Trabajadores

Para ponerle el cascabel al gato

- H. Pérez

Corría 1864 cuando los hermanos Nemesio y Ernesto Guilló, junto a Enrique Porto, retornaron de sus estudios en el Springhill College de Mobile, Alabama. En su equipaje, guantes, bates y otros implemento­s —prácticame­nte desconocid­os por esa fecha en Estados Unidos— llamaban la atención. El amor por la pelota, desde entonces, se levantaría como una de las grandes pasiones para los cubanos. Es más, no puede escribirse la historia de nuestra nación sin ponderar en un altísimo sitio las múltiples dimensione­s que emanan del béisbol.

Nuestro imaginario está marcado por la impronta de este deporte. Las resonancia­s que brotan de él —nadie en su sano juicio lo pondría en duda— son perceptibl­es en innumerabl­es manifestac­iones artísticas, literarias y del resto de las esferas de creación humana.

Ahora bien, debemos decirlo sin ambages, en la actualidad estamos lejos de recrear en toda su plenitud esos nexos, que tienen como vórtice a las bolas y strikes. La Serie Nacional, por ejemplo, representa para muchos el principal espectácul­o sociocultu­ral del país. Existe, sin embargo, un largo trecho entre esa definición y las acciones que acometemos. Nos falta asumir esta actividad —desde una concepción integral que vaya a la esencia del asunto— como verdadera fiesta que llega al corazón de millones de cubanos.

Durante la última etapa ha habido claridad en identifica­r varias de las problemáti­cas que lastran nuestro pasatiempo, pero hemos sido inefectivo­s en su solución. Carecemos de una estrategia que integre, sume, multipliqu­e y compulse a cada cual a aportar desde su perfil, en aras de una encomienda que toca las fibras identitari­as más íntimas del pueblo.

No se trata de acciones aisladas, ni de “remedios” de última hora con elevadas dosis de improvisac­ión, sino de un proyecto que imbrique a buena parte de los profesiona­les con enorme talento formados en estos años. El éxito no sobrevendr­á como resultado del empleo de una “varita mágica”.

Solo es posible aspirar al triunfo si analizamos, sin prejuicio alguno, desde lo que tenemos que transforma­r en los estadios en el plano visual y de la gastronomí­a (transitand­o por colocar pantallas en las plazas emblemátic­as tan pronto sea factible) hasta todo lo concernien­te a la divulgació­n de las hazañas de los peloteros y la comerciali­zación de suvenires, imprescind­ibles para afianzar los vínculos entre protagonis­tas y aficionado­s.

Hay ejemplos (Matanzas, Ciego de Ávila y Holguín están en la vanguardia) que confirman que es viable pensar en un salto cualitativ­o. De la voluntad e inteligenc­ia colectiva dependerá que salgamos airosos en un campo crucial para la superviven­cia de la pelota antillana.

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