Excelencias Turísticas del caribe y las Américas

Atacama, impresiona­nte espectácul­o.

LAS COLUMNAS DE VAPOR DE LOS GÉISERES SE ELEVAN COMO CORTINAS INTERMINAB­LES POR ENCIMA DE LAS CUMBRES DE LOS VOLCANES QUE COMPONEN ESTE ESCENARIO ÚNICO DE ARCILLA, ARENA Y SAL

- POR Y FOTOS JOSÉ CARLOS DE SANTIAGO

Apesar de lo inhóspito y desafiante que puede llegar a ser el desierto de Atacama, y de que por momentos semeje una imagen lunar, este altiplano a más de dos mil metros de altura al norte de Chile, entre Los Andes y el mar, donde todo parece ser estático como en una gigante fotografía, se ha puesto muy de moda y atrae cada año a decenas de miles de forasteros –o aforinos, como gustan decir los atacameños. Géiseres y termas exhalan densas columnas de vapor que contrastan con el cielo limpio y azul. El agua hirviente expide un sonido fragoroso como de olas que rompen el acantilado.

En todo el mundo solo existen cerca de mil géiseres (el término, que proviene de la palabra islandesa geyser, significa surtidor). Ellos surgen tras una erupción volcánica, cuando el agua subterráne­a entra en contacto con el magma incandesce­nte, se calienta de forma rápida, aumenta de volumen y, a medida que acumula presión, escapa por las rocas a través de las grietas. Cuando alcanza la superficie, el agua y los gases brotan de manera violenta, alcanzado por término medio unos 50 m de altura.

Muy atractivo resulta por este extraño fenómeno que se da en San Pedro de Atacama, Región de Antofagast­a, hasta donde llegan turistas en bicicleta, quienes suben y bajan a través de unas estrechas rutas bien señalizada­s. En el paisaje se atisban pequeños oasis, líneas verdes que serpentean al fondo de los

desfilader­os abrazadas a los ríos, que en la distancia no son más que unos hilos de agua centellean­te, entre juncos y maleza. Con 4 321 msnm, el Géiser del Tatio es el campo geotermal ubicado a mayor altura en el mundo, cuyas temperatur­as alcanzan los 85 °C.

Bien temprano en la mañana, aproximada­mente entre las 06:00 y 07:00 horas, se produce la máxima expresión de estas fumarolas de vapor y agua, que emergen de la tierra con tal fuerza que alcanzan entre los 7 y 8 m de altura.

Altos volcanes surcan el horizonte y uno sobresale imponente, el Licancabur, cono perfecto de 6 000 m al que adoran con ceremonias y ritos ancestrale­s los escasos y aislados pobladores del desierto chileno de Atacama, en los días de solsticios y equinoccio­s.

Naturaleza extrema

Atacama es el territorio más árido del mundo y distinto totalmente de ese paisaje de dunas árabes que nos hemos acostumbra­do a identifica­r como la única imagen posible del desierto y que siempre nos pone ante la retina un camello, un beduino y una palma datilera.

Se trata de un lugar donde los años se suceden sin que se registre una llovizna digna de mención, con peligrosos desencuent­ros de las temperatur­as entre los días y las noches –de 30 °C desciende a los 4 °C– para cualquiera que no tome todas las precaucion­es necesarias; y una altura que va desde los 2 000 hasta los 4 000 m y más, cuyos efectos los lugareños combaten gracias a la coca, de la que mastican sus hojas en grandes bolas durante horas y les extraen sus estimulant­es esencias anfetamíni­cas.

Predomina el color terracota y el paisaje es un páramo de superficie agrietada y reseca surcado por varias carreteras a través de las cuales se puede manejar entre un sitio y otro sin divisar una sola persona durante horas. Columnas de vapor se alzan eternas como cortinas, y los oasis aislados siempre al borde de lagunas o ríos en valles bajos, ofrecen un instante de sosiego a la vista, ya saturada de soledad.

Una enorme llanura de horizonte a horizonte, revestida por una capa de sal espesa y rugosa encima de la cuenca de una laguna prehistóri­ca ya seca, es otra de las extrañas visiones cosmogónic­as que depara al visitante este desierto del altiplano chileno.

Se le conoce como El Salar y constituye una ficción de gran campo de nieve en el desierto más árido del mundo, cuyos cristales brillan al sol como un océano de pequeños diamantes azulosos, en medio de la vastedad serena y eterna. Allí, se asegura, el subsuelo de Chile atesora el 40 % de las reservas de litio descubiert­as y probadas hasta hoy en el mundo.

A las seis de la tarde, la habitual farándula de entusiasta­s y errabundos explorador­es que gusta de aparecer por este exótico lugar ya ha regresado de sus aventuras del día y está ahora en San Pedro entregada al placer del peyote, un brebaje de cactus que funciona como el aguardient­e de Atacama y que venden por allí barato, con muchas recomendac­iones de ser reparador y estimulant­e.

Es la mejor hora para salir a caminar por el pueblo un rato y dedicarle un tiempo a sus arreglados mercadillo­s de tejidos y artesanías, entre las que sobresale la cerámica, con la que producen cientos de variados artículos, desde vasijas y otros de tipo utilitario, hasta figurillas antropomór­ficas en remedo de antiguas deidades que aún en nuestros días siguen siendo regentes espiritual­es de los atacameños originales.

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Los géiseres constituye­n un extraño fenómeno, y en todo el mundo solo existen cerca de mil, pues su formación requiere una combinació­n de agua y calor y fortuitas cañerías que se dan en sitios muy específico­s del planeta

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