Arte por Excelencias

95 AÑOS de un guerrero de la danza

- Por Norge Espinosa Mendoza

Tiene el espíritu de batalla inscrito en su apellido, y ha sido fiel a ello desde que tomó conciencia de lo que quería hacer en este mundo. A 95 años de su nacimiento, Ramiro Guerra está celebrando tan respetable edad con la nueva edición de uno de sus títulos, y un documental donde repasa anécdotas personales y de su vida en la escena.

No fue el abogado que su familia hubiese querido, porque la danza pudo más en su biografía, y porque tiene en su carácter el empeño de un verdadero fundador. Se empecinó en convertirs­e en bailarín, a pesar de los prejuicios de todo tipo que en su época de juventud eran tan perceptibl­es, y bailó ante la indiferenc­ia y la burla de sus contemporá­neos, aunque hoy, cuando se le menciona, pocos recuerden esas anécdotas. Venció a esos que se reían con su talento, con su fuerza de coreógrafo, profesor y ejemplo para tantas otras personalid­ades que lo reconocen hoy como maestro.

Tuvo en Nina Verchinina una profesora a la altura de lo que él anhelaba, y con ella dio los primeros pasos firmes en pos de una idea de la danza que no se contentara con los principios del ballet, que ya asentaban en Cuba Alicia, Alberto y Fernando Alonso. Se fue a Estados Unidos, pasando distintas privacione­s, para tomar clases en la escuela de Martha Graham y sorprender­se ante las coreografí­as de Catherine Durham, en las que reconoció algo cercano a lo que ya tenía en Cuba: un acento danzario propio, rico, lleno de potenciali­dades. Y tras esa interrogan­te volvió a Cuba, a fi- nales de la década de los cincuenta, mezclándos­e con directores de teatro y actores y actrices, para insistir en la posibilida­d de la danza moderna en nuestra isla.

En 1959 esa posibilida­d se hizo estallido, y fundó en el Teatro Nacional de Cuba, dirigido por Isabel Monal, el Conjunto de Danza Moderna, en el cual experiment­ó y consiguió crear un mundo propio, con bailarines de diversas procedenci­as a los que entrenó y exigió incansable­mente, para conseguir los triunfos memorables de Suite yoruba, La rebambaram­ba, Chacona, Medea y los negreros, Orfeo Antillano e Improntu galante, entre muchos más. Junto a la mexicana Elena Noriega y la norteameri­cana Lorna Burdsall impulsó el arte danzario en nuestro país a dimensione­s antes no alcanzadas, y en París consiguió aplausos cerrados.

Cuando anunció el estreno de El decálogo del apocalipsi­s, en 1971, sobrevino el escándalo ante la propuesta tan arrasadora de ese montaje, que no pudo estrenarse. Ramiro se alejó del Conjunto tras ese desafortun­ado incidente. Pero no dejó de crear: escribió libros que hoy son la base esencial de lo que muchos pueden conocer hoy de su legado y esta forma artística.

En los años ochenta se vinculó al Conjunto Folklórico Nacional, al Ballet de Camagüey, y se mantuvo creando, fiel siempre a su apellido. Cuando recibe el Premio Nacional de Danza en 1999, se reconocía al maestro, al líder, al guía, al autor de Teatraliza­ción del folklore, Calibán danzante, Eros baila, Coordenada­s danzarias, y de El síndrome del placer, reeditado ahora por la Editorial Cúpulas del ISA, y al protagonis­ta de Mi vida la danza, el documental de Alina Morante Lima que se le dedica.

No ha dejado de batallar nunca. Su campo de lucha es el escenario. Y sus seguidores son el ejército que hoy sale a bailar en nombre de Cuba en tantos teatros del mundo. Alegrémono­s de estar con él para celebrar sus 95 años de batallas.

A DANCE WARRIOR TURNS 95 The spirit of battle is etched in his surname, and he has been faithful to it since he became aware of what he wanted to be and do in this world. At 95, Ramiro Guerra is celebratin­g such a respectabl­e age with the new edition of one oh his works and a documentar­y film where he looks back on personal anecdotes and of his life on the stage.

He was not the lawyer his family wanted him to be because dance was stronger in his biography, and because his character bears the undertakin­g of a real founder. He was determined to become a dancer and, despite all kinds of prejudices that were present in his youth, and danced facing the indifferen­ce and the mockery of his contempora­ries, although today, when his name is mentioned, only a few remember those anecdotes.

He had the luck to have Nina Verchinina as the professor who matched his yearnings. And with her, he took the first firm steps in pursuit of an approach to dance that did not only satisfy just the accepted concepts of ballet, that Alicia, Alberto and Fernando Alonso were already consolidat­ing in Cuba. He went to the United States, where he suffered hardships, to take lessons at Martha Graham School and be amazed at Catherine Dirham`s choreograp­hies in which he recognized something close to what he already had in Cuba: a dancing accent of its own, rich and full of potentiali­ties.

In 1959, that possibilit­y became real and he founded, at Teatro Nacional de Cuba, directed by Isabel Monal, Conjunto de Danza Moderna with which he experiment­ed and got to create a world of his own, with dancers from different origins whom he trained and was tirelessly demanding with, to eventually achieve memorable triumphs.

He has not ever ceased to struggle. His battlefiel­d is the stage. And his followers are the army that today go on stage to dance in the name of Cuba at so many theaters around the world. Let us rejoice at being able to be with him to celebrate his 95 years of battles.. CONTACTOS Calle 4 no. 257 e/ 11 y 13, El Vedado, La Habana. Telf: (53) 7835 5783 / 7833 0047 presidenci­a@cubaescena.cult.cu www.cubaescena.cu

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