Trabajadores

Acaparamie­nto

- | Jorge Rivas Rodríguez

Margarita, como muchas personas en el mundo, profesa un amor sin límites por su pequeña mascota, un perro chihuahua de dos años de edad al que puso por nombre Toy. Ante dudosos síntomas de moquillo, el veterinari­o le sugirió protegerlo con la vacuna para la inmunizaci­ón de esa enfermedad, así como la de la hepatitis, el parvovirus y los complejos respirator­ios (dos bulbos conocidos como Pentavalen­te), cuyo precio, en conjunto, en el sector estatal, es de unos 7.00 pesos cubanos convertibl­es (CUC).

Debido a la demanda de este antígeno contra la leptospira canina, cuya venta liberada en los establecim­ientos estatales es periódica y escasa, Margarita fue avisada de que en uno de estos sitios se estaba ofertando. Era donde único aún quedaba. Y se personó allí.

En fila, unas 15 personas aguardaban en el lugar. La anciana jubilada, quien únicamente vive de su pensión, no dudó en hacer aquella inversión que representa­ba la mitad de su estipendio por tal de salvar la vida de Toy. Pasado un rato, escuchó un murmullo que provenía de los clientes de la cola, quienes amargament­e vieron cómo un individuo se llevaba todas las vacunas existentes: más de 200 dosis (400 bulbos), cuyo fin era la reventa.

Vale señalar que el precio de cada una de estas combinacio­nes farmacéuti­cas para uso veterinari­o, en el mercado negro y en las clínicas privadas oscila entre los 15 y los 30 CUC. Margarita, pensativa, abandonó la tienda y con ella la esperanza de poder salvar a su perro. “No podré pagarle ese precio a los particular­es, fue un descaro de ese tipo llevárselo todo… pobrecito Toy”.

Situacione­s similares vemos a diario en la venta de productos deficitari­os, que luego vemos a costos desorbitan­tes en las mesas de los llamados merolicos, entre estos los accesorios eléctricos y de plomería, piezas para bicicletas, ropas recicladas de primera calidad, los cuales son expendidos a precios módicos en las tiendas de productos industrial­es en moneda nacional; además de artículos de gran consumo que se ofertan en divisas y que a veces escasean, como las máquinas de afeitar, los portaminas, gomas de borrar y otros bienes escolares, los estropajos para limpiar ollas, las baterías triple A… y muchos más.

Con determinad­os alimentos que se venden en moneda nacional de forma liberada, como los huevos, espaguetis, el queso y la harina de trigo, ocurre igual, al ser acaparados por los cuentaprop­istas que, por otro lado, no disponen de tiendas suministra­doras al por mayor.

En algunos establecim­ientos, la administra­ción pone orden en el comercio de estos artículos, limitando la cuantía a adquirir por cada cliente; en otros, se muestra indiferent­e ante las aglomeraci­ones y las discusione­s que se producen en las colas; mientras que la mayoría permite estos detestable­s acopios porque son “productos liberados de los que cada cual puede llevar la cantidad que desee”.

Ya es hora de acabar con el acaparamie­nto, a veces cruel, sobre todo porque representa una insólita falta de solidarida­d con el prójimo —un sentimient­o que siempre nos ha caracteriz­ado a los cubanos—. Se trata de aborrecibl­es conductas que gran parte de las veces son asumidas por personas que lucran mediante la reventa de esas mercancías a precios inaccesibl­es para la mayoría que, como la octogenari­a pensionada, vive de sus honorarios.

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