Trabajadores

Yo conocí a Mónica y Pichirilo

- Julio Miguel Migueles Vázquez

Quizás, los nombres de Mónica Terry Landó y Jesús Marcelino Agramonte no signifique­n tanto para la gran mayoría, pero si mencionamo­s a Mónica y Pichirilo, segurament­e muchos por Cruces los reconocerá­n, pues ambos, de diferentes maneras, representa­n un orgullo para la familia deportiva de este municipio cienfuegue­ro.

Ella, una morena de carácter jovial, criolla de pura cepa, que sin conocer mucho de deporte supo orientar a sus hijos hacia la práctica de esta actividad.

Él, un joven sagaz, dispuesto y decidido, que practicó varios deportes, pero que tuvo el acierto de vincularse al balonmano, una novedosa disciplina que por la década de los 70 hizo su estreno en nuestro país.

Madre de seis hijos, dos hembras y cuatro varones, Mónica tuvo la virtud de guiar a Pichirilo por el buen camino y hacerlo crecer como persona y deportista, a pesar de las responsabi­lidades y obligacion­es que imponían los quehaceres hogareños.

Tuve la dicha de conocerla una tarde del ya lejano 1981, cuando junto a otras madres nos visitó en el Escambray cienfuegue­ro durante la etapa de escuela al campo. Estábamos molestos y abatidos después de haber perdido un juego de béisbol contra un equipo de lugareños y ella ante tal situación fue muy locuaz al decirnos: “Tranquilos, muchachos, en el deporte hay que saber ganar, pero también perder, eso solo les ocurre a quienes lo intentan”.

De origen checo, el balonmano hizo su debut en los Juegos Olímpicos en Berlín 1936 en el sector masculino, pero no fue hasta la versión de Montreal 1976, en el sector femenino, que se estableció de manera definitiva con el formato de siete jugadores.

Pichirilo tuvo el mérito de integrar el equipo nacional a la versión olímpica de Moscú 1980, donde el pívot crucense fue uno de los más destacados, al convertirs­e en el máximo goleador del equipo y figura fundamenta­l en el empate a 24 goles ante España.

Por estos días se cumplen 36 años de tan importante acontecimi­ento que convirtió a Jesús Agramonte en el primer y único atleta del municipio de Cruces en tomar parte de unos Juegos Olímpicos, un gran honor para quienes nos sentirnos orgullosos de él, su familia y sobre todo de Mónica, su madre e inspirador­a.

Residente en la capital desde hace años, en una de sus visitas recientes al terruño en funciones de trabajo, como miembro de la comisión de atención a atletas, nos comentaba: “Es curioso que después de tantos años, a pesar de ser un municipio de buen nivel deportivo, siga siendo yo el único olímpico crucense, pues Rogelio Marcelo, el afamado campeón de Barcelona 1992, aunque vivió aquí durante algunos años era guantaname­ro”.

Al preguntarl­e, por qué Pichirilo, señaló que fue algo familiar. “Me comenzaron a decir Pichi de cariño en la casa y se me fue quedando”. Quizás el origen no sea claro, lo cierto es que tal vez le haga honor a Ramón Emilio Mejías del Castillo, El Pichirilo dominicano expedicion­ario del yate Granma.

Sus dribbling, fintas pero sobre todo sus goles lo llevaron a ser reconocido como uno de los mejores balonmanis­tas de su época. Por más 10 años integró el equipo nacional en el que coincidió con grandes figuras como Nenínger, Povea, Querol, Cruz, etc.

Recibió siempre el aliento y el apoyo de su madre. A ella fueron dedicados todos sus éxitos, pues sin lugar a dudas fue su maestra, profesora y descubrido­ra. Por todo eso y muchas cosas más me siento privilegia­do, pues conocí a Pichirilo y Mónica, la mamá del único olímpico nacido en Cruces.

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Jesús Marcelino Agramonte (Pichirilo), máximo goleador de Cuba en Moscú 1980.
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