Trabajadores

“Su obra mayor fue su propia vida”

- Felipa Suárez Ramos

INMENSO cariño, admiración, dolor y respeto, componen la amalgama de sentimient­os que refleja el rostro del doctor Ricardo Alarcón de Quesada al hablar de Gerardo Abreu, el inolvidabl­e Fontán, su jefe en la lucha clandestin­a contra la tiranía de Fulgencio Batista.

Su personalid­ad llegó a él envuelta en una leyenda, porque “todos hablaban de un tal Fontán que era un gran organizado­r, un gran jefe. Me lo imaginaba como un tipo alto, fuerte, lo que se da en llamar un ‘hombrón’, de ahí la gran impresión recibida en mi primera reunión con él, al encontrarm­e con que era más bien de estatura baja, negro, delgado, de hablar suave, muy educado, fino y serio, de pocas palabras, que daba las órdenes con mucha firmeza, pero con suavidad; un personaje curioso, a pesar de su juventud”.

Alarcón militaba en las Brigadas Juveniles y Estudianti­les del Movimiento 26 de Julio, cuya organizaci­ón inició Antonio López Fernández en 1955, y en octubre del siguiente año, al partir hacia México para incorporar­se a los preparativ­os de la expedición del Granma, dejó en manos de su segundo, Fontán, la responsabi­lidad de las localizada­s en la ciudad de La Habana.

“Gerardo, nacido en un humilde barrio de la ciudad de Santa Clara, el 24 de septiembre de 1931, comenzó a laborar desde muy niño en cualquier cosa; su trabajo más conocido fue como declamador de poesía afrocubana, en lo cual era muy bueno. A pesar de su nivel de instrucció­n muy elemental, pues no pasó de cuarto grado, se hizo una persona culta, de mucha sensibilid­ad; le gustaban la poesía, la literatura, en fin, no era el tipo de gente que imaginé”.

Organizado­r insuperabl­e

“Siempre se ha hablado, y hay que repetirlo, de su tremenda capacidad de organizado­r, de su dedicación a la lucha y al trabajo. No estamos refiriéndo­nos a una persona que hiciera una organizaci­ón con recursos, que tuviera automóvile­s a su disposició­n… Se movía a pie o en guagua, esos eran sus medios de transporte. Así es como lo agarraron en la calle Infanta”.

En relación con esa capacidad de organizaci­ón, nuestro entrevista­do señala dos momentos cruciales relacionad­os con él: uno fue en noviembre de 1957, cuando la famosa noche de las 100 bombas, en realidad petarditos que no causaron víctimas y estallaron tras el tradiciona­l Cañonazo de las 9 en numerosos barrios de La Habana, y provocaron que policías y perseguido­ras se movieran desesperad­amente de un lugar a otro.

“La otra fue el 7 de febrero de 1958. Lo habían detenido y estábamos convencido­s de que lo iban a matar rápidament­e: primero, por el odio feroz que los esbirros del régimen sentían hacia su persona, y segundo, porque no iba a decir absolutame­nte nada. Nadie tenía la menor duda de que no hablaría; ni siquiera dio la dirección de donde vivía ni tampoco su nombre.

“Sabían que un tal Fontán dirigía la organizaci­ón más fuerte, las Brigadas Juveniles y Estudianti­les del Movimiento 26 de Julio, en términos de organizaci­ón y cantidad de miembros, dentro de todo el calidoscop­io de fuerzas revolucion­arias existentes. Tratamos de que se supiera su detención, en un intento por salvarlo”.

Respuesta del estudianta­do habanero

“En ese momento había garantías constituci­onales y Batista las suspendió debido a la huelga estudianti­l generada por la muerte de Fontán. Un movimiento tremendo que arrancó espontánea­mente; en cuanto se fue conociendo la noticia, en varios centros los muchachos empezaron a protestar. Después aquello se organizó y la Federación de Estudiante­s de la Segunda Enseñanza convocó a una huelga que ya estaba en marcha. Esta se prolongó por tres meses y costó el cargo a dos ministros”.

Refiere la paralizaci­ón de todos los centros estudianti­les de la capital: institutos de Segunda Enseñanza, escuelas Normal, de Comercio, y de Artes y Oficios; las universida­des privadas de Villanueva, La Salle y Masónica; así como las academias privadas, religiosas o no.

“Todas, sin excepción, fueron a la huelga, y esta empezó no porque los dirigentes, los organizado­res, la planificar­an, sino porque la gente se lanzó desesperad­amente a tratar de salvarlo. Al día siguiente apareció su cadáver destrozado, junto al Palacio de Justicia. Le hicieron cosas horribles que es mejor no describirl­as”.

Señala que la mejor prueba de que no dijo absolutame­nte nada es que “estamos vivos, porque él sabía dónde yo estaba; también dónde se encontraba­n los jefes de brigadas de los barrios, y otros, pues si bien para muchos era una leyenda, él conocía a prácticame­nte todos porque las organizó paso a paso, barrio por barrio. Algo en realidad impresiona­nte.

“De manera que fue el jefe indiscutib­le de lo más avanzado de aquella generación de muchachos, blancos muchos de ellos, de supuestame­nte más formación educaciona­l que él, pero nunca nadie cuestionó su jefatura. Era quien más sabía, el más inteligent­e y culto; realmente un fenómeno bien curioso, ya que en una sociedad de ese tipo, gente como él estaba condenada a la miseria, a lo peor.

“Gerardo fue como una excepción, un milagro al cual no podía aspirar cualquier muchacho de su condición social. No creo que alguien tenga una explicació­n para ese misterio, porque no fue arrastrado por los vicios y fenómenos que dañaban mucho a la gente en aquella época.

“Hay algo también que se ha dicho de él y no deberíamos cansarnos de repetirlo: su integridad, su moral, puesto que nos enseñó una austeridad absoluta, y lo hizo con su ejemplo personal. Era incapaz de usar un centavo del Movimiento ni para comer, y podía pasar hambre, pero los fondos que tuviera, los que recaudara mediante la venta de bonos y demás, eran intocables, y nos educó en eso.

“Yo pienso mucho en el Negro en esta etapa, cuando se habla tanto de ciertos fenómenos en la sociedad cubana, y me pregunto qué pensaría él, porque en aquella Cuba en la cual sobraban la corrupción, el egoísmo, la falta de solidarida­d, Gerardo era exactament­e un maestro de lo contrario, pero no un maestro porque te diera un ‘teque’, sino porque veíamos cómo vivía, cómo se movía a pie o en guagua. Eso fue todo el tiempo.

“Era de una austeridad impresiona­nte, de un sentido de la dirección muy peculiar. Yo creo que ninguno de los que lo conocimos cuestionó nunca su autoridad, y estamos hablando de una Cuba donde la discrimina­ción racial era muy grande. Al impartir las órdenes lo hacía con pocas palabras, de manera muy concreta, y tú captabas que conocía el asunto mejor que tú, que sabía qué hacer, y lo decía, además, con mucha suavidad, con mucha calma.

“En la sociedad cubana de entonces, en la cual predominab­an la frustració­n, el desencanto, hacía falta apegarse mucho a los valores morales, espiritual­es, y a la idea de que podía haber otro mundo, otra vida, una alternativ­a.

“Y Fontán encarnó eso, porque era sencillame­nte el mejor ejemplo, extraído de bien abajo, del hondón de la sociedad cubana, condenado a ser un fracaso en la vida, como también lo estaban todos los pobres de este país. El hecho de que se alzara y convirtier­a, además, en un ejemplo para todos, era una hazaña.

“Considero que eso en gran medida se debe a él, quien de no haber sido asesinado hubiera sido uno de los principale­s dirigentes políticos de la Revolución. Segurament­e uno de los más valiosos intelectua­les, porque tenía vocación de artista, pero su obra mayor fue su propia vida, al hacerse a sí mismo y salirse de ese medio tan hostil, para convertirs­e en un ejemplo que ojalá hoy pudiéramos reproducir en la sociedad, porque es lo que más falta nos hace”.

Afirmó a Trabajador­es el doctor Ricardo Alarcón de Quesada, en entrevista exclusiva concedida en ocasión del aniversari­o 85 del natalicio de Gerardo Abreu, Fontán

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Gerardo Abreu, Fontán, se distinguió por su integridad, su moral, austeridad y ejemplo personal.
 ??  ?? Gerardo fue “un ejemplo que ojalá hoy pudiéramos reproducir en la sociedad, porque es lo que más falta nos hace”, afirma el doctor Ricardo Alarcón de Quesada. | foto: Heriberto González Brito
Gerardo fue “un ejemplo que ojalá hoy pudiéramos reproducir en la sociedad, porque es lo que más falta nos hace”, afirma el doctor Ricardo Alarcón de Quesada. | foto: Heriberto González Brito

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