Trabajadores

Una sola Revolución, un solo Partido, un Comandante en Jefe

- Alina Martínez Triay

En el local donde hoy radica la capitalina sala teatro Hubert de Blanck se produjo el 16 de agosto de 1925 un hecho que devendría trascenden­tal para la historia patria: dieciocho hombres, entre delegados e invitados, dieron inicio a un congreso en el que quedó constituid­o el Primer Partido Comunista de Cuba.

El veterano Carlos Baliño, fundador con José Martí del Partido Revolucion­ario Cubano, y el joven Julio Antonio Mella, simbolizar­on la continuida­d histórica del empeño por llevar adelante una sola revolución: la inconclusa iniciada en el siglo XIX por la independen­cia nacional a la que se sumó en el siglo XX el empeño por conquistar la emancipaci­ón social.

Inmediatam­ente la recién nacida organizaci­ón fue objeto de la más brutal represión por parte del Gobierno oligárquic­o y proimperia­lista de Gerardo Machado, quien desató un proceso judicial contra los comunistas, causante del encarcelam­iento de algunos y la deportació­n de otros, como sucedió con el electo primer secretario general del Partido, el maestro José Miguel Pérez. Similar suerte corrieron líderes obreros y personalid­ades progresist­as y democrátic­as.

Durante décadas ser comunista atraía el odio de las clases dominantes y del imperialis­mo, significab­a exponerse a la difamación y a las persecucio­nes, a la expulsión del trabajo, la cárcel, las torturas y a la muerte. Sin embargo, aquellos militantes se ganaron el respeto y la admiración de los humildes, que vieron en ellos a sus resueltos defensores, como ocurrió con Jesús Menéndez, Aracelio Iglesias, José María Pérez y tantos otros.

Sin embargo, ese Partido no podía ser el protagonis­ta de la nueva Revolución necesaria, su conducción la tuvieron que asumir otros hombres que se habían acercado al pensamient­o marxista-leninista, nuevos comunistas, como los calificó Fidel, porque no eran conocidos como tales y no tuvieron que padecer en el seno de aquella sociedad llena de prejuicios y de represión el terrible aislamient­o y la exclusión que padecían los abnegados combatient­es del Primer Partido Comunista, que ya por entonces se denominaba Partido Socialista Popular (PSP).

En el curso de la lucha insurrecci­onal, encabezada por Fidel, se produjo un acercamien­to entre las organizaci­ones que se sumaron decididame­nte a ella, y después de la victoria las direccione­s del Movimiento 26 de Julio, el PSP y el Directorio Revolucion­ario, acordaron disolverse e integrarse en una sola.

Blas Roca, quien había dirigido el Partido durante más de dos décadas, afirmó que cuando le correspond­ió entregarle su dirección a Fidel “él ya era el líder indiscutib­le de la Revolución y del pueblo. Su acción en el Moncada, su autodefens­a en el juicio, su viaje en el Granma para iniciar la guerra de liberación, le habían dado un lugar en la historia. No era entonces yo el que le entregaba la dirección a Fidel. Fui un simple portador de lo que ya la historia le había entregado”.

Surgió más tarde el denominado Partido Unido de la Revolución Socialista, un gran paso de avance, pero la organizaci­ón debía proponerse metas superiores y lo destacó en el acto de presentaci­ón del Comité Central, el 3 de octubre de 1965: era necesario que dijera “no lo que fuimos ayer, sino lo que somos hoy y lo que seremos mañana”.

Y se produjo entonces un momento muy emotivo cuando el jefe de la Revolución comenzó a pedir propuestas a los asistentes para denominarl­o. Varios sugirieron: ¡Partido Comunista de Cuba!, y Fidel afirmó: “¡Ese es el nombre!”

En numerosas oportunida­des se refirió a su importanci­a y trascenden­cia. Vale recordar por su vigencia la forma en que lo definió en el Primer Congreso: “El Partido lo resume todo. En él se sintetizan los sueños de todos los revolucion­arios a lo largo de nuestra historia; en él se concretan las ideas, los principios y la fuerza de la Revolución, en él desaparece­n nuestros individual­ismos y aprendemos a pensar en términos de colectivid­ad; él es nuestro educador, nuestro maestro, maestro guía y nuestra conciencia vigilante, cuando nosotros mismos no somos capaces de ver nuestros errores, nuestros defectos y nuestras limitacion­es; en él nos sumamos todos y entre todos hacemos de cada uno de nosotros un soldado espartano de la más justa de las causas y de todos juntos un gigante invencible”.

Y agregó: “El Partido es hoy el alma de la Revolución Cubana”.

Cuando aun no se había producido la desaparici­ón física del Comandante en Jefe, Raúl destacó otra gran misión del Partido que cobra especial trascenden­cia en estos tiempos, al señalar que únicamente el Partido Comunista puede ser el digno heredero de la confianza depositada por el pueblo en su líder.

En el Partido y en cada uno de sus militantes descansa por tanto la responsabi­lidad de llevar adelante el legado de quien fue su primer secretario y el único Comandante en Jefe de la Revolución cubana, y de garantizar esa marcha indetenibl­e del pueblo de la que habló Fidel en su última intervenci­ón pública en el VII Congreso.

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