VIAJAR ES LLEVAR UNA MENTE ABIERTA Y DISFRUTAR DE LO QUE SE PRESENTE, SIN CARGAR GRANDES EXPECTATIVAS.
2 Síndrome de París:
El shock cultural y la decepción por altas expectativas muy opuestas a la realidad provocan una crisis nerviosa a algunos turistas, principalmente de origen asiático, que habían hecho planes en torno una imagen preconcebida de cuidad romántica, mágica e idílica vista en películas y catálogos turísticos. En vez de eso se encuentran con una metrópoli ruidosa, abarrotada de gente y con un ritmo frenético, calles sucias, barrios pobres y personas de trato seco, hostiles o hasta groseras. Síntomas: irritabilidad, sensación de miedo, obsesión, depresión e insomnio; quien lo padece siente que es víctima de perjuicios o agresión. Fue diagnosticado por primera vez en 1986, por el psiquiatra japonés Hiroaki Ota. Aunque son menos de una docena al año, la embajada de Japón tiene una línea telefónica disponible las 24 horas al servicio de sus ciudadanos afectados y pueden aportar tratamiento hospitalario de emergencia, de ser necesario.
3 Síndrome de Jerusalén:
La mayoría de los cristianos soñamos con peregrinar algún día por Tierra Santa, un destino cargado de misticismo, pero hay quienes se adentran tanto en la historia que llegan a creerse un personaje bíblico o sufren episodios de paranoia, delirio y ansiedad. Algunos hasta realizan prédicas públicas, intentan sanar enfermos o se pasean vestidos con túnicas o sábanas. También ocurre en otros lugares con fuerte carga religiosa como el Vaticano, Lourdes y Fátima. Fue diagnosticado por el psiquiatra Yir Bar El, en la década de 1980.
4 Síndrome de la India:
Quienes eligen India como destino para ir a meditar, relajarse y encontrar paz pueden desencantarse y entrar en conflicto al enfrentarse de golpe con una megápolis hiperpoblada y caótica, junto a fuertes escenas de pobreza, problemas de higiene, violencia y suciedad. Experimentan desde angustia hasta decepción, enojo y crisis nerviosas que puede derivar incluso en un comportamiento paranoico al no hallar en India el misticismo esperado.
5 Síndrome del eterno viajero:
Es una obsesión por viajar y conocer lugares nuevos. ¡Nada es suficiente! En cuando la persona llega a un nuevo destino ya quiere movilizarse a otro por lo que le cuesta disfrutar de su estadía, y así sucesivamente. Son viajeros incansables que al volver a casa experimentan el llamado choque cultural inverso: no sienten pertenecer a ningún lugar, “no son de aquí, ni de allá”. Siempre les falta algo y exploran con ansiedad por lo que sufren estrés, taquicardias y sofocos e incluso, en los casos más graves, puede experimentar alucinaciones, delirio o paranoia a causa de la fatiga psicológica, emotiva y física.