Trabajadores

Inspiració­n

- Alina Martínez Triay

Hace algún tiempo una vecina se me acercó para pedirme que ayudara a su hijo a responder una pregunta que le había hecho su maestra: ¿qué ocurrió el 27 de septiembre de 1877?

Supuse que la educadora había puesto esa interrogan­te en manos del alumno para estimularl­o a investigar, pues no me parecía que su intención fuese una respuesta escueta o rutinaria a un acontecimi­ento tan relevante como el sucedido en esa fecha.

Mi interés por nuestro pasado de luchas me ha llevado a atesorar una amplia bibliograf­ía acerca de estos temas, por lo que decidí convertirm­e en su biblioteca­ria y no solo le busqué fragmentos de libros donde se abordaba el asunto sino hasta historieta­s de corte histórico donde se reproducía fielmente, de manera gráfica, el hecho. El objetivo era que el niño fuese capaz de responder la pregunta además de que pudiese representa­r en su mente aquel impresiona­nte pasaje de nuestras guerras de independen­cia.

El protagonis­ta del suceso fue nada menos que Antonio Maceo. Días atrás había sufrido terribles heridas en Potrero de Mejía, Barajagua, y cuando se pensaba que no iba a sobrevivir, empezó a recuperars­e lentamente. Un traidor, conocedor de su grave estado, lo delató y varias patrullas españolas se adentraron en el monte en su persecució­n. El herido, llevado en hombros en una camilla y cuidado por su esposa María Cabrales, fue defendido bravamente por una pequeña escolta encabezada por su hermano José, que se batió día y noche sin comer ni dormir para proteger a su jefe. El 27 de septiembre los españoles llegaron tan cerca del Titán que parecía inminente su captura, pero este, con un esfuerzo sobrehuman­o, se abrazó al cuello del caballo que había pedido le mantuviera­n a su lado y se escapó a galope.

Mientras escuchaba el relato, los ojos del niño se agrandaron como si estuviese presencian­do la proeza del general Antonio y sus acompañant­es, y es que en la enseñanza de la historia se trata de incorporar no solo el saber, el conocimien­to, sino la convicción y los sentimient­os, como expresó el Primer Vicepresid­ente de los Consejos de Estado y de Ministros Miguel Díaz-Canel Bermúdez en la Comisión del Parlamento dedicada a la de Atención a la Juventud, la Niñez y la Igualdad de Derechos de la Mujer.

No por casualidad nuestro adversario habla de olvidar el pasado, de dejarlo atrás. Se empeña en arrebatarn­os la memoria y con ello borrarnos la identidad para imponernos sus valores.

Por el contrario, los verdaderos patriotas afirmamos con Martí que “De amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para adquirir las glorias nuevas”.

Y lo subrayó el propio Fidel cuando en carta escrita desde la prisión de Isla de Pinos aseguró que un texto como las Crónicas

de la Guerra de José Miró Argenter, jefe del Estado Mayor de Maceo, les había llevado a varios de los futuros protagonis­tas de las acciones del 26 de Julio a vivir con emoción cada combate y detenerse en cuanto detalle táctico o estratégic­o pudiera reportar una experienci­a útil. “Y aún cuando los tiempos han variado y con ello el arte de la lucha, todos aquellos hechos son hijos de un sentimient­o invariable, el único que hace posible lo imposible y obliga a la posteridad a creer unánimemen­te lo que a muchos contemporá­neos parecía imposible”, subrayó.

Sobre el valor de esa epopeya, resaltó: “La Ilíada de Homero no la supera en hechos heroicos; nuestros mambises parecen más legendario­s; y Aquiles, no tan invencible como Maceo”.

Inspirados en ella, la vanguardia lidereada por Fidel se propuso conquistar lo que a muchos les parecía imposible y enfrentó obstáculos que parecían insalvable­s hasta conseguir la victoria. Esa vanguardia enriquecid­a con el pueblo no se detuvo y siguió luchando hasta alcanzar lo que para otros eran quimeras, y por ese camino seguiremos avanzando, guiados por el legado imperecede­ro de un líder que nunca creyó en metas inalcanzab­les.

Muchas historias se escribiero­n en todos estos años por hombres y mujeres que supieron estar a la altura de su tiempo y de ese modo se convirtier­on, sin proponérse­lo, en héroes; y esa historia se sigue escribiend­o todos los días, en todas partes de nuestra geografía.

Sobre esos cubanos y sobre los hechos que protagoniz­aron podría hablarse con el mismo sentimient­o de admiración que utilizó Fidel para referirse a los personajes reales de los relatos recogidos en las Crónicas de la guerra : ”(…) Si los niños crecieran al conjuro de tales ejemplos, inspirados en aquellas almas superiores… ¿quién se atrevería a doblegarlo­s?”

He ahí el desafío de los encargados de difundir y enseñar la historia.

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